Imagen Personal ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor… a nosotros mismos?

Ciertas nociones provenientes de la psicología y el psicoanálisis, pueden aportarnos interesantes herramientas para pensar esta pregunta y los modos de constitución y sostenimiento, a lo largo de la vida de una persona, de su Imagen Personal.

Decodificar una imagen y saber qué se está viendo, es el resultado de un largo proceso que para el niño empieza el día en que nace. Al principio, para el bebé el mundo es un cúmulo de fragmentos: olores, visiones parciales, sonidos, estímulos corporales, estímulos del mundo exterior, sensaciones. Todo es confuso.

Para que ese “caos” que es el mundo al inicio de la vida, se articule, tome coherencia y se unifique en imágenes que el niño – y luego, por supuesto, el adulto – pueda identificar y nominar, clasificar y recordar, evocar y reproducir, etc., es indispensable que se produzcan una serie de acontecimientos que hagan que los estímulos se unifiquen y sean percibidos como imágenes.

¿A quién reconoce primero el ser humano: a sí mismo o a los otros?…
Tenderíamos a pensar que primero reconoce aquello que ve desde el inicio de su vida: su mamá, su papá, sus primeros juguetes. Lo exterior. Sin embargo, cualquiera que ha tenido la oportunidad de observar a un bebé puede dar cuenta de cómo se produce la sorpresa de reconocerse a sí mismo. Cuando eso comienza a pasar, algo se está constituyendo. Empieza a armarse la sucesión de imágenes que conforman la vida de esa persona pequeña.

Lo más impresionante es que ambas, la propia imagen y la del mundo exterior (personas, cosas), se constituyen en un mismo movimiento. En la mente, este proceso es uno sólo, y el reconocimiento de lo propio y lo exterior se produce en forma simultánea. Es más, como las dos caras de una misma moneda, no se producen uno sin el otro.

Estadio del Espejo

El papel de “espejo” que la madre y la familia desempeñan en la vida del niño, es fundamental. Donald Winnicott (1971), pediatra y psicoanalista de niños, lo explica de esta manera:

“¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de su madre?. Yo sugiero que por lo general se ve a sí mismo. En otras palabras, la madre lo mira y lo que ella parece se relaciona con lo que ve en él. (…) es el comienzo de un intercambio significativo con el mundo, un proceso bilateral en el cual el autoenriquecimiento alterna con el descubrimiento del significado en el mundo de las cosas vistas”.

El estadio del espejo se produce alrededor del año de vida y es el momento en el cual las imágenes comienzan a cobrar un sentido significativo: representan algo para alguien. Se puede observar claramente cuando un bebé comienza a verse en un espejo, en brazos de su madre, el momento en el cual empieza a reconocerse. Lo inunda la algarabía, sonríe, quiere tocar el espejo. Pero previamente, en forma indefectible, una vez que ha visto su imagen reflejada, hace una cosa muy importante: primero mira el rostro de su madre buscando la confirmación necesaria de que ese, ese que él ahora ve en forma unificada ante el espejo, es él. Y dicha confirmación la obtiene mediante el asentimiento que le transmiten el rostro y las palabras de quien lo alza y lo introduce en dicha experiencia de la imagen propia.

Sin este reconocimiento, la experiencia sería muy desalentadora y tendría otras consecuencias para la futura autoimagen en la vida del adulto.

Este primer momento (en rigor, se trata de una serie de momentos que van sedimentando con el tiempo y en las sucesivas experiencias), es vital para la relación que un ser humano tendrá con las imágenes en su vida. Con la estima que sentirá por sí mismo, cómo podrá mostrarse ante los otros, qué imagen reflejará, etc.

Una vez que se ha accedido a la posibilidad de reconocerse a sí mismo, el ser humano también está en condiciones de reconocer las imágenes de lo exterior. Es decir, no quiere decir que antes no las viera. Simplemente, que cambia el significado: el mundo ya no es parte misma del bebé, como sensaciones y percepciones disgregadas, vivenciadas como partes de su propia persona. Ahora existe el afuera y el adentro, el interior y el exterior, lo propio y lo ajeno. Está constituida la base de la imagen de sí mismo. Base fundamental de todas las que vendrán en el futuro.

¿Qué función cumple?

Este “espejo” con el otro que nos introduce al mundo (madre, padre, familia en general), nos habilita a reconocernos como diferentes y únicos. Cada persona es irrepetible y posee un valor propio que la diferencia de los demás.

A partir de allí, a través de las experiencias de la vida, del desarrollo de nuestra personalidad, de la influencia del ambiente, etc., se forja este modo particular de vernos a nosotros mismos y a los otros, será un marco a través del cual evaluaremos el mundo. Como una ventana desde la que nuestra mirada estará marcada por un estilo propio y absolutamente subjetivo.

Asimismo, lo que transmitamos de nosotros mismos, estará signado por este estilo singular. Esto determinará qué imagen propia tenemos e irradiamos. Entender estos primeros pasos, nos otorga las herramientas necesarias para repensar cómo generar cambios en lo que percibimos y en lo que transmitimos hacia el mundo externo.

Tipos de imágenes que procesa nuestra mente

Personal; Subjetiva; Corporal; Social.

Para comprender estos conceptos, es necesario hacer un breve recorrido respecto de cómo funciona, en líneas muy generales, la mente del ser humano.

Para todas las personas, existen dos aspectos o modos que conviven en el quehacer mental: lo manifiesto y lo latente.

Lo manifiesto es aquello que expresamos, lo que efectivamente decimos, transmitimos. Lo que se ve, se escucha, se entiende, de aquello que mostramos, expresamos y damos a conocer de múltiples formas en la vida cotidiana, a los otros y a nosotros mismos.

Lo latente se trata de lo que está oculto. De lo que no se ve ni se escucha a simple vista. Lo íntimo, lo que se esconde detrás de lo que se manifiesta. No se trata de que un aspecto sea verdadero o falso, sino de que lo latente influye en lo manifiesto, y viceversa, y de que poseen una relación muy particular.

A partir de esto, podemos definir los tipos de imágenes que forjamos de nosotros mismos:

Personal: se relaciona con aspectos manifiestos. Es aquella que decimos que tenemos de nosotros mismos. “Yo soy…”. Es la que vendemos en una entrevista de trabajo, la que relatamos a un amigo, la que le contamos a alguien que nos gusta en una primera cita. Es aquello que respondemos cuando nos preguntan cómo nos definiríamos.

Subjetiva: se refiere a la versión íntima que una persona guarda de sí misma. Es la imagen singular, privada, más relacionada con lo latente, que una persona tiene de sí. Es la que difícilmente comparta con otros, porque de hecho puede incluso desconocer algunos aspectos. Por ejemplo, alguien puede tener una imagen subjetiva muy desfavorable de sí mismo sin saber porqué, desconociendo el origen real de esa percepción. La imagen subjetiva está constituida fundamentalmente por pensamientos, pero posee una gran carga afectiva.
Corporal: esta imagen incluye el cuerpo. El cuerpo – que a partir del estadio del espejo, deja de ser un conjunto de partes para pasar a ser vivenciado por el niño como un todo – también sufre los avatares de la constitución de una imagen. La imagen corporal es la suma de: el cuerpo + la imagen subjetiva. Es decir, es la imagen subjetiva que tenemos de nuestro propio cuerpo. Como es subjetiva, puede estar desfigurada por nuestra mente, más allá cómo nuestro cuerpo sea percibidos por los otros en la realidad. Por ejemplo: una adolescente que se ve gorda, a pesar de estar por debajo de un peso saludable.

Social: es la que incluye los aspectos relacionales. Cómo hablamos, cómo nos conducimos en público, cómo nos vinculamos a los otros. Incluye nuestro aspecto general (vestimenta, peinado, arreglos, etc.). Es puramente manifiesta, aunque mantiene íntimamente relación con los aspectos latentes de la personalidad. La imagen social es la que definitivamente mantenemos “para afuera”, a pesar de que en lo personal algo no esté funcionando bien.

Es decir que, en lo que respecta a la imagen, tanto el pasaje del estadio del espejo, como la articulación psíquica de lo manifiesto y lo latente, son elementos que nos ayudan a entender porqué transmitimos una cosa y no otra, porqué percibimos de una determinada manera, qué nos inspira a hablar de una manera y no de otra, a vestirnos, a relacionarnos con unos y no con otros. Qué pensamos de nosotros mismos y porqué.

Lic. Adriana Martínez
Psicóloga UBA. Psicoanalista
licadrianamartinez@yahoo.com.ar