Entrevista al Maestro Adolfo de Ferrari

Reproducimos la entrevista que Carlos Penelas le hiciera al artista plástico para Pluma y pincel, en 1976, y las palabras del poeta tras su muerte.

Hace tiempo que queremos entrevistarlo, porque mucha gente nos habla de usted, inclusive muchas personas a quienes hemos reservado nuestras páginas centrales, como Soldi o Presas. Nos interesa oírle contar su propia historia dentro del arte.
DF: “Yo empecé desde muy chico, a pesar de la completa oposición de mi familia. Tuve que afrontar una situación de gran lucha para poder hacer lo que ansiaba. Y más en aquella época, que era nefasta para el arte; casi no se lo conocía. Por los años diez o quince la cuestión de la pintura era una cosa legendaria. Nadie comprendía bien de qué se trataba. Mis padres querían que yo fuese arquitecto, pero yo corté la carrera para entregarme a la pintura. Mi familia no reaccionó violentamente. Eran gente apacible: no gritaron pero tampoco me ayudaron. Y yo me ví solo.»
«Recuerdo que en aquella época tenía de maestro a Quirós. Él había conseguido en Palermo un kiosco grande, que había servido para alquilar bicicletas. Lo solicitó para nosotros, para llevar allí a unos cuantos alumnos y enseñarles pintura, pero resultó que el estudio lo acaparó él, porque decía que la pintura tenía que ser al aire libre y nos mandó afuera a nosotros. Él venía con ese aires suntuoso que tenía, a veces con traje de gala y guantes blancos. Recuerdo que una vez me estaba indicando algo en un paisaje que yo hacía y los guantes me encandilaban en tal forma que no veía nada … ni comprendía nada tampoco

¿Ustedes lo admiraban a Quirós?
DF: “No mucho. Quirós no era popular. No era mayormente amigo de los artistas. Era un hombre alejado, aristócrata. Vivía en un clima especial, apartándose un poco de lo que es verdaderamente el arte. Todo lo contrario a como actuaba Victorica en aquella época. Victorica era una maravilla, un verdadero artista, en su vida, en su forma de hablar, de actuar, de ver las cosas. »
«Todo lo veía con espíritu; en cambio Quirós todo lo veía suntuosamente, con pomposidad. La obra de Quirós es regular, porque nunca comprendió bien lo que es la composición, que es la esencia del arte. Nunca se puso en contacto con el trasmundo que tiene toda obra. Simplemente calcaba el modelo que veía: gauchos, mujeres desnudas; y ahí terminaba el cuadro. En cambio Victorica era un hombre humilde, lleno de espíritu, de elevación. Casi un sacerdote”.

¿Se le compraban obras a Quirós?
DF: “Sí, él vendía. Era un gran señor, con grandes cuadros y gran clientela. Se iba a pintar a las estancias, entre gente rica. Hacía su tema: grandes reuniones con gauchos.

¿Y Victorica?
DF: “Victorica era todo alma. Yo era amigo de él. Lo visitaba mucho y él me quería bastante. Me acuerdo que una vez, estando yo en Europa, le mandé una tarjeta para saludarlo, con el “Adán y Eva” de Masaccio. Le gustó tanto que la colgó desplegada en la pared, colgada de un hilo, para ver la fotografía y la dedicatoria. ¡Qué hombre agradable y afectuoso! Él ve en cualquier cosa un mundo enorme; pone una cebollita sobre una tabla y saca de ahí un poema.

¿Cómo se ganaba usted la vida en sus primeros años, antes de la escuela?
DF: “Mis padres me daban dinero. Pero en aquel tiempo era muy barata la vida, era muy diferente a ahora. El alquiler no era nada y la alimentación tampoco, así que uno vivía un poco del aire. Era fácil. Yo pinté unas pocas escenas en aquel kiosco de Palermo y no fui más. Y Quirós también dejó de actuar. Después tuve a De La Cárcova como profesor e hice toda la Academia.

¿Cómo era De La Cárcova?
DF: “Una maravilla. La pintura de De La Cárcova es muy importante, tal como la de Victorica. Ambos eran parecidos en su calidad humana, en su trato directo. De La Cárcova era director de la escuela. Creaba un ambiente de amistad y al mismo tiempo de dedicación al arte. Él había amueblado con su dinero toda la escuela, que en aquella época era como un gran galpón: había traído artefactos, arañas. Recuerdo que en el cajón de una cómoda ponía pinturas, discretamente, para que si uno necesitaba un color lo pudiera sacar de allí sin ser visto. ¡Mire qué sutileza, qué extraordinario!

¿Ustedes lo veían pintar?
DF: “A veces. Tenía una sala para él. En ese tiempo tenía un mundo un poco romántico, que poco a poco se iba desvaneciendo. Victorica tenía otro mundo, mucho más actual. Es una lástima: si De La Cárcova hubiera actuado de acuerdo con los tiempos nuevos, hubiera hecho obras maestras y actuales.

¿Cuántos años de Academia cumplió usted?
DF: “Yo estuve en dos escuelas, la Belgrano y la Pueyrredón, cuatro años en cada una. Y después en la Escuela Superior con De La Cárcova. Después de él estuvo Guido como director y me fue dando sucesivamente tres cátedras. Yo prácticamente estaba a cargo de toda la escuela, por eso tengo tantos alumnos y me recuerdan tanto. Esos años fueron importantes para mi formación. Recuerdo que venía Alvear a visitarnos. Estaba interesado en la pintura, vea qué extraño. Pedía que le mostrásemos los trabajos. De aquella época viene la historia de las palomas. »
«Resulta que la Costanera era muy diferente a como es ahora: no había construcciones sino la costa natural, con muchos juncos y árboles. Había un ranchito allí y en ese ranchito vivía un hombre. Nosotros, cuando andábamos pintando los paisajes del río, cerca de la Escuela, nos encontrábamos con él y nos hicimos amigos. Este hombre pescaba y cocinaba los pescados muy bien y nos invitaba a comer. Al mismo tiempo tenía una gran virtud: las palomas obedecían a un silbato que tenía y se le acercaban.»
«Nosotros le contamos todo a Alvear y él se entusiasmó muchísimo. Delante de nosotros le dijo: “Si usted lleva las palomas a la Plaza de Mayo, yo le doy un empleo en la Presidencia”. Y así fue: llevó las palomas a Plaza de Mayo y desde entonces están allí. Alvear nos comentaba que extrañaba en Buenos Aires las palomas de Notre Dame y de las otras catedrales europeas.
Volviendo a la Escuela, De La Cárcova nos criticaba las obras. Además, invitaba a reuniones y comidas dentro de la escuela, en las que había también poetas, escritores y músicos”.

¿Cuántos alumnos eran?
DF: “Empezamos siendo tres y fue creciendo. Cuando terminé ya éramos muchos”.

¿Cómo era su programa de estudios?
DF: “En pintura no se pueden definir programas. Todo pensamiento va creciendo y supera los conceptos y la forma de los programas. Depende del alumno y de su vida. El profesor debe ajustarse un poco a la vida individual de ellos. Eso lo veían muy bien Guido y De La Cárcova”.

¿A quiénes recuerda especialmente entre sus ex alumnos?
DF: “El más recordado es Le Parc. Trabajó ocho años conmigo y lo ha dicho públicamente. Además, el Grupo Sur: Linares, Cañás, Cairoli, Carreño, Morón. Vinci … Los ex alumnos son muchísimos. Linares tiene actualmente un puesto en la Universidad de Tucumán, donde se desempeña muy bien. Cuando vienen a Buenos Aires me visita especialmente. Recordamos mucho aquella época y nuestras conversaciones son las mismas de entonces. Linares es un extraordinario constructor, ejecutante y pensador; ahora está cumpliendo etapas extrañas, nuevas, pero a mí me gusta más su primera época”.

¿Es difícil ser profesor de arte?
DF: “No. Además, me resultó fácil empezar porque aproveché la experiencia de mi viaje a París, donde tuve como profesor a André Lhote. Me enseñó a componer superficies, como a Spilimbergo. En una escuela uno se desempeña más cabalmente, porque el contacto con el Maestro le asegura si lo que está haciendo es una especulación en el aire o algo profundo. Eso es lo que da el buen maestro y por eso creo que me seguían tanto los alumnos. »
«Los alumnos eran para mí como compañeros; yo conocía sus sentimientos, pensábamos en común. Me pasaba el día en la escuela y a veces hasta las dos de la mañana. La escuela terminaba al mediodía, pero después nos íbamos a comer todos juntos. Y seguía la Academia, larga, larga. ¡Qué pasión pura, recuerdo! La nuestra era una gran Escuela. Si no me equivoco, no ha habido otra en el mundo tan importante. Primero por la profundidad de la enseñanza, y segundo por el alumnado, que era de una calidad maravillosa. Todo eso ahora ya ha terminado, según me parece”.

¿Cómo era su pintura entonces?
DF: “En esa época yo pintaba un poco menos. Cada cuadro era un problema tremendo. Pero lo enfrentaba lanzándome en la obra. El pensamiento se encuentra trabajando. Previamente, generalmente se piensa en vacío. Trabajando, uno va guiándose por el espíritu, por lo que siente. Hay que entregarse directamente a la tela; vaya a saber dónde uno va a parar”.

¿Ha tenido algún período en que le gustara pintar sistemáticamente al aire libre?
DF: “No, muy pocos, salvo una escapada a Córdoba que hice cuando era joven. Encontré un señor que me ofreció vender todo lo que pintase y darme el cincuenta por ciento de la ganancia. Compró colores y telas, y nos fuimos cuatro o cinco meses; yo tenía diecisiete años.
Recuerdo que en cada árbol clavaba una tela. Negocio no hubo, claro. Yo me había escapado de mi casa y nadie sabía nada. Lo supieron por un artículo de “Crítica” que hablaba de un pintor desnudo que tenía como taller todo el paisaje de Río Tercero. Me fotografiaron medio desnudo, cuando iba a pasar el río y mi hermana me reconoció y me fue a buscar. Fue una escapada audaz; yo ya me había quedado sin un centavo”.

Hablemos de sus escapadas a Europa.
DF: “La primera fue a París y también a España e Italia. En Italia me quedé cuatro años, estudiando en la Academia Nacional. Allí descubrí a Massaccio, en la capilla del Carmine, en Florencia. Todas las mañanas, como para ponerme en orden de estudio, iba a ver a Massaccio, y ponía una moneda en la alcancía, una moneda de lata, grande, que hacía estruendo en toda la iglesia. Y ya me conocían. Me había enterado del caso de Miguel Ángel y Leonardo, que en esa capilla habían aprendido todo un mundo plástico. »
«Hay que apoyarse bien de espaldas contra la pared, porque la iglesia es angosta. Un día encontré que preparaban grandes ceremonias porque era el centenario de las carmelitas y venía gente del Vaticano. Y le dije al cura párroco: ¿Por qué no hacerle un homenaje a Massaccio, de poder verlo alguna vez con buena luz? Me hizo caso. Hasta ahora sigue iluminada esa pintura y para prender las luces hay que echar como yo una moneda en la alcancía famosa. Yo descubrí naturalmente, con Massaccio, lo que puede engendrar el arte. Después vine, con todos esos conceptos aprendidos y gané la beca para el estudio de los Primitivos Italianos. Me vino bien para continuar lo empezado. Era una señora beca, a la que habían aspirado casi todos los pintores, incluido Victorica”.

¿El Gobierno ayudaba a los artistas en aquella época?
DF: “Menos que ahora. Además, las necesidades del artista han crecido con el tiempo. Hoy necesita grandes facilidades, porque el viático, la comida y el estudio cuestan una enormidad. En vez de una beca se necesitan muchas. Pero en aquella época se vivía más fácilmente con el arte; la ayuda era muy precaria, casi nula”.

Jesús López: ¿Cómo le fue en sus investigaciones?
DF: “Muy bien. Me dediqué al Giotto, a Cimabúe y a Massaccio. Para conocerlo al Giotto hay que ir a Asís, donde están sus frescos. Él es un purista; tiene espíritu gótico sin forma gótica, lo que llaman el gótico militar. Si uno lo desencarna de esa catedral, su pintura se pierde un poco. Y Massaccio es un revolucionario en la morfología. Su morfología es anticristiana; el primitivo ve las cabezas y los cuerpos de frente, pero el escorzo se asoma como una contradicción al purismo religioso, anunciando el barroco. Massaccio empieza con el escorzo y sobre todo con el claroscuro, que refleja la tierra, no el cielo. El cielo puede ser pintado con caligrafías celestes, y en él la corporeidad desaparece. Massaccio es el primero que afirma ante todo la tierra”.

¿Usted es cristiano?
DF: “Sí, siempre lo fui. Soy un poco místico. Me gusta todo lo que sea religioso. Mi vida religiosa fue relativamente intensa, pero cuando pienso en arte, pienso también en la religión, porque ambos tienen elevación espiritual. Cristo, como sujeto de una pintura, despierta significados extraordinarios”.

¿Cuánto duró su beca?
DF: “Duró hasta que, en tiempo de Justo, decidieron que había que cortar la salida de dinero de Argentina para Europa. Entonces no pude conseguir continuar con la beca y tuve que regresar. Para colmo, en Europa me agarró la guerra. Yo estaba en París cuando entraron los alemanes. Y la sirena que anunciaba los bombardeos, y los refugios… Cuando terminaba el peligro, todos cantábamos Allons enfants de la Patrie, felices de habernos salvado.»
«He visto a los soldados de cuarenta o cincuenta años, que venían extenuados de las grandes caminatas y se lanzaban a los grifos a tomar agua y refrescarse los pies. Yo quería escaparme y saqué pasaje en un barco que iba a buscar trigo a Buenos Aires como parte de un convoy; éramos pocos, porque todo el mundo le tenía miedo a los submarinos alemanes. Además, cuando llegamos a Gibraltar nos abandonaron todos los barcos del convoy y los aviones de custodia. El carguero que iba con nosotros reventó al chocar con una cadena de explosivos y nos tuvimos que largar solos”. Pero logró volver y siguió trabajando.
DF: “Siempre he trabajado, sin interrupción. También fui incorporado aquí a la Academia de Bellas Artes y vengo participando como jurado en exposiciones de plástica”.

¿Le agrada ser jurado?
DF: “Sí. Pero muchas veces sucede que los jurados están más compuestos sobre todo por críticos; a veces yo soy el único pintor. Además, actualmente la pintura se ha hecho difícil, se ha vuelto tan intelectual y tan individual que a veces ni el mismo pintor se comprende. Hay una especie de pánico que los hace escaparse de lo que es profundo en la pintura: la representación del artista y del mundo. Algunos usan sólo el intelecto. »
«Esos más vale que se vayan y se arreglen solos con su pintura. En un Goya, por ejemplo, está toda España y todo el artista; eso es lo importante. Hay que ubicarse, como Picasso, en el ombligo del mundo. Algunos podrán hacer cosas agradables, decorativas, recrear pensamientos, pero nunca plasmarán el dolor de un pensamiento. El hombre profundo se pone al margen del tema”.

JL: ¿El otro problema es el exceso de críticos?
DF: “Los críticos deben existir. Pero a condición de que vivan una vida tan profunda como la del artista. Un premio de concurso debería ser dado por pintores, mientras no sean manieristas. El manierismo es una forma personal de ser, un antojo especial, al margen de lo que acontece en el mundo, en el mundo largo que conocemos todos nosotros, que comprende tanto los cuadros del 3000 antes de Cristo como los actuales. Porque la pintura no crece ni evoluciona: está en el hombre y lo identifica como hombre. No hay cuadros primitivos, todos viven en la misma forma.»
«Dentro de esa igualdad, hay movimientos especiales, como el cubismo, por ejemplo, que pone el acento en la construcción de la superficie. Cuando yo era profesor, no me sentía dirigido por ninguna corriente especial sino por el espíritu, pero hablaba muy bien del cubismo como ordenamiento escolástico, como forma de aclarar las superficies. Todo para que la obra de arte no sea una cosa desprendida de la naturaleza, sino un fruto de ella que lleve dentro toda su vida. Todo artista debería aprender del mundo cubista y después abandonarlo, porque sólo tiene valor de ejercicio”.

¿Usted ha hecho exposiciones con frecuencia?
DF: “Hice una sola, con Diomede y Guastavino. Y otra el año pasado, en Laasa. Ahora preparo una retrospectiva para octubre; ahí voy a darme cuenta de si crecí durante la vida o soy siempre el mismo. Casi siempre vendí mis obras privadamente o, con más frecuencia, las regalé; mi pintura no es especialmente “entradora”. Mi mejor satisfacción fue siempre que me aceptaran el regalo de un cuadro”.

¿Qué problemas causa en un artista la estrechez económica?
DF: “Para un artista la estrechez pasa inadvertida, le parece natural. El artista nunca habla de pobreza, porque aparece naturalmente en él. La pobreza es un bien para el artista porque le impide distraerse”.

Aparte de la influencia de su enseñanza, ¿han quedado muy influidos sus alumnos por su estilo pictórico?
DF: “Al principio, en los salones, mis alumnos podían ser reconocidos inmediatamente. Después cada uno se fue diferenciando por su cuenta. Un período de identificación afectiva con un maestro es beneficioso. Un alumno no debe apartarse de su maestro. Ahora hay mucho individualismo y no hay en la juventud cosa más errónea. La individualidad está en el crecimiento personal, que el que empieza todavía no tiene. El joven es un astuto que busca comprender el mundo; pintar como el maestro es comprender al maestro y al mundo. »
«La prueba es la unidad entre Picasso y Braque; un hombre solo no puede crear el cubismo, pero sí la polémica entre dos; ellos no se hacían problemas porque pintaran de la misma forma, porque consideraban que estaban aprendiendo. El profesor crece al enseñar y comunica su crecimiento al mismo alumno. La crítica hace demasiado hincapié en lo original de los pintores, sin advertir que muchas veces no tienen vida para soportar esa novedad”.

Lo que sé de pintura, acaso tan sólo la actitud frente a una obra plástica, se lo debo a Antonio Juan Oliva y a Rubén A. Rey. No por azar son ellos – únicos que continúan el espíritu del maestro – discípulos de Adolfo De Ferrari.

De Ferrari ha muerto casi ignorado por el gran público. No es casual. Él no perteneció al Partido Comunista, él no fue reclamado por la televisión, él no fue el pintor del sistema. Ejerció la pintura del silencio. Utilizó el lenguaje lúcido y sensible de la melancolía. Su temática es la sugerencia de la voz interior. De la soledad. De la creación. Su obra es, sin duda alguna, la más importante de nuestro tiempo.

Tuve la suerte de dialogar varias veces con él. De visitar su casa, su estudio. También conocí a Héctor Cartier, el crítico más culto y más autorizado. Íntimo amigo del Maestro; fue él quien me ayudó a descubrir la elaboración intelectual de sus trabajos.

Sé que el tiempo pondrá las cosas en su lugar. Quiero decir que un cuadro de De Ferrari podrá estar al lado de un clásico y no se caerá. Sin duda. Pero eso lo verán los hombres del siglo XXI. Él pintó para la eternidad. El resto sólo tendrá la fama del presente.

Carlos Penelas, Poeta y escritor, 1979