Franco Rotelli: «El desafío en Argentina es crear instituciones coherentes con la ley de salud mental»

El psiquiatra italiano, Franco Rotelli, pionero en el trabajo de desmanicomialización que se realizó en su país en los años 70, consideró que “el desafío en Argentina es crear instituciones que sean coherentes con la Ley de Salud Mental”, a la que calificó de “muy buena”.
“Si un tiempo atrás era interesante discutir desmanicomialización o desinstitucionalización, hoy el tema es cómo crear instituciones democráticas que atiendan más a la persona y menos a la enfermedad, más a sus derechos y menos a las terapias», dijo Rotelli en una entrevista exclusiva con Télam.
De paso por el país, donde llegó para participar de una jornada que se realiza el lunes en el Congreso para debatir las reformas en los sistemas de atención en salud mental, el experto italiano -que es presidente de la Conferencia Permanente por la Salud Mental en el Mundo- aseguró que para implementar la ley “se necesita una gran planificación, recursos, capacitación de los profesionales y sensibilización para desestigmatizar la locura”.
Durante la década del 60 se inició en Italia un proceso de transformación en el campo de la salud mental, cuyo promotor fue Franco Basaglia, y que apuntó a reconocer a los pacientes como seres humanos con plenos derechos.
Uno de los puntos centrales de esta reforma fue la erradicación de los hospitales monovalentes, más conocidos como manicomios, donde las personas se “encuentran aisladas, masificadas y en condiciones que fomentaban la marginación y el estigma”.
Nacido en un pueblo cerca de Milán, Rotelli estudió Medicina en Parma, donde conoció a Basaglia en el último año de su residencia en psiquiatría y, a principio de los 70, trabajaron juntos en el Hospital Neuropsiquiátrico de Trieste, en el norte de Italia.
-¿Cómo comienza la idea de desmanicomializar?
– Cuando comenzamos a trabajar en los hospitales psiquiátricos vimos que la situación era inaceptable. No tenía nada que ver con la Medicina, ni con la Psiquiatría, ni con las terapias sino con la distribución social, con la violencia, con la negación de los derechos.
Pensamos que no podíamos hablar de “custodiar” a la gente como forma de terapia: queríamos curar, y los neuropsiquiátricos eran lo contrario a la cura. Entonces empezamos a decir que no tenía sentido internar a la gente en un lugar para toda la vida, que no tenía sentido destruir la libertad de esa gente, por el contrario teníamos que construir posibilidades para que puedan ejercer su libertad. Teníamos que responder a sus necesidades básicas, ver qué les faltaba, qué necesitaban las personas y no qué necesitaban las enfermedades.
-¿Cómo fue concretamente el proceso que culminó con el cierre del neuropsiquiátrico de Trieste?
– Al principio fue difícil, pero paulatinamente le explicamos a la población cuáles eran las condiciones de vida de las personas que estaban en los manicomios, y cuando la sociedad tomó conciencia de lo que pasaba también empezó a decir: ‘Esto no puede ser’.
Allí arrancó un proceso de cambio donde médicos y enfermeros salieron junto a los pacientes, no es que los mandábamos solos a la calle, sino que fue un trabajo de muchos años de acompañamiento. Elaboramos una serie de recursos que implican una terapia comunitaria, esto es, el paciente es tratado dentro de la sociedad.
Creamos lugares protegidos, trabajamos con las familias para lograr su reinserción, pusimos centros de salud mental en distintos lugares de la ciudad que trabajan las 24 horas y que tienen algunas camas para situaciones de crisis, creamos empresas sociales y espacios donde se realizan talleres de todo tipo, y se crearon servicios de salud mental en hospitales generales.
-¿Cómo son las empresas sociales?
-En el sistema capitalista mucha de la socialización en el mundo adulto se da en el trabajo, entonces, un trabajo es más que un ingreso de dinero. Para las personas con trastornos mentales el trabajo es una forma de mantener una conexión con la realidad, con tareas concretas. Por eso hay que crear condiciones de trabajo inclusivo.
Las empresas sociales son lugares donde trabajan personas que tiene problemas mentales con otras que no, donde el espíritu es empresarial y no asistencial aunque se necesita ayuda del Estado porque es probable que su productividad no sea la misma.
-¿Todavía hay resistencia para aceptar este cambio de paradigma?
– Si, hay dos tipos de resistencia. Una proviene de los que piensan que el sistema público de salud no va a dar los recursos necesarios para trabajar de esta forma. Digamos que creen que la idea es muy buena pero impracticable. Luego están los que consideran que la enfermedad mental es biológica y que se tiene que curar con medicamentos y en hospitales monovalentes. Esta gente no tiene en cuenta los problemas de los pacientes y tampoco que hace cuarenta años que venimos hablando de psicofármacos, los cuales no han mejorado casi nada su eficacia en todo este tiempo.
-¿Qué condiciones se tienen que dar para poder llevar adelante un proceso de desinstitucionalización?
-Creo que no hay conciencia en la plata que se invirtió en todo el mundo en construir estos grandes hospitales psiquiátricos, entonces hoy se necesitaría invertir muchísimo dinero también en estas nuevas formas de servicios. Hay que destinar fondos para garantizar que esa inserción sea real y no sea violenta ni para el paciente y ni para la sociedad. Tiene que haber profesionales que trabajen junto a los pacientes dentro de la comunidad.
En el caso de Argentina, si se hizo esta ley hay que crear todos los recursos para que la acompañen, pensar cuántos servicios en hospitales generales se necesitan, dónde ubicarlos, cuántos centros de salud comunitario se van a hacer, cuántos profesionales se van a necesitar, cómo se los va a capacitar en esta nueva perspectiva y cómo se van a apoyar las pequeñas experiencias que están ya funcionando.
El encuentro del lunes, donde referentes de distintas disciplinas y orígenes van a debatir sobre las reformas a la ley, es muy importante porque la Ley de Salud Mental fue más bien impulsada por sectores jurídicos y de derechos humanos, pero se necesita concienciar y comprometer a los trabajadores de la salud con este nuevo paradigma.