Cultivando la ecuanimidad

Por Gonzalo Pereyra Saez, autor de ‘En busca de la tranquilidad’

Hay una increíble tormenta y el viento sopla muy fuerte, se escuchan estruendos y se observan rayos en el cielo. Pese a esa condición climática, y bajo un diminuto paraguas, un meditador observa y parece inmutable. No está negando el clima, en absoluto, lo está contemplando, y puede reflexionar acerca de lo que hará para mojarse lo menos posible. No reacciona corriendo ante las primeras gotas de agua ni ante el sonido ensordecedor de los estruendos. No se estresa. Simplemente parece abrazar la adversidad del clima, no porque la haya deseado, sino porque ya está aquí, y sabe que no puede controlar la situación, entonces elige abrazarla. Y en ese abrazo, se esconde una seguridad interna que parece imposible, es lo que le permite decidir cómo responderá ante la situación. En el fondo sabe que su seguridad no depende del clima, pero sí de la forma en que reaccionará.

Upeksa es la palabra budista con que se conoce el concepto de ecuanimidad, y se la conoce como una de “Las Cuatro Inconmensurables” o actitudes sublimes que deben cultivarse para lograr la bodhicitta, es decir la mente iluminada o el espíritu de despertar.
A veces se confunde el concepto asociándolo a frialdad e indiferencia, pero muy alejado de eso, ser ecuánimes nos permite conectarnos con los cambios y la adversidad desde una conciencia plena. Cultivar la ecuanimidad resulta clave para alcanzar la verdadera tranquilidad, y se trata de encontrar estabilidad en medio de la inestabilidad de la realidad cambiante.

Más allá de lo agradable, feliz, aburrida o dolorosa que sea una determinada situación, la ecuanimidad nos devuelve al presente, y nos permite darle la bienvenida a lo que nos toque vivir, como si recibiéramos un pariente que ha venido desde muy lejos a visitarnos.

¿Qué pasaría si descubrimos un lugar, una posición, una actitud o un momento capaces de permitirnos observar con claridad y temple más allá de lo que esté ocurriendo interna o externamente?
Los excesivos juicios que nuestra mente realiza de los otros, del mundo y de las circunstancias, serán base suficiente para responder con parcialidad, dificultándonos ver con claridad y, por ende, perdiendo todo tipo de equilibrio emocional.

Y la imparcialidad para acercarnos a los demás, no nos vuelve fríos ni distantes, por el contrario, en lugar de importarnos algunos pocos que nos rodean y que consideramos íntimos, nuestro corazón se abre, libre de prejuicios, y comienza a interesarse por todos los seres de la misma manera.

Nos volvemos conscientes de que todos tenemos el mismo valor y somos dignos de estima.

Sin lugar a dudas, la práctica de Mindfulness es una forma efectiva para cultivar la ecuanimidad. Sin embargo, me pregunto, ¿qué nos impide ser ecuánimes?
El aprendizaje de los diversos modos de expresión emocional que hemos interiorizado ante determinadas circunstancias definitivamente nos pesa, y esa es la causa por la que se considera esencial enseñar a los niños desde pequeños a meditar, a tomarse un respiro antes de reaccionar, y a saber que no todo “está perdido” cuando las cosas no van como queremos. La enseñanza de fanatismos, etiquetas, pensamientos dicotómicos, rótulos, generalizaciones y prejuicios, serán los grandes enemigos de la ecuanimidad.

En nuestra Clínica hemos desarrollado un Programa de Mindfulness y Regulación Emocional para niños, y cada vez nos convencemos más de sus beneficios. Observamos a diario la forma en que ellos interiorizan hábitos que los conducen a una mayor ecuanimidad.
Si socialmente valoramos el aprendizaje de herramientas psicológicas que nos permitan lidiar con calma la adversidad, la educación de nuestros niños estará colmada de estos recursos.