Carlos Penelas

Alienación, estrategias y contubernio. Escribe Carlos Penelas.

La función del intelectual es la de diferenciarse del medio, la de no estar conforme con el medio. Eduardo González Lanuza

Desde las cavernas decoradas con pinturas hasta la pantalla del ordenador el hombre ha estado vinculado con la imagen. Eso también significa que estuvo vinculado con ídolos, con idolatrías y presuntos salvadores de aquí y del más allá. Llegamos a una civilización de la imagen, a esa sociedad del espectáculo que nos empuja a creencia colectivas. ¿Hasta dónde llega la irracionalidad? ¿Hasta dónde la estupidez? ¿En qué momento el hombre acepta ritos, proclamas, relatos? ¿Cuándo estamos ante un drama o un desafío? ¿Qué cuota de hipocresía, mala fe o volatilización de símbolos lo guía? ¿Quién dijo que el pueblo nunca se equivoca, cuál es el grado de sumisión o un esquema moral que debemos admitir? ¿Qué secuencias o flecos culturales generan esta suerte de bestiario? ¿Dónde empieza lo caricaturesco y dónde lo patológico? ¿Cuántas mutilaciones hacen falta para sobrevivir? Ora pro nobis.
El ser humano cree en la pata de conejo o en la santísima trinidad. Cada civilización trata a la muerte a su manera. También a los pueblos y a los individuos. La teatralidad lo conmueve hasta la complicidad y el desguace, desde las mutaciones permanentes hasta la obsecuencia. Y aquí estamos. Miles de hombres fueron admiradores de Mussolini, de Hitler, de Franco, de Stroessner. De Batista, de Castro, de Fujimori, de Chaves, de Maduro. No podemos pasar por alto a Juan Perón, GetulioVargas, Velasco Ibarra, Belaúnde Terry…

Otros nombres, en otra magnitud, que nos quitan el aliento: Alexandr Lukaschenko, Nursultán Nazarbayer, Yahya Jammeh, Leopoldo II, Kim Il Sung, Mao, Pol Pot, Victoriano Huerta, Suharto, Porfidio Díaz, Papadópoulos, Trujillo, Idi Amin…

De la fe, de la intolerancia religiosa, de lo tribal, del sentido mágico o el credo sobrenatural, nace el sentido del líder, del político fatigado, del hombre mágico, el ser que genera una revolución cesárea, la salvación, el tótem. Se construyen altares a semejanza de templos o catedrales. Luego lo litúrgico, mártires, sublimación, fachada, lo místico. De derecha o de izquierda, da lo mismo.

Es cuando arriba la adhesión exasperada, la fascinación, la miseria profunda. Luego se elevan banderas, atrios, discursos, brazos, gestos, frustraciones, cárceles, torturas, muerte, lecturas en los colegios, míticos finales. Y en esta telaraña se mezclan sindicalistas, clase media, intelectuales, profesores, pícaros, lumpenaje, sacerdotes, obispos, generales, amas de casa, obreros, complicidades abyectas. Distanciamientos, abrazos, voces almidonadas, zurcidos, chamanes, intransigencia, nacionalismos, contubernio.

El 5 de enero de este año los comunistas de Rusia hicieron una ofrenda floral ante la tumba de Stalin que se encuentra al pie de la muralla del Kremlin. Fue en ocasión al 65 aniversario de su muerte. El 38% de los rusos considera a Stalin el personaje más extraordinario de todos los tiempos, según una encuesta realizada hace un año.

Otra vez, entonces. ¿Cómo funciona el cerebro? La huella demagógica o autoritaria no es nueva. Podemos recordar algunos nombres: Julio César, Robespierre, Cromwell. Un ejemplo bello: Nyýazow, presidente de Turkmenistán vetó el maquillaje, los dientes de oro, el ballet, además de ordenar la construcción de un palacio de hielo en el desierto. El surrealismo o el realismo mágico no existe en la literatura. Le recomiendo, no lo tome a mal, las lecturas de George Orwell, de H.G. Wells, Aldous Huxley, Albert Camus, León Tolstói o Ray Bradbury. Pienso que le pueden interesar.

Es imposible no evocar Bananas de Woody Allen, en que el protagonista, una vez convertido en dictador, ordena que “todos los que no hayan cumplido 16 años a partir de ahora tendrán 16 años y que los calzoncillos se llevarán encima de los pantalones…”

Por supuesto, hay matices, fisonomías entre dictadura y tiranía. En la tiranía – es fundamental recordarlo- se llega por el voto popular. Haga usted la diferencia entre Cuba y Venezuela. Diferencia en el ejercicio despiadado del poder y ciertos autoritarismos, entre dictaduras democráticas y golpes palaciegos. La ideología, cuando la hay, a menudo es instrumental, porque lo que se desea es perpetrarse en el poder. Su proyecto no es un ideal político, sino militar. De hecho, acaba imponiéndose como comandante de su sociedad con el único objetivo de mantenerse en la cúspide del Estado.

Y aquí, con el término Estado, finalizamos. Pero antes deseo recordar que, como bien afirma Régis Debray, «la cultura cristiana fue la primera en hacer entrar los despojos físicos en el espacio sagrado. Esto empezó con los santos y los mártires, siguió con los prelados y los príncipes».

Carlos Penelas /
Buenos Aires, octubre de 2019