Inclusión visible y sustentable

Por Jenifer Jarak, Directora de Acciona por la Inclusión, www.accionainclusion.com

La inclusión requiere de acciones de valor que no queden en el reconocimiento de la dificultad, sino en los pasos operativos para que empiece a ser realidad concreta

Recurrir a las definiciones concretas siempre es un buen modo de iniciar el camino. Para la Real Academia Española «prejuicio» es un término que proviene del latín. Procede de la palabra praeiudicium que puede traducirse como “juicio previo”. Es la acción y efecto de prejuzgar (juzgar las cosas sin tener cabal conocimiento o antes del tiempo oportuno). Un prejuicio, por lo tanto, es una opinión previa acerca de algo que se conoce poco o equivocadamente.
Los prejuicios, entonces, se construyen en función a las opiniones que se elaboran antes de juzgar as evidencias reales. Un prejuicio es una crítica que se realiza sin tener los suficientes elementos previos para fundamentarla. Una de las implicancias más severas de la puesta en marcha de un prejuicio es su facilidad de réplica, que termina reproduciendo un estereotipo.
Estos mecanismos se vinculan directamente a formas de pensar asociadas a la discriminación. Los prejuicios suelen ser negativos (se rechaza a algo o alguien antes de tener el conocimiento suficiente para juzgarlo con motivos) y fomentan la división entre las personas sin tener el adecuado saber.
La construcción de prejuicios no es una acción individual, sino que se refrenda por la actuación de los diversos actores sociales. La escuela como eje formador del saber, las empresas como depositarias de la gestión económica y social de una comunidad, las estrategias publicitarias y de marketing como canalizadoras de los mensajes representativos son algunos de los roles participantes en la gestión de los prejuicios. Son activamente responsables de su transmisión, así como de la posibilidad de derribarlos.
Una mirada hacia la inclusión, en este escenario, debe atravesar la realidad en todas sus rutas y convertir en protagonista particular a cada sujeto desde el lugar donde esté ya sea como integrante de la familia, del entorno social o en el trabajo activo con las empresas.

La familia como motor

El sujeto base de la comunidad, la unidad primigenia de una sociedad es el núcleo familiar. Desde allí emergen las impresiones que saltan a la sociedad. Es en ella donde se cuece el protagonismo inclusivo y se gesta como valor. El trabajo activo sobre las propias capacidades y posibilidades y las formas adecuadas de inserción en el mundo requiere de formación para los padres, las madres y la familia ampliada. El primer paso de la acción requiere una concientización sobre la emoción, el lenguaje y el cuerpo.
Frente a este enfrentamiento con lo propio, es preciso crear un desaprender sobre los prejuicios o preconceptos, para volver a aprender con conocimiento real y valioso. Principios esenciales como la adaptabilidad, la confianza y la creatividad juegan papeles fundamentales en ese nuevo proceso de construcción del saber. Detectar y construir sistemas de contención que ayuden en el proceso y el tránsito hacia entornos inclusivos y una adecuada interpretación de la realidad auguran un paulatino ajuste hacia una realidad más clara y enriquecedora.
Mostrarse y contarse tal cual se sienten o son descubre nuevas posibilidades. Encontrar modos de llevar adelante las actividades que se desean y ocuparse también de la salud emocional.

El eco del saber

Las entidades educativas son las primeras instituciones que incorporan a los sujeto en su proceso de socialización. Como tales, son responsables activos en la construcción de modelos de convivencia. Si promueven estructuras que separan, disocian o clasifican, fundan actitudes respaldatorias en ese sentido. Por ello, trabajar profusamente en los centros educativos es un paso natural que acompaña a las familias en la tarea inclusiva, pero, a la vez, edifica y expande los modelos que los sujetos en formación reproducirán en el transcurso de sus vidas.
Anclarse en el discurso de la diversidad no es una solución a la inclusión. Lo discusivo ha de ser el primer ladrillo en la pared. La escuela inclusiva promueve la formación y acompañamiento de docentes capacitados, la incorporación de padres comprometidos, la creación de un entorno de pares que valoren y resignifiquen las diferencias, y una actitud abierta para recibir orientación y guía del equipo terapéutico externo, integrando a toda la comunidad en una tarea conjunta y proactiva en todos los sentidos.
En esta instancia, no se trata de que tenga un lugar en el aula, sino de trabajar con toda la comunidad, con dispositivos tales como charlas a todos los padres, actividades de experimentación con alumnos, talleres para docentes, trabajar sobre el valor de la amistad y las diferencias que supone, etc.. Es, precisamente la escuela, la que puede fomentar la diversidad y valorarla como tal, permitiendo descubrir el valor de aquello que el otro diferente de mi tiene para enriquecerme.
Las entidades de salud son un eje tan activo y profundo como lo son las escuelas en otra área de la vida cotidiana. En ellas es esencial producir un cambio que exceda el diagnóstico, donde la personalización de un sujeto con o sin discapacidad, requiere empatía personal y para con la familia.
Que el tiempo de espera sea breve, considerar al paciente aunque esté acompañado, dirigirse al sujeto de acuerdo a su edad, dedicar el tiempo que el concurrente necesita, evitar interrupciones durante la visita, anticipar cómo será la consulta, poner a disposición todos los recursos necesarios para que cada persona pueda tomar decisiones con conocimiento sobre su salud, hacer uso de un lenguaje que el paciente pueda comprender, proponer un diagnóstico diferencial, funcionar como promotor de la inclusión son alguno de los muchos puntos que las entidades de salud pueden poner en marcha.

Negocios en fase on

La vida cotidiana de todos los sujetos se desarrolla en relaciones permanentes con el mercado. Intercambio, trabajo, proveedores, clientes, consumidores, visitantes… la función de las empresas impacta en las personas no sólo en materia de inclusión laboral.
Las corporaciones, además, interactúan a través de sus prestaciones. Por ello, la inclusión se conduce por productos y servicios que puedan consumirse y usarse por la mayor cantidad de personas. El marketing inclusivo permite resolver necesidades y satisfacer deseos del modo más autónomo posible, confortable y seguro.
Todas las marcas están en contacto con personas con diversidad funcional a través de sus productos, servicios y entornos. Son ellas mismas las que deben determinar qué rol deben, quieren y pueden ocupar para promover la inclusión en sus propuestas.
Las marcas con propósito han de ser pioneras en diseñar acciones visibles y sostenidas en el tiempo que promueven inclusión social y una convivencia en la diversidad. Son aquellas que decidirán capacitar a equipos de atención al público para trabajar la empatía hacia el cliente diverso.
En uno de cada cuatro hogares argentinos vive una persona con discapacidad que tiene gustos y preferencias particulares, pero que muchas veces no puede consumir lo que desea por no estar diseñado adecuadamente para su uso o consumo. El concepto de diversidad funcional hace referencia a la falta de adaptación del contexto y no a las limitaciones.
Pensando en la diversidad podemos incluir a las personas mayores (12% de la población), y a quienes tienen temporalmente alguna necesidad funcional especial (un valor que se estima en un 40%). Es dable generar impacto sostenible en la persona con diversidad funcional, directo en su familia, e indirecto en su comunidad de pertenencia, logrando de este modo un efecto multiplicador.
Es preciso considerar acciones visibles y sustentables, que generen mejoras continuas en productos, servicios y entornos. Este esquema es posible con la implementación de un sello de convivencia: una comunicación simple y dirigida al consumidor que permite a las marcas destacarse por su acción concreta de inclusión, derribar barreras y, por consiguiente, creencias.