Exilio del amor. Por: Eduardo Sanguinetti, Filósofo

La Historia Oficial es represiva, nos prohíbe ser inactuales, bajo pena de ser eliminados del relato fabulado de la misma… en el espacio de este relato, el amor y el sentimiento amoroso fueron excluidos. En el sistema neoliberal, no son moda, no marcan tendencias, pareciera ser que son irrecuperables. Han caído fuera del tiempo “interesante”, carecen de sentido histórico, crean polé- mica y han sido remitidos al espacio de lo obsceno.
La vida amorosa y la trama de sus incidentes, son hoy de una increíble futilidad para quienes ostentan el poder y sus súbditos. Han marginado el amor al territorio de lo “inexpresable” y del “silencio”. Creo y he creído siempre, que la renuncia al amor se base o no en un pretexto de tipo ideológico, es uno de los grandes crímenes que en el curso de su vida pueda cometer un hombre dotado de todos sus elementos constitutivos: sensibilidad, instinto y sabiduría, cuidando de sí, en el espacio que nos ofrece la radicalidad del amor.
Si existe “algo” que parecía haber escapado hasta hace unos años a todo intento de reducción, haber resistido a los más grandes dictadores de tendencias y pesimistas, este “algo” era el amor: único sentimiento que puede reconciliar a cualquier ser, temporalmente o no, con la idea de la vida y su sentido.
El discurso del amor pareciera hoy estar divorciado de la existencia de los pueblos, exiliado e instalado en un espacio de soledad extrema, en un Gulag metafórico. Un discurso despreciado a veces, ignorado otras, sin práctica en las nuevas generaciones abandonadas a relaciones sistemáticas de alienación en un consumismo extremo, cual norma y regla de existencia.
El amor está asfixiado por la profusión de pornografía reinante. “La sexualidad se desvanece en la sublimación, la represión se desvanece con mucha mayor seguridad en lo más sexual que el sexo: el porno. Las cosas se desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad”, decía el comunicador y filósofo francés Jean Baudrillard, con quien coincido y sumo a otros asesinos del amor: la publicidad a repetición hasta alcanzar el vértigo, donde los cuerpos, cual objetos de consumo se nutren de obesidad y simulada obsesión de placer no consumado, liberado del afecto que transmiten los estados de deseo y la sensibilidad del instante, que requieren las prácticas del amor. El excesivo consumo de las promociones mediáticas, en plan sistemático de degradación de seres, deviene en que hablar sobre el amor adquiera un carácter subversivo para quienes lo sentimos y cristalizamos como acto de vida.
Hoy, la libertad individual se encuentra restringida y acotada en sus prácticas sexuales, con la integración del sexo espectáculo, virtual y sus operaciones digitales. La sociedad articuló nuevas maneras de controlar al individuo, mediante la producción de “máquinas de follar”, es decir individuos que siguen las tendencias de una aparente liberación sexual, pero sin los “Principios del placer”, indispensables para una plena sexualidad.
Un simulado erotismo y sus vertientes en versión virtualizada, subyace y reinan en el relato pormenorizado de la actualidad pornográfica. Los/as, protagonistas-estrellas del nuevo mundo de la “cultura del virtual siliconado”, asimilados/as a una farándula que dicta y rige. Súper star del porno virtual, se legitiman con solo estar y posar, relatando sus tránsitos, y experiencias vividas en lenguaje procaz. Cumplen así, los rituales de esta novísima tradición del hoy, devenida en “literatura metamorfoseada de la aldea global”.
Estas tendencias represi vas y regresivas acompañan la creación de una comunidad, ya en acto, bajo una administración absoluta del hombre, y las alteraciones simultáneas del modo de trabajar, comprar, vender, transitar y follar, socavan los fundamentos de la vida en libertad. A la palabra amor, deseo humildemente restituirle su sentido de vinculación total a un ser humano, fundada en el ineludible reconocimiento de la verdad, de ¡nuestra verdad! en un “alma y en un cuerpo”, que son el alma y el cuerpo de aquel ser al que amamos.
Al amor, que una inmensa mayoría de fanatizados, amargados impotentes, se han complacido en infligirle todo tipo de generalizaciones: amor filial, amor divino, amor a la patria, etc., para ocultar su incapacidad de amar. El hombre goza aún de un mínimo de libertad para creer en su libertad. Algunos hombres somos dueños de nosotros, aún. Tan solo de nosotros depende elevarnos más allá de la cotidianeidad y del pasajero sentimiento de “cosa archivada”. Pues entonces, despreciando todas las prohibiciones, sirvámonos de la vengadora arma del sentimiento, contra la bestialidad de todos los sujetos-objetos… y amemos.