«Indiferente a la indiferencia» Eduardo Sanguinetti, filósofo y poeta.

No hablaré sobre imperios en putrefacción, ni de monarquías, ni de repúblicas estúpidas, de dictaduras genocidas, ni de amor a la patria, ni de abyecta neutralidad… ni de la vejez como horror ejemplar, sobre el suicidio de los pueblos… ni del hecho que las revoluciones no han aportado lo que deseaban… pero no cuento nada tampoco sobre Kafka, Cortázar, Camus, Foucault, Sartre, Onetti, Miller, Vian, Derrida, Joyce, Piazzolla… pero me pregunto si no debería de todos modos presentar alguna ‘cosa’ optimista, al estilo de los tiranos… algo grotescamente fatalista, algo sobre la tristeza, la fantasía, la melancolía, la mentira… como se hace dinero o bien como se pierden los amigos y el dinero… todo es malentendido, en la medida en que la muerte misma no es otra cosa que un malentendido.

Sería inteligente citar un poema de Baudelaire, una frase de Proust… acordarnos también de los sacerdotes, de los médicos, los físicos y los guardias suizos… Que me hagan sonreir quienes gobiernan, los fanáticos o los poderosos de turno, no es casualidad.

Todo esto tiene algo de imposible, de inaudito… pero pienso que no hay nada que exaltar, nada que condenar, nada que acusar, pero hay muchas cosas risibles, todo es risible cuando se piensa en la muerte.

Se atraviesa la vida, se reciben impresiones, no se reciben impresiones, se atraviesa la escena, todo es intercambiable, se recibe una formación más o menos buena en la tienda de accesorios: ¡Qué error! se cree comprender: una humanidad que no sospecha nada y desconfía de todo, hombres con simplicidad, cierta bajeza y la pobreza de sus necesidades. Todo es prehistoria altamente filosófica e insoportable. Los siglos son pobres de sentido, los componentes de la tontería, la intolerancia y de la bestialidad más intransigente se han hecho necesidad cotidiana. Los estados, los gobiernos y los pueblos son estructuras condenadas sin cesar a la calumnia… al fracaso, al asesinato concreto y metafórico.

La vida es desesperación en que se apoyan las filosofías, las que, finalmente son prometidas a la demencia, al diseño, a la publicidad y a la mercadotecnia de última generación del milenio, chatarra desechable, en futuro próximo… Instrumentos de la decadencia, criaturas de la agonía, todo es claro, nada se comprende, ¿no?

Pueblan un traumatismo, tienen miedo, tienen derecho a tener miedo. Lo que piensan ha sido ya pensado, lo que sienten es oscuro. No tienen que tener verguenza del desprecio que sienten aquellos que tienen tierras a los que no tienen necesidad de tierras, los sedentarios desprecian a los que no se detienen nunca, los ricos a los pobres, los pobres a los ricos (naturalmente), los religiosos a los incrédulos, los incrédulos a los religiosos, los del campo a los de la ciudad, los de la ciudad a los del campo y etcétera. Todo el mundo desprecia a todo el mundo… pero entonces ¿qué queda?… es evidente que la pregunta es completamente idiota.

¿Y este texto no es más trampa que salida?, ¿no es más que un truco que embauca, una demostración que aplaca, una retórica que persuade, un metalenguaje que inhibe?… afortunadamente no, voluntariamente no.

Mientras desde los poderes se proponen modelos suaves, dulces, débiles, tan complejos y sutiles como una caricia, la realidad se dispone entrevé rotunda, agria y dura como una trompada. ¿Cómo definir un lugar donde todo lo que no está prohibido es obligatorio?. ¿Cómo nombrar a un sistema que denuncia como reaccionaria cualquier crítica?… ¿a una academia invisible que denuncia como académico toda confrontación de ideas?, ¿Acaso como una especie nueva de despotismo que se pretende definitivamente dialéctico? por lo que resulta antiadeléctico… ¿Un «pluralismo fundamentalista» que se previene contra todo cambio, proclamándose la Era del Cambio?. Contra la discusión y la relativización, proclamándose la Era de lo Relativo.

Una situación de bajas defensas perfecta para el advenimiento de todo tipo de nostalgias de disciplina o de obsesión de diferencia: la puerta abierta a fundamentalismos, racismos, academicismos y mesianismos camuflados de progreso… de huídas hacia atrás o hacia adelante, en arte, política y vida.

La autoría se transforma en autoridad, en status, la profanación se vuelve sagrada. El culto y la transgresión de los límites se transforma en una forma de centralidad excéntrica y la realidad se transforma en sujeto del destino, mientras el autor es apenas su objeto.

El escepticismo no proviene, como piensa el escéptico, de ver demasiado, sino de tener la vista cansada. El escéptico es una víctima del sentido. Uno se siente entonces tentado a volverse escéptico del escepticismo, indiferente a la indiferencia, en un nueva modalidad de pasión.

El desafío es vivir sin la ficción de los valores vetustos que hemos heredado, que han hecho nido en nuestro ADN. No más allá, sino más acá del bien y del mal, del entusiasmo y la decepción, de creencias y nihilismos. Aquí donde todo es cercano, apasionante, doloroso y vivo. ¡Ah! y sin tranquilizantes.