Fútbol: imagen de un país. Por Carlos Penelas.

El escándalo ocurrido hace unas horas en el encuentro entre Boca y River es un claro ejemplo de la hipocresía, la complicidad, la política, la farsa, la entronización de un deporte que hace décadas sirve para el negociado, la infamia y el lavado. La sanción que recibió Boca es de un fariseísmo, de una santurronería que no tiene límite.

Los hechos ocurrieron a la vista. Todos vimos chantaje, extorsión, bochorno, bajo las luces de las torres de iluminación. Vimos hinchadas, brazos en alto, fuegos artificiales, bengalas, drones. Vimos salvajismo, irracionalidad, violencia, desparpajo. Llevamos archivos, antecedentes, episodios infames. Sino hacemos una lectura política e ideológica del fútbol – y de éste partido en especial – nos equivocamos, estableceríamos un racionamiento maniqueo. Las muertes en los estadios, los robos, los incidentes, la droga, forman parte de un sistema, de una estructura social, del pensamiento nacional y popular. Aquí celebramos y brindamos con un gol realizado con la mano; en Europa los jugadores ganan fortunas incalculables sin que nadie se mosquee. Equipos de fútbol que ganan torneos con diferencias de veinte o treinta puntos de diferencia. Se tapan cloacas, injusticia, miseria, hambre, robos, xenofobia. Los energúmenos de la birra y el chori no tienen discurso, el discurso es del político no del tumbero. Más claro: el tumbero trabaja para el puntero y así sube la escalera, el túnel de salida y eleva la copa del Torneo Casaicina y Trapos Unidos Venceremos. El populismo ganó. Y ganó para mucho tiempo. Mucho son décadas.

Hasta la literatura se convierte en farsa cuando se contagia del idilio histórico, se acaban por devorar hasta las bromas subversivas. Hay un ejemplo que siempre traigo a cuento entre mis alumnos, el de Kundera. El protagonista de La broma, Ludvik Khan, le hace llegar una tarjeta postal a su novia, una joven comunista de lo mas seria y celosa que parece amar más a la ideología que al propio Ludvik. Como éste no concibe amor sin humor, la tarjeta que le hace llegar dice: “El optimismo es el opio del pueblo… ¡Viva Trotsky! (Firmado) Ludvik.” La broma le costará la libertad. “Pero camaradas era sólo una broma” intentará explicar antes que lo lleven a trabajos forzados a una mina de carbón.

Es alarmante la desintegración social y decadencia que atravesamos. La lista es enorme. Empezamos con la mentira como política de Estado. Aquí traemos una vez más un ejemplo eterno: Rebelión en la Granja de George Orwell. Los cerdos se aprovechan y rompen las reglas. Benjamín, el burro, tenía razón.
La corrupción generalizada permanece impune, es más, se justifica, se la aplaude y se la alaba. (La pasión ante todo, no se olvide distraído lector. Todo por la pasión, la fe, la hinchada, la mística). Y las redes mafiosas enquistadas, la pobreza estructural, las soluciones mágicas, la desnutrición infantil, la educación pésima. La lista sigue.

Lo inverosímil se hace verosímil. Como escribió George Bernard Shaw: “Algunas personas miran el mundo y dicen ¿por qué? Otras miran el mundo y dicen ¿por qué no?”
Uno siente que hay seres que se fueron apoderando de su intimidad, de sus recuerdos, de su mundo interior. Le fueron demoliendo la casa. Por eso un escritor como Chejov o Lampedusa nos revelan el misterio, el secreto de la existencia. Cada día, a toda hora, hay una mirada o un silencio que nos acorrala, que nos quita vitalidad. Mi padre solía reiterar que “el hombre no envejece, lo envejecen.”

Carlos Penelas
Buenos Aires, mayo de 2015


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