Barrilete

Aprender a perdonar

Olvidar la falta que ha cometido otra persona contra ella o contra otros y no guardarle rencor ni castigarla por ella, o no tener en cuenta una deuda o una obligación que otra tiene con ella. Librar a una persona de un castigo o una obligación.

En la Torá, el perdón es un mandamiento divino, una Mitzvá que prohíbe la venganza y guardar resentimiento o rencor.

En el Nuevo Testameto, Dios es misericordioso y perdonarse los unos a los otros se considera un imperativo moral, pues el perdón a quienes nos ofenden y nos odian es uno de los mayores ejemplos de amor al prójimo; las referencias al perdón entre los hombres abundan en el Nuevo Testamento, que recomienda poner la otra mejilla y amar a nuestros enemigos.

Santo Tomás de Aquino, impresionado con la oración a menudo por él mencionada y que es la oratio de la misa del X domingo después de Pentecostés, que dice: «Deus qui omnipotentiam tuam parcendo maxime manifestas» «Oh Dios que manifiestas tu omnipotencia sobre todo por el perdón…»), afirma que «el perdón de Dios configura un poder superior al hecho de crear los cielos y la tierra».

Jesús recomendó perdonar «setenta veces siete» (Mateo 18:22), es decir, no cansarse de perdonar.

En el Budismo, el perdón se concibe como una práctica para prevenir pensamientos dañinos que puedan alterar nuestro bienestar mental.

¿Cuántas veces nuestro punto de vista nos ha llevado a buen puerto? Seguramente diríamos que la mayoría de las veces, ya que pensar lo que pensamos y sentir lo que sentimos es una parte importante que nos hace ser quienes somos.

Los seres humanos solemos definirnos en nuestros valores, ideales y creencias que conducen a nuestro accionar. Desde allí nos relacionamos con los demás, damos y recibimos en el intercambio social. Pactamos acuerdos explícitos e implícitos y desde allí llamamos a algún amigo, colega, compañero de trabajo, jefe, vecino, hermano, primo, cuñado, suegro, esposo/a, madre, padre, hijo. En este suceder de roles en los que a veces ocupamos uno, a veces otro y siempre en relación a otro que define, la vida va siendo vivida.

De Dios (Alá) se predica constantemente que es El Clemente, El Misericordioso (al-Rahman al-Rahim). El Corán, la Escritura de los musulmanes, deja claro que Dios castiga, pero también perdona. El islam enseña que Dios es «el misericordioso», y la fuente original de todo perdón. El perdón frecuentemente requiere el arrepentimiento de quienes han de ser perdonados. Dependiendo del tipo de error cometido, el perdón puede provenir directamente de dios, o del ofendido. En el caso del perdón divino, la petición de tal perdón y el arrepetimiento es relevante; en el caso del perdón humano, es importante tanto perdonar como ser perdonado.

La facultad de castigar y perdonar se ha considerado tradicionalmente como una de las prerrogativas esenciales del soberano, y, como muestra de civilización, como contraria a una carácter justiciero o vengativo del poder y como muestra de «clemencia», que evitaría añadir al mal causado por el delito el mal causado por la pena. El indulto (también conocido como perdón) es una causa de extinción de la responsabilidad penal, que supone el perdón de la pena.

La vida va siendo construida y nuestro tiempo transcurre en un devenir de quehaceres y emociones. Ahora todos sabemos que los momentos buenos se celebran y disfrutan, y ¿qué hay de los otros? ¿Qué sucede cuando por alguna razón me siento ofendido? ¿Qué hago con el dolor, que muchas veces se transforma en enojo o furia porque aquella persona de la que esperaba algo me defrauda?

¿Cuándo ese otro me frustra en lo que yo creo que debería ser su accionar? ¿Cuándo me quedo herido por el comentario mordaz, el desaire o la estafa? Lidiar con la frustración de que el otro no sea lo que yo esperaba puede llevarnos desde un estado de molestia, hasta un profundo dolor que nos sumerge en la desolación y el rencor con ansias destructivas.

Todos sabemos la marga que puede ser la hiel del odio y lo salvajes que pueden ser nuestros pensamientos rencorosos y resentidos. Hasta el más manso de los mortales comprende el sufrimiento por el que atraviesa el alma de un engañado, estafado o defraudado. Ahora, ¿cómo podemos ayudarnos a transitar el odio en un sentimiento más constructivo? Ya que seguir instalados en el enojo, la ira o el rencor no solo destruye una relación que puede ya no estar en nuestro presente sino que nos enferma el alma y el cuerpo.

Uno de los caminos, luego de haber reconocido el daño, la herida y al otro en su dimensión humana y limitada, es tratar de entender las circunstancias por las que hizo lo que hizo, lo más completas posibles, si actuó bajo presión, si estaba enfermo (adicto, compulsivo, sádico, etc.) y a partir de allí iniciar el camino de la compasión, allí donde el otro, yo y todos los otros somos seres de luces y sombras.

Somos seres con valores diferentes, gobernados por las miserias y los miedos. Integrar los pecados capitales, la gula, la ira, la codicia, la lujuria, la soberbia, la envidia y la pereza como parte de lo que nos representa y aquello con lo que todos debemos evolucionar en distintos momentos de nuestra vida.

Recuperar la empatía humana con ese otro y recorrer el camino del perdón aunque hayamos decidido que esa persona no esté más en nuestra vida. No se trata de continuar con una relación si se ha tornado tóxica. De lo que se trata es de recuperar la dimensión del amor dentro de nosotros. Aprender a perdonar es soltar a ese otro y a sus acciones. Es despegarme y volver a centrarme en mí. Volver a confiar en que todo cambia, todo pasa y en que no puedo controlar lo que los otros hacen pero si puedo elegir algo de lo que sucede en mi vida.

Para superar los enojos es importante reencontrarse con los propios límites y concientizarnos que nosotros también hemos herido a otro aún sin hacer nada, a veces sólo por estar allí ocupando determinado lugar. Finalmente la envidia también causa dolor y todos tenemos algo que alguien nos puede envidiar ¿o no?. Por eso compresión y compasión propia y de los demás.