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FIBA: Durante la función de Un enemigo del pueblo, se generó una situación más que incómoda.

Algo inesperado sucedió durante el estreno de Un enemigo del pueblo que se presentó en el San Martin, en el marco del FIBA: uno de los actores le preguntó al público qué opinaba de todo eso que estaba pasando. Si estaban del lado de quien defiende el progreso económico a pesar de que ese avance afecte la salud y los principios de un pueblo, o si apoyaban al único hombre que denunciaba la mentira de ese crecimiento, aunque hacerse cargo de esa verdad implique la quiebra financiera. La mayoría de los espectadores levantó la mano, eligiendo esta última opción. Pero esa respuesta no fue suficiente para el elenco alemán: preguntaron por qué. Entonces, los actores comenzaron a repartir micrófonos y se armó una discusión en plena representación, que incluyeron quejas por el estado del Riachuelo, críticas al poder de los medios de comunicación y hasta un pedido del público para que hable el funcionario que estaba en la sala: el director del FIBA, Darío Lopérfido, quien se tuvo que levantar y decir lo que pensaba de la obra, a pesar de los silbidos y las críticas de la gente. Esta catarsis social que se dio en plena representación sucedió durante la noche del domingo, cuando se estrenó en el San Martín una de las obras más esperadas del FIBA: una versión de Un enemigo del pueblo de Ibsen, realizada por un director transgresor, radical y provocador: el alemán Thomas Ostermeier. Su propuesta de traspasar los límites del teatro y demostrar la fuerza política de la representación tuvo en Buenos Aires una respuesta inesperada: si bien forma parte de su planteo estético el hecho de que los espectadores participen activamente de la obra, en Buenos Aires, claro, la situación se desbordó y superó las expectativas de los actores. Tanta gente quería hablar, que en un momento el protagonista de la obra se tuvo que parar y pedir casi a los gritos que hicieran silencio, para poder retomar la función. El discurso político era explícito: la obra denunciaba el sometimiento del sistema capitalista y cómo desde pequeños la sociedad nos estructura para decirnos cómo hay que amar, sentir, trabajar, crear y hasta comer. «¡A nosotros nos pasa lo mismo con el Riachuelo y nos dejamos mentir durante años!», gritó una espectadora. Enseguida, tomó el micrófono el músico Diego Frenkel –que estaba entre el público– y dijo: «En nuestro país, más que el poder económico el poder que más nos afecta es el de los medios de comunicación. Hay una ley que tenemos y no puede aplicarse”. La gente lo aplaudió efusivamente. Mientras aumentaba el alarido social, uno levantó la mano y dijo: «Pero acá tenemos un funcionario público ¿por qué no le pedimos que hable?» La referencia era directa hacia Darío Lopérfido (ex secretario de Cultura del gobierno de De la Rúa). El político tomó el micrófono: «No soy funcionario, lo fui. Ahora soy director del FIBA.» Esas palabras bastaron para que comenzaran los silbidos. Pero Lopérfido siguió: «Voy a responder lo que preguntan los actores. Yo estoy del lado de Stockman (el hombre que denuncia la crisis social). La obra nos dice que los que triunfan son los otros, porque la gente no quiere perder el bienestar económico. Y siempre hay complicidad de la sociedad civil, como nos pasó acá con la dictadura y en Alemania con el nazismo.» Pero la multitud ya no escuchaba, el germen teatral había dado origen a una pequeña histeria colectiva. De fondo, un sesentón cansado, le gritó al funcionario: «¡Lopérfido no me expliques la obra!» El teatro –un hecho vivo e irrepetible– estaba en acción. «