pasaje soria

El porvenir de una ilusion grupal. Viscitudes de un grupo terápeutico.

Fuente: palermonline

Raquel Tesone
Me centraré en profundizar como operan los ideales y emblemas sociales en los grupos terapeúticos. Describiré un episodio de un grupo en tratamiento y con una viñeta clínica, puntualizaré algunas cuestiones del fenómeno de «mundos superpuestos» (J. Puget).

Algunos de los autores que trabajaron sobre la temática del narcisismo, la ilusión grupal y las ideologías, podrán iluminar los oscuros interrogantes de ésta tarea, para reformular algunos conceptos e hipótesis acerca de la grupalidad y lo macrocontextual.
Se trata de un grupo que comienza su tratamiento en el año 1986, en su etapa adolescente. El presente relato del grupo data de Marzo de 1991, integrado al momento por cuatro personas, a los que llamaré Pedro, Celia, Elsa y Rosa.









Luego de la interrupción por vacaciones, Celia anuncia que suspenderá el tratamiento por motivos económicos. A la sesión siguiente, Pedro asiste con su rostro hinchado, manifestando que le picó una avispa. En esa semana el Presidente de la Nación, Carlos Menem, declara haber sufrido el mismo accidente; que según los medios periodísticos, se trataba en realidad de una cirugía estética.

Es importante aclarar que, por su actividad laboral, Pedro solía usar un protector facial contra insectos que en ésta ocasión «olvidó» utilizar.

En principio me pregunto, qué es lo que Pedro hace discurrir del contexto a su sesión? Cómo se podría analizar aquello que éste incidente denuncia?

Elsa se lo formula así: «Querés ser como el Presidente?».

«La diferencia es que a mí me picó una avispa, de verdad», contesta Pedro. Verdad que irrumpe en la sesión, expresando la identificación sugerida por Elsa, y a la vez, una marca que lo diferencia. Cómo trabajar éste entrecruzamiento entre la verdad del sujeto y la verdad del colectivo?

Pedro continúa: «Mi hermano me roba la comida que yo compro cuando no están mis viejos, y después no da la cara. Se borra, miente o genera violencia; pero para mis viejos es lo más, porque es igual a ellos. Yo no quiero ser así, pero al final soy un boludo… El sí se puede ir de casa, porque se va a casar, no importa si va a ser feliz… Siento mucha bronca.»

La brecha que lo distingue de su familia, aparece al costo de exhibir una herida. Pedro «da la cara», más no es premiado por ello. Siguiendo lo teorizado por Bleichmar, el sistema de ideales se constituye sobre los ideales parentales, con el fin de satisfacer el deseo de éstos. Si los enunciados identificatorios avalan la mentira, por ejemplo, el hijo que miente, podría ser valorizado como el más inteligente y el que no lo hace, adquiere el atributo opuesto, el que pasa a totalizar la identidad del sujeto por transposición categorial.

La escena de Pedro y su hermano en relación a lo social, aparece como la representación de una fratria carentes de padres que regulen éste vínculo. Freud considera que la identificación en las masas se produce por la proyección del Ideal del yo de cada sujeto, en un líder, él que ama a todos por igual; o en una idea. Más qué impronta deja éste Ideal en el grupo? Un hermano que roba y un padre que autoriza por omisión, lleva a pensar que los actos de corrupción están signados por la decadencia de la imago paterna y la falta de ley. Parece que los ideales enunciados por el discurso social, establecen valoraciones que tienen efecto de subjetividad.

En el grupo Celia se siente aludida por Pedro: «Creo que te referís a mí con el comentario de tu hermano, la otra vez contaste que él dejó su terapia y yo también lo pensé… Puede ser que sea mi manera de «no dar la cara», pero para qué darla.» Celia parece refrendar a Pedro con su interrogante, para qué dar la cara, para qué mostrarse, para qué enfrentarse, de qué sirve la verdad si pica y duele, si fisura la piel.

Podemos notar como la escena jugada por Pedro, toma cuerpo en el grupo, dejando deslizar su significación en el registro de lo transubjetivo. El modelo que oferta el Presidente es el de «no dar la cara»,operando bajo un disfraz con que cubre sus mentiras. Si pensamos que la investidura presidencial, oficia de portavoz de los estamentos de poder, lo que se oculta tras su discurso «estético» más que ético, es su deseo de satisfacer sólo a una minoría a la que privilegia. Para Freud, ésta satisfacción se produce al precio de la opresión del resto; lo que desencadena la hostilidad de los oprimidos. El poder político en nuestra sociedad acentúa la polarización entre sometidos y sometedores, lo que puede derivar en una falla del contrato narcisista, ya que cuando la realidad social impone a la pareja parental o al niño los lugares de «excluído, explotado o víctima», conlleva una fractura de éste contrato (1).

El discurso de Pedro da cuenta de éstos lugares: «Yo me pregunto también para qué me analizo, si esto no fortifica mi valoración personal. No quiero ser siempre el segundo, pero para ser el primer protagonista tengo que dejar de ser yo mismo. Es así, o te rompen el culo, o te lo dejás romper… Creo que es la etapa final del derrumbe de los ideales, si somos nosotros perdemos los ídolos conocidos.»

Ser el primer protagonista responde al deseo de ocupar el lugar de otro, donde se es reconocido como Yo ideal único (el padre o el Presidente), para desde ese podio narcisista sentirse admirado y valorizado, y a salvo del sometimiento con la figura paterna. Esta fantasía de curación es también resultado de un discurso social que promueve la identificación de los oprimidos con los opresores, quienes pasa a ser ideales. Esta relación con los amos es ambivalente, y al igual que con los dioses, nos remite al vínculo del niño con su padre.

Escuchemos como se expresa la resonancia en Rosa, que hace otra lectura de los ideales en le grupo: «Pienso que Celia siente que no hay otra que irse, siempre sentimos que si alguien se iba del grupo era el que «podía solo». A mí también se me están cayendo hace rato los ídolos, en ese sentido, Celia nos viene a salvar de éste derrumbe, ella sí puede». A su vez, en Celia se posibilita la siguiente reflexión: «Podría ser algo de esto, tengo una tía en España, que me escribió y me dice que allá es maravilloso, todo va bien, acá todo me cuesta».

En el grupo hay quienes quieren rescatarse del derrumbe y Celia parece ofertarles la salvación frente a la pérdida de referentes identificatorios. El exilio es el paraíso a recuperar; fantasía que sostiene a muchos de los inmigrantes de nuestro país. Lo que en épocas de dictadura era vivido como castigo, desgarro y expulsión de la madre Tierra, pasa a semantizarse aquí, como el reencuentro con un útero protector en donde poder refugiarse. Sería una defensa frente a la sensación de abandono, ya que como señala Galende, el sujeto «se separa del conjunto, se aisla, se disocia, sin conciencia de que la realidad le ha impuesto tal situación, como el niño abandonado que repite el abandono que sufrió, el hombre actual repite abandonando la realidad, el abandono de que ha sido objeto por ella» (2).

Piera Aulagnier da cuenta de éste desamparo cuando plantea que para que se produzca el distanciamiento del primer soporte identificatorio, el sujeto «debe encontrar en el discurso social referencias que le permitan proyectarse hasta un futuro» (1).

Ante ésta sensación de falta de proyección, Elsa desearía retornar al pasado, y exclama: «Díganme, que está pasando acá, hasta hace poco, éramos un grupo unido, que nos llevabamos tan bien, que podíamos pensar juntos… Dónde quedó todo esto, quiénes somos?» Lo que se podría traducir como «dónde quedó la ilusión grupal?».

Sabemos que la ilusión grupal es una contraprotofantasía frente al fantasma de rotura, y funciona como restauración de la identidad individual amenazada. Ahora bien, su caída y elaboración implicará ineludiblemente el pasaje por la desilusión y la desidentificación, más los obstáculos de éste tránsito creceran en la medida en que no surjan modelos alternativos que permitan recomponer los niveles ilusionales.

El análisis ofrece otro referente para que se pueda relanzar una nueva ilusión, que no deje al sujeto otra salida que el repliegue libidinal? Podría resultar un interesante debate que pensemos juntos que quedaría para investir sino se reconectan los espacios transicionales que posibilitarían otro destino a ésta crisis de ideales.

Estamos convocados a los efectos de la praxis misma, a cuestionar nuestro saber y los ideales que sustentamos. Es en éste punto que me detengo para dejar fluir mis propios interrogantes. Ante la falla de soportes identificatorios, qué porvenir puede tener una ilusión grupal en nuestro contexto? Qué «ideal» de salud mental tenemos los analistas formando parte de ésta realidad social? En qué sentido somos cómplices mudos de ciertas ideologías, si las dejamos fuera de todo análisis? Si lo transubjetivo se denegara, la «cura» sería una ilusión del analista o su delirio?

Freud define a la ilusión como una «creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad» (3).

Parecería que los analistas podríamos sostener nuestra tarea en la creencia ilusoria de que estamos al margen de la alienación social y que nuestras categorías axiológicas no están en juego en el análisis. Sin embargo, como lo muestra el material clínico, en los grupos lo transubjetivo hace marca en el sujeto. Si en la ilusión de la cura se prescinde de la realidad, no hay cura posible. Pero, hay cura sin ilusión de modificar la realidad?

El psicoanálisis cuestiona el sistema de valores establecido, y nos posiciona en enunciantes de un saber que encarna su propio discurso ideológico, ya que se da en un orden temporal que produce y es atravesados por significaciones colectivas. Lo ideológico nos precede, y no aceptarlo es caer en la misma ilusión de omnipotencia que algunas doctrinas religiosas, tornando la teoría en un dogma que elude toda historicidad.

Todas éstas disquisiciones, nos lleva a pensar que para abordar la tarea de elaboración de los ideales parentales y los baluartes sociales, es importante analizar nuestra implicación. Este desprendimiento no se produce sin dolor y sin compromiso con la realidad. El trabajo de duelo y re-creación de nuevos ideales es una construcción conjunta en los grupos que involucra también al analista.

Quisiera concluir con la canción que Pedro después de un tiempo de éste episodio, compuso para el grupo como una bella metáfora de ésta tarea:

«Jugaba hacia algún tiempo sobre la arena mojada,

mi reino era de arena y mi princesa dorada.

Pasaron algunos tormentos de tempestades humanas,

pero mi castillo de arena ni siquiera tambaleaba.

Hasta que un día de esos, el mar se lo fue llevando,

y lo que antes era reino en prisión había quedado.

Sos de arena y al mar vas, aunque quieras conquistarlo,

no te olvides que él te dió, lo que ahora te está quitando.

Cuánta inocencia entre frágiles paredes de cristal.

Deja de construir castillos de arena, para empezar a ser mar.»

CITAS BIBLIOGRAFICAS:
(1) La violencia de la interpretación – Piera Aulagnier – Amorrortu Editores
(2) Violencia, Psicosis y Alienación – Nuestro Malestar Actual – Artículo presentado en el II Congreso de la AAPPG – I Congreso de las configuraciones vinculares – Tomo I
(3) El Porvenir de una Ilusión – Sigmund Freud – Editorial Biblioteca Nueva – Madrid

CONSULTAS BIBLIOGRAFICAS
El narcisismo – Estudio sobre la enunciación y la gramática inconsciente – Hugo Bleichmar
Psicoanálisis de las Masas y Análisis del Yo – Sigmund Freud – Editorial Biblioteca Nueva – Madrid
El Grupo y el Inconsciente – Didier Anzieu
Crisis, Ruptura y Superación – René Kaës – Ediciones Cinco
La verdad y las formas jurídicas – Michel Foucault