José Sacristán moribundo recorre la Argentina en el road movie “El muerto y ser feliz”

Paulo Pécora, enviado especial
El reconocido actor español José Sacristán es el protagonista de “El muerto y ser feliz”, una infrecuente road movie de Javier Rebollo que compite por la Concha de Oro del Festival de San Sebastián.

La nueva película de Rebollo, el mismo director de “Lo que sé de Lola” y “La mujer sin piano”, es una coproducción argentina que abrió la Competencia Internacional del festival donostiarra, donde también se presentó “Blancanieves”, una exquisita fábula del vasco Pablo Berger, muda y filmada en blanco y negro en base al famoso cuento de los hermanos Grimm.

“Este personaje era un traje a la medida para mí. Hay una nostalgia latente en su existir. Es un hombre que está huyendo de la muerte y, al mismo tiempo, está corriendo hacia ella”, afirmó Sacristán, quien aludió como inspiración a “Cara de acelga”, una película que él mismo escribió, dirigió y protagonizó en 1986.

El actor, muy recordado en la Argentina por su papel en “Un lugar en el mundo”, de Adolfo Aristarain, encarna a un asesino a sueldo español que vive en Buenos Aires y un día toma conciencia, en la última planta del Hospital de Clínicas, de que se está muriendo a causa de tres tumores cancerígenos que lo aquejan.

Viendo que se le acaba el tiempo, Santos –así se llama el personaje- huye del hospital con un cargamento de pequeñas dosis de morfina, acepta un último encargo como asesino que no cumple y, con ese dinero, toma su camioneta y emprende una fuga hacia ningún lugar, un viaje de más de 6.000 kilómetros a través de distintos paisajes y pueblos de la Argentina.

“La película no trata de hacer un retrato realista de un país concreto, ni una crónica, sino una interpretación subjetiva sobre un territorio real e imaginario”, destacó Sacristán, quien dijo conocer muy bien a la Argentina, a la que calificó de “país acojonante, ya que existe una curiosidad latente en sus habitantes por todo aquello que tiene que ver con la cultura”.

En “El muerto y ser feliz”, el director Javier Rebollo ofrece una aventura cinematográfica lúdica, en su forma de jugar con géneros como la road-movie y el policial negro, pero sobre todo por su extraña forma narrar las peripecias de este asesino tan particular, a través de dos voces en off omniscientes, que avanzan junto a la imagen, informan, redundan y se contradicen a sí mismas.

En declaraciones a Télam y otros medios de prensa, Rebollo explicó que se trata de “voces completamente cinematográficas que nos abren la película a todas las posibilidades. Gracias a esas voces todo es posible».

«Lo que buscábamos era crear una sospecha de lo real y decir: No se fíe usted de todo lo que ve, las imágenes no son lo que parecen, hay que desconfiar de ellas”, resaltó.

Y añadió: “Esas voces estaban muy pensadas y son muy ricas. Son voces que al final te arrastran e hipnotizan, y que a mí me sirvieron mucho en lo cinematográfico, porque en algunas escenas me permitieron lograr que convivan en un mismo plano el presente, el pasado y el futuro.”

Protagonizada por Sacristán, la uruguaya Roxana Blanco y el crítico de cine, también uruguayo, Jorge Jellinek, “El muerto y ser feliz” es una película de carretera, una road-movie, un policial negro, pero también una comedia fundada en el absurdo que toma los estereotipos de esos géneros para deformarlos, quitarles todo vestigio de solemnidad y convertirlos en elementos de un juego cinematográfico.

En relación al papel de Sacristán, Rebollo dijo que “hay una forma psicológica de interpretar y otra que es poética, que llega a la verdad desde otro camino. Santos era un personaje lúdico, ni grave ni solemne. Es muy difícil filmar la muerte y nosotros quisimos hacerlo con ternura y humor. De hecho, él no muere, Santos es inmortal”.

“Elegí filmarla en la Argentina por las distancias de este país enorme y por el color y el calor humano de este país que quiero», recordó el realizador, que rodó entre mayo y junio de 2011 en exteriores e interiores de Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy.

“Haber hecho la película a lo largo de 6.000 kilómetros no es algo que la haga ni mejor ni peor, pero sí mucho más genuina. Para mí, en algún aspecto es casi un documental, un filme de cinema verité, porque los argentinos son así de surreales, absurdos, locos y maravillosos al mismo tiempo”, destacó Rebollo en relación a los curiosos personajes que Santos se cruza en su viaje.

«Lo más importante ha sido seguir a la película allá a donde ha querido llevarme; como los protagonistas, no hemos mirado mapas ni tomado rutas principales, solo las secundarias, desconocidas e intrincadas, y nos hemos dejado sorprender. Las cosas más hermosas de esta película han pasado por casualidad”, concluyó.

En la Sección Oficial, pero fuera de concurso, también se presentó “Argo”, superproducción dirigida y protagonizada por el estadounidense Ben Affleck, que tiene como marco histórico la toma de la embajada estadounidense en Teherán en noviembre de 1979, cuando jóvenes y militantes irrumpieron en la sede diplomática mientras la revolución iraní alcanzaba su punto más alto.

En su tercer largometraje como director, Affleck se centra en una operación secreta de la CIA, que a través de un ardid cinematográfico –la supuesta filmación en Irán de una película de ciencia ficción llamada “Argo”- logró rescatar del país persa a seis de los 52 estadounidenses que fueron tomados como prisioneros en la revuelta.

Si bien acepta el grado de responsabilidad de Estados Unidos en los hechos que causaron la revolución iraní (ya que urdió un golpe de Estado para erigir a una dictadura sangrienta y tener acceso directo a su petróleo), el filme enarbola un discurso anti-iraní y abusa de emociones, sentimentalismos y golpes de guión para ensalsar las actividades secretas de la CIA en otros países.