Home
- Buscar - Empresas
y Negocios - Servicios
Profesionales - Moda
en palermo
Arte / Fotografía
- Consultorio
psicológico gratuito
14-5-2004
EL
ÚNICO ARGENTINO EN LAS FILAS DE EE.UU EN IRAK
5/16/2004
Faustino Saizar emigró hace 10 años; hoy es
sargento y trabaja en un hospital en Irak
"Si se está buscando un punto de simpatía,
ésta no es la forma", dice Faustino Saizar
-el único argentino en las fuerzas militares de los
Estados Unidos en Irak- sobre las torturas perpetradas por
soldados de la coalición en la prisión de
Abu Ghraib. "Si levantás la bandera de la
libertad y después ven que se hace lo mismo que hacía
Saddam Hussein, la gente se pregunta qué pasa, aunque
durante el régimen hacían cosas peores",
reflexiona este argentino que llegó a Irak el 17
de enero para quedarse durante un año.
"Pienso que si vamos a hacer una reconstrucción
moral hay que respetar la Convención de Ginebra.
El problema es que nos enfrentamos a una guerrilla y uno
no sabe quién es el enemigo."
El pelo rubio, la tez blanca, una mirada profunda y su marcado
acento porteño lo distinguen. Hasta
llegar a Irak recorrió un largo camino. Faustino
nació en el Hospital Italiano en 1973, y vivió
en el barrio de Palermo hasta los 17 años,
después de cursar la escuela nocturna en el Liceo
Nacional Sarmiento. Sus padres, afiliados a la Unión
Cívica Radical, fueron secuestrados durante la dictadura
militar, lo que los forzó a instalarse en Los Angeles,
donde vivieron durante cuatro años, hasta que regresaron
a Buenos Aires.
La falta de oportunidades laborales lo obligó a abandonar
el sueño de iniciar la carrera de odontología,
una tradición familiar, y buscar nuevos horizontes
fuera del país. En 1994 obtuvo su tarjeta de residencia
y se dirigió a Los Angeles. "Intenté
conseguir trabajo en un restaurante argentino, pero no pasó
nada. Por eso, cuando me propusieron entrar en el ejército,
acepté. Entré por necesidad."
"Bienvenidos a la casa del médico de combate",
fue el saludo que recibió el primer día en
la compañía Delta de la I Brigada de Tanques
en Fort Knox, Kentucky. "Es complicado. Pensás:
"Yo no vine para esto", pero después
te acostumbrás." Luego de recibir entrenamiento
durante 20 semanas, fue trasladado al Centro Médico
William Bauman del ejército en Paso Beliss, con el
grado de asistente de enfermería.
Hoy es sargento especializado en traumatología y
fue asignado como supervisor de la sala de emergencias que
funciona en el Hospital 31 de Apoyo de Combate, en las antiguas
instalaciones de la clínica privada de Saddam. El
edificio, de tres pisos y equipado con la más alta
tecnología en salud, está ubicado en la denominada
zona verde, la miniciudad que, dentro de Bagdad, alberga
la sede de la coalición en Irak.
Su trabajo consiste en atender emergencias; sus pacientes
son soldados americanos y combatientes iraquíes.
"Sin pasión y sin desprecio hago mi trabajo
y sólo deseo volver con mi familia. Da bronca cuando
uno ve a un soldado hecho pedazos, porque se pensaba que
esto iba a ser una cosa rápida, y no lo es."
Después de atender a decenas de milicianos iraquíes,
reconoce: "Tenés miedo de que la persona
a la que curás hoy al día siguiente te dispare.
Pero tenés que ser profesional y darle la misma clase
de cuidado que das a tus soldados", afirma.
Incertidumbre permanente
Esta no es su primera experiencia en una zona de conflicto,
aunque tampoco tiene comparación con su trabajo en
Haití, en 1997. Sus días transcurren en una
incertidumbre permanente. La zona verde es el objetivo militar
preferido de las milicias del clérigo radical chiita
Moqtada Al-Sadr y de la resistencia sunnita de Saddam.
"Sí, se siente miedo, porque nunca se sabe
lo que pasa", dice, y recuerda un episodio en abril
cuando una granada de mortero impactó a escasos metros
de su vivienda.
Hace diez días, un hombre ingresó a zona verde
y detonó una granada en el terreno lindante al hospital.
Dos días antes de esta entrevista, Faustino presenció
uno de los atentados más impactantes de los últimos
meses, cuando un auto bomba estalló en las puertas
de las oficinas de la coalición. La explosión
mató a nueve personas -seis civiles iraquíes
y tres soldados norteamericanos- y causó decenas
de heridos.
"Ese día era el sargento responsable de la
guardia -recuerda- y a metros de donde estaba se produce
la explosión. Fue uno de los días mas difíciles
que pasé aquí."
"Sólo el día que vuelva a mi casa
voy a respirar tranquilo", dice. En Paso, Texas,
lo espera Claribel -su esposa mexicana-, embarazada de un
niño al que Faustino espera con ansiedad.
Mientras extraña las empanadas, los vinos argentinos,
los ñoquis y las milanesas que su esposa intentó
en vano cocinar, en Bagdad trabaja seis días por
semana, con guardias de hasta doce horas diarias que le
permiten ganar mil dólares mensuales de sobresueldo.
Para soportar el stress, en su tiempo libre va al gimnasio,
escucha a los Redondos, a Soda Stereo y copia CD de Gardel
para sus compañeros latinos, que resultaron ser fanáticos
del tango.
"Yo lo veo más como un trabajo, no quiero
matar a nadie. Yo vivo y dejo vivir. Cualquier trabajo es
para volver a la casa con la familia", responde
cuando se le pregunta qué se siente ser un soldado
extranjero bajo la bandera norteamericana. "Creo
que si los iraquíes hubieran derrocado a Saddam,
tal vez apreciarían un poco más lo que se
hizo", dice frente al creciente rechazo de los
iraquíes a la ocupación.
"Estados Unidos hace promesas que trata de cumplir,
pero no va a arreglar rápidamente problemas que se
arrastran desde hace años", dice, tras repetir:
"Yo sólo cumplo con mi deber y lo que quiero
es volver con mi familia".
Por Karen F. Marón
DESDE BAGDAD
|
|