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En el Limbo: un artículo de Carlos Penelas

En el Limbo

«Dios es fuente de toda misericordia,
pero no hay un solo caso en la historia
en que Él haya mostrado tal virtud
».

Mark Twain

Estimado lector, estoy confundido. No sé a qué atenerme. Tengo miedo por mi alma. En principio debo confesar que mis padres no se casaron por Iglesia. Esto creo que me predispone mal ante la eternidad. Hace cuestión de unos treinta años, un grupo de artistas plásticos, intelectuales y escritores – unos veinticinco en total – escribimos una carta al Santo Padre, Juan Pablo II, preguntando por el destino de las almas que aún estaban en el Limbo. Nos acongojaba saber cuándo los liberarían, hasta dónde ese mundo gris sin esperanza, esa imposibilidad de sufrir o de sentir. Nunca nos contestó. Ni el Príncipe de la Iglesia ni siquiera un Cardenal del África. Muchos de los firmantes han fallecido; que Dios los tenga en la santa gloria. Creo ser uno de los pocos que sobreviven a ese llamado angustioso.

Sabemos que en el Limbo – situado en el Primer Círculo según Dante –  esperan los virtuosos no bautizados o nacidos antes de Cristo. Soportan una pena espiritual en la que desean en vano ver a Dios. En los destinos más benignos aparecen con frecuencia autores importantes de la literatura. Desde el razonamiento de Parménides los griegos afirmaban la imposibilidad de que surgiera algo de la nada. La reencarnación es negada y el acontecer universal pasa de ser cíclico a lineal. La resurrección es el acto final. Mediante un Juicio Final se premia o castiga a las almas según la conducta seguida.

Por supuesto ha corrido mucha agua bajo el puente de Aqueronte. Intentaremos sintetizar. En 2015 el Papa Francisco afirma que en la Iglesia de Cristo no existe un castigo para siempre, sin retorno, inapelableLa Iglesia no condena para siempreLas puertas de la Iglesia de la misericordia y del perdón están siempre abiertas para el pecadorJesús vino a salvar y no a condenar. Y nos dice que “el cristianismo original no era el de la exclusión sino el de la acogida de todos, incluso de los mayores pecadores”.

Sigamos. La Iglesia defiende desde el siglo XV que el castigo del infierno es eterno. El sucesor del reputado teólogo Ratzinger (Benedicto XVI), Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se licenció en teología pero no llegó a doctorarse. En el siglo V, San Jerónimo estaba convencido de que no era conciliable la doctrina del infierno con la misericordia de Dios. El Concilio de Florencia (siglo XV) rubricó definitivamente la doctrina de San Agustín de un castigo y un infierno eterno. Sacerdotes y obispos eran conminados a que siguiesen defendiendo la doctrina tradicional “para que los fieles, por temor al castigo del infierno eterno, no pecasen”. Y no quiero meterme con el judaísmo, el protestantismo, los evangelistas o Mahoma.

Advierta, querido lector, que en ningún momento hemos mencionado las Bulas de Indulgencias, la “doncella de hierro”, el Concilio de Trento, los Evangelios Apócrifos, el Santo Oficio, Galileo Galilei, el Papa Gregorio IX y la normativa de Excommunicanus, “la pera vaginal o anal”, Cesáreo Fernández Carrasco, la Virgen del Collado, Salvatore Giuliano, San Hipólito de Roma, Juan VIII, los Pactos de Letrán, Albino Luciani, Jean Villot, Mino Picorelli, los negocios inmobiliarios, Banco dil Santo Spiritu, Credit Suisse, Olivetti, Ferrosmato, el caso Karadima, Roberto Calvi o Paul Marcinkus. Partes de otros evangelios de los cuales no deseo hablar.

Bueno, ahora mi duda. Juan Pablo II, en el Catecismo de la Iglesia Universal nacido de las discusiones del Concilio Vaticano II, abolió el Limbo. Curiosamente el teólogo de la liberación Leonardo Boff mantenía que Dios no condena a nadie para siempre. Boff fue condenado al silencio por Ratzinger cuando ocupaba el cargo de Prefecto.

Dante ilumina y confunde. Al menos a mí.  En el Noveno Círculo algunos de los actos cometidos que merecen terribles penas por asuntos religiosos son la simonía, la blasfemia, la herejía, la magia y la adivinación. Actos impuros con algún aspecto religioso: la lujuria, la sodomía, la seducción, el suicidio. Procurar el mal a la convivencia: la traición, la tiranía, la siembra de discordia. Procurar el mal material al prójimo: la estafa, la usura, la falsificación. Algunos actos de lujuriosos, golosos, iracundos y perezosos son también castigados, de una forma más benigna, en el Purgatorio. Y no estamos mencionando a nuestros demagogos, populistas, dictadores, sindicalistas, empresarios, políticos y demás caballeros. Disculpas, la literatura es otro de mis pecados.   William Blake escribió: «De la misma forma que la oruga pone sus huevos en las hojas más bonitas, el cura coloca sus maldiciones entre los gozos más excelsos«. El infierno, entonces, es ficción del género negro. Pero aun así, cuando Dante llega al infierno acompañado de Virgilio, encuentra papas y cardenales. Por último. Voltaire asegura: «Los santos padres no creyeron en la eternidad del infierno; les pareció absurdo que estuviera quemándose durante toda la eternidad un pobre hombre por haber robado una cabra».

Caro lector, reitero,  me preocupan aquellos seres nacidos antes de Jesucristo. Incluso los abuelos y bisabuelos del Christus dolens. Si alguien puede aclarar mi angustia, agradecido. Y en todos estos siglos qué acaeció o sucederá con los que sufrieron vejaciones o murieron en hogueras, cárceles, mazmorras, exilios. En fin, ¿usted me entiende, verdad?

Carlos Penelas

Buenos Aires, en el día de San Ildefonso de Toledo  de 2022