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Algunas verdades y mentiras acerca de los psicofármacos en el tratamiento de la ansiedad

A diferencia de los fármacos utilizados en el tratamiento de enfermedades tales como la hipertensión arterial, la diabetes, el hipotiroidismo, etc., los psicofármacos han tenido y aun tienen lo que podría denominarse “mala prensa”.

Quizás la indicación indiscriminada y/o indefinida de este tipo de moléculas por parte de la comunidad médica haya contribuido a explicar esa diferencia. Muchos colegas suelen “recetar adicciones”, no en la acepción precisa del término, sino en el sentido de recetar psicofármacos en forma indiscriminada e indefinida en el tiempo, sin controles periódicos que aseguren la conveniencia, o no, de continuar prescribiendo el fármaco recetado inicialmente. Desde ya, es sabido que los psicoterapeutas y ciertas psicoterapias prescriptas por estos, tampoco están exceptuadas de esta particular forma de mala praxis.

Otro aspecto a tener en cuenta respecto a la cuestión de la dependencia de la medicación tiene que ver con la “relación” que se establece con el psicofármaco.
Es más probable que quien recibe la indicación de ser medicado como única intervención en un trastorno de ansiedad, es decir, sin una indicación de psicoterapia conjunta, establezca una relación de mayor dependencia con la medicación que quien capitaliza los efectos terapéuticos de esta para lograr un aprendizaje de recursos propios, aprendiendo mediante la psicoterapia a modificar, por ejemplo, los temores de incontrolabilidad e intolerancia a la incertidumbre, característicos de las personas que padecen trastornos de ansiedad.

Ahora bien, más allá de las causas profesionales que favorecen la instauración de mitos en la población respecto a los psicofármacos, existen factores propios o específicos atribuidos a estos fármacos que se desprenden de las características propias de la población ansiosa y del hecho que los psicofármacos actúan en un órgano tan “misterioso” como lo es el cerebro.

La mayoría de las personas que padecen trastornos de ansiedad son reticentes a tomar medicación en general y psicofármacos en particular. Sus temores respecto a la necesidad de control no escapan al temor a ingerir un comprimido, que en el instante de ser deglutirlo ya no va a poder ser controlado en ninguno de sus efectos. Cuando los pacientes ansiosos acceden a tomar la medicación prescripta y comprueban el alivio sintomático que el fármaco les provee, pueden en todo caso presentan temores llegado el momento de comenzar a retirarlo, pero nunca aumentan por su cuenta la dosis indicada por el profesional tratante, ni quedan “pegados” como se dice popularmente.

Otra de las razones frecuentes por las que muchas personas se resisten a tomar psicofármacos se debe a la información errónea acerca de la medicación, particularmente información que circula en Internet.

Los psicofármacos más utilizados para tratar los trastornos de ansiedad son los ansiolíticos, los antidepresivos y ciertos antiepilépticos como la Pregabalina.
Los antidepresivos y antiepilépticos no causan ningún tipo de dependencia, sólo los ansiolíticos son causa potencial de dependencia, particularmente en personas que presentan antecedente de dependencia a sustancias tanto legales como ilegales.

La mayoría de las personas que toman circunstancialmente ansiolíticos en algún momento de su vida no generan dependencia al fármaco. La “dependencia” puede manifestarse a la hora de retirar el ansiolítico por el beneficio que el paciente ha sentido en la yugulación de sus síntomas iniciales de ansiedad, sobre todo, como mencione anteriormente, si el único tratamiento indicado para el trastorno ansioso ha sido la medicación. El retiro programado de un ansiolítico -ningún psicofármaco debe retirarse en forma brusca – supervisado por un especialista no trae inconvenientes en la gran mayoría de los casos.

Otro mito frecuente en la población respecto a los psicofármacos se refiere a quedar “dopado” o no poder desarrollar las actividades diarias habituales. Si bien en un principio los ansiolíticos pueden causar cierta sedación o somnolencia, si la dosis de inicio – y en esto es decisiva la experiencia del profesional tratante – es adecuada respecto a los antecedentes personales, las características del psicofármaco y al monto de ansiedad, la eventual sedación no debiera impedir el normal desenvolvimiento de la persona y esta debe ser pasajera, para dar lugar al efecto ansiolítico que es el efecto buscado.

Los ansiolíticos como cualquier psicofármaco debe tomarse por un determinado tiempo para luego retirarse en forma escalonada, excepto en aquellos casos en los que habiendo intentado retirar la medicación se produce una recaída y en los casos en que el profesional sospecha que la medicación, por las características del trastorno, como puede ocurrir en el Trastorno Obsesivo-Compulsivo, requiere de una indicación a largo plazo, a veces de por vida, tal como ocurre en enfermedades clínicas como la diabetes o el hipotiroidismo.

Otra cuestión que genera a veces desconcierto en las personas que consultan por padecer un trastorno de ansiedad es la indicación de tomar un antidepresivo. La primera reacción, entendible, de la persona que consulta es preguntar, “por que un antidepresivo si yo no me siento deprimida/o”? .Sucede que al igual que la aspirina, por ejemplo, indicada tanto para bajar la fiebre, como para calmar un dolor o como antiagregante plaquetario, los antidepresivos, desde hace más de veinte años se utilizan en el tratamiento de la depresión mayor y en el tratamiento de los trastornos de ansiedad, como el trastorno de pánico, el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno por estrés postraumático, el trastorno de ansiedad social y el trastorno obsesivo-compulsivo.

Finalmente, cabe mencionar que los antidepresivos demoran un cierto tiempo en ejercer sus efectos terapéuticos (entre dos y tres semanas) y que hasta tanto eso suceda es probable que ocasionen efectos indeseables los primeros días, tales como un ligero mareo o cefalea, sensación de irritación gástrica o náuseas. Estos efectos secundarios suelen ser pasajeros y transcurrida esta primera fase la medicación se tolera bien, habiendo muy pocos abandonos debido a reacciones adversas.

– Acerca de Andrés Flichman:
Médico de Hémera. Obtuvo su título de médico en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1981. Concurrió al Hospital J. T. Borda entre 1982 y 1989 en donde realizó el curso superior de médico psiquiatra, dependiente de la UBA, obteniendo la especialización como psiquiatra en 1986. En el hospital Borda se desempeño como ayudante de la primera cátedra de psiquiatría y como supervisor del equipo de atención en crisis del servicio Nº 9. Coordinador de las áreas de internación, urgencias e interconsultas en psiquiatría de AMEP (Asistencia Médico Psiquiátrica), entre los años 1989 y 1992. Continuó su formación de postgrado especializándose como terapeuta en Terapia Breve Estratégica focalizada en la resolución de problemas del Mental Research Institute y como sexólogo clínico. Integró la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana, dictando cursos sobre sexualidad y disfunciones sexuales. Actualmente es miembro de la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Trastornos de Ansiedad, co-director y docente del curso anual de postgrado de trastornos de ansiedad que dicta dicha institución.