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Soliloquio en un país sin salida. Por Carlos Penelas

Soliloquio en un país sin salida. Por Carlos Penelas

Lo he dicho muchas veces. Entre amigos, en artículos, en conferencias. Uno soñó otra sociedad, uno vivió otra sociedad. La decadencia, la imbecilidad, la tropelía parece no tener límite. Y la mentira, la mentira descarada. La evidencia demagógica, el populismo lleva más de setenta años. Es abrumadora la evidencia, el ensañamiento. Una izquierda atomizada, una idea fraudulenta se propone como una suerte de liberación criolla. Por supuesto, no sólo el peronismo es culpable. Vivimos una sociedad enferma donde todo vale y todo es una ficción. Triquiñuelas para niños, mascaradas que nos llenan de perplejidad. Se tardarán décadas en salir de esta encarnación. El populismo es una derecha reaccionaria, una mentalidad añeja, nefasta. ¿Qué podemos decir si se continúa creyendo – son credos laicos – en la Revolución Cubana, en la Revolución Venezolana o en la de Nicaragua? ¿Qué nos queda si pensamos en Irán o en la Rusia de Putin? Vale la pena recordar que Sartre apoyó las carnicerías de China y los gulag del stalinismo. La traición está a la vuelta de la esquina. Tal vez en estos días tenemos una breve esperanza. Pero, como decía mi padre, es tan poca que no vale nada.

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En un artículo que publicó Jorge Luis Borges sobre los poetas de Buenos Aires (1966), señala que “así como otros países, Inglaterra por ejemplo, sueñan con el mar, asi nosotros tenemos como una nostalgia de un tipo de vida infame y cuchillera”. Sabemos que toda realidad es compleja y que tal vez el juicio de Borges no se ajustaba a la realidad, o mejor dicho, lo simbólico de nuestra identidad quizá no sea precisamente esa. Pero no está del todo equivocado, no estaba del todo equivocado. Desde la época de nuestras luchas intestinas hay algo de perversión, de sangre en cada movimiento, en cada acto. Nuestro primer cuento, El matadero de Esteban Echevrría, nos muestra violación, tortura e intolerancia. En nuestros días lo vemos en  las barras bravas, en el crecimiento del lumpenaje, en las villas miserias, en la barbarie, el universo de las drogas,  en las escenas de la vida cotidiana, en el ocio represivo de las vacaciones,  en ciertas mitologías que tienen relación con lo más bajo de nuestro ser nacional.

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Los echaban. A los que no llevaban luto los echaban. Era obligatorio llevarlo. Mi padre no me lo puso. “Vas a ir a la escuela sin luto”. Yo tenía seis o siete años; sabía por las conversaciones en voz  baja de mi familia, que algo no andaba bien, “que los pesquisas”, “que la demagogia”, “que la delación”, “que la cárcel”. Mi padre dijo: “No usé luto por mi madre ni por mi padre”. Don Manuel era ateo, contestario. Creo que la poesía viene de ese mundo. Mi madre configuró lo suyo con su ternura y su silencio, seguro. El resto vino con el aire y la nostalgia. Y de muchachas hermosas que ayudaron a descubrir la sensualidad y el ensueño.

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 Años después comprendí mi infancia gracias a los autores italianos de postguerra. Moravia, Pratolini, Pasolini, Pavese, me llenaron los ojos de imágenes y de ideología. Luego vendría Visconti, De Sica, Rossellini… ellos me llenaron el corazón de pasión y de poesía. El cine y la literatura fueron conformando mi espíritu. Eran seres cercanos a mis sentimientos, a mi entorno. Hombres y mujeres que solía ver por las calles de mi ciudad, en los viejos mercados, en las plazas del barrio, en el café del tío Pedro. Por supuesto que ya sabía de Pérez Galdós y de Emilia Pardo Bazán.

Voces, hay voces que me llegan desde lo literario. Adulón es una de ellas. Otras. Comparsa, mascarada, petulante, ominoso, locuaz, lealtades inconfesables, obsecuente. Una más: carnestolenda. Son vocablos que no se relacionan con lo poético, que se vinculan con otros temas. Voces que me acompañan desde hace siglos, voces que escucho en sueños, en hospitales, en fábricas, en embajadas, en programas televisivos. Carl Jung escribió que “…la naturaleza aspira a expresarse, agotando sus posibilidades. El hombre, igual.”

(Hoy escuché por radio un reportaje a una profesora de literatura. Contaba que los alumnos no podían leer libros, que les era imposible en cuarto año leer una página de Don Quijote. Querían analizar textos de la cumbia villera. La profesora estaba desesperada. El periodista dijo con firmeza: “Bueno, bueno, ni una cosa ni la otra”.)

Cuando una estatua que personifica a un dios es tocada por la palabra cobra vida. Genera un mundo metafísico, una metamorfosis que opera sobre el tiempo cronológico. El individuo no es sólo el resultado de un proceso histórico. El individuo es un ser polifacético. (¿Qué miente la historia, el Poder, la familia? ¿Qué ocultan en cada acto mis palabras, mis sueños, mis miradas? ¿Qué oculta cada lector, cada uno de nosotros?) Lo romántico contamina la crónica, la historia; distorsiona los hechos. Me sigue entusiasmando el vuelo del pájaro, las olas del mar, el silencio.En todo soliloquio hay facetas múltiples, a veces contradictorias. Uno se muestra, mostrándose, compartiéndose. Eligiendo el riesgo permanente de buscarse a sí mismo, trascenderse sin diluirse en la abstracción. Hay un ámbito donde la inmediatez del hablar y la reflexión necesaria para hacer genuino ese hablar llegan a un acorde sostenido. “Escribo sobre el mar y el desierto”, señalo Albert Camus. Son varias las lecturas de ese testimonio. El resto son síntomas de infantilismo y soberbia.
Releo un artículo de Homero Alsina Thevenet, el erudito crítico oriental, cuando analizó Casablanca, el film de Michael Curtiz realizado en 1942.. El romance, nos dice, se parece a muchos otros, pero su encuadre es muy peculiar. Comienza con «el ascenso del nazismo en Alemania (1933), siguiendo con el exilio de judíos, comunistas y otros opositores, la invasión italiana a Etiopía (1935), la Guerra Civil Española (1936-1939), la ocupación nazi de Austria y Checoslovaquia (1938), la Segunda Guerra Mundial (desde 1939)…» Vale la pena verla, vale la pena volver a verla. Y leer nuestro presente.

Carlos Penelas

Buenos Aires, noviembre 2021

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