La real capacidad del ser

Por María Angélica Campero, psicóloga de Fundación Río Pinturas (www.riopinturas.org.ar).

En muchas ocasiones, los conceptos de discapacidad y capacidad son concebidos, desde el imaginario social, de forma antinómica. Cuando se refiere al concepto de capacidad, ésta supone la aptitud o la suficiencia para algo. Sin embargo, el termino discapacidad remite a que algo de lo esperado como potencialidad no se da. De este modo, esta forma de pensar desde el imaginario social el binomio capacidad- discapacidad, nos conlleva a pensar que el campo de la discapacidad supone sujetos “especiales”. Ellos distan de los ideales que imperan en la época y en la sociedad en la que vivimos ya que, son concebidos desde las representaciones sociales como aquello diferente, en oposición a, resultando no posible identificarse como algo cotidiano. Estas construcciones sociales imaginarias producen efectos de desorden conllevando en muchas ocasiones a que la persona sufra aislamientos, estigmatizaciones y/o segregaciones.

Muchas veces, al no insertarse la persona con discapacidad en un sistema productivo y no circular en ese intercambio de mercado y sociedad, permanecen como fijados, cristalizados, condenados a la marginalidad. Sin embargo, la capacidad de ser sujeto, de poder ser uno y soportar la diferencia supone una complementariedad no ya desde una perspectiva antinómica. De este modo, si la discapacidad es en función del Otro social, es menester trabajar desde un reposicionamiento subjetivo en donde no sea lo importante que se certifique la discapacidad sino que se ofrezcan oportunidades que brinden a la persona accesibilidad, autonomía e inclusión social.

A medida que los jóvenes van creciendo, sus propias dificultades se potencian con las resistencias tanto conscientes como inconscientes de los adultos en “dejarlos ser”. Dentro de las estructuras familiares surgen ciertos interrogantes y temores tales como: cuál será el ambiente social de su hijo, tendrá amistades, se burlaran, cómo elegir con quienes va a integrarse, son confiables, entre otros. Muchas veces desde el hogar entran en juego estos temores de representaciones sociales condicionando y limitando a sus hijos en sus elecciones, grupos, amistades, espacios sociales de circulación. Así es como se va determinando un interjuego de factores que posibilitan u obturan que se despliegue la potencialidad de una estructuración psíquica desde una posición subjetiva.

De esta manera, el proceso de crecimiento en la discapacidad supone romper con ese equilibrio que caracteriza la conformación familiar desde edades tempranas a partir de vínculos internos y permitir que el sujeto haga uso de los logros aprendidos en la infancia para comenzar a propiciar una salida hacia el mundo exterior. Para ello, los grupos de pares, las amistades, los espacios de encuentro social, forman parte de espacios de otros semejantes con quienes se comparten intereses, inquietudes, perspectivas, decisiones, valores y autonomía. Suponen mecanismos de identificación de pertenencia, de sentirse y hacerse parte del grupo. Son otros que resultan semejantes pero ajenos a la vez.

En el caso de los sujetos con discapacidad resulta mucho más compleja la posibilidad de establecer dicha identificación. De allí que es fundamental acompañar en la construcción de esa identidad tanto personal como social. Aportarle herramientas en donde logren posicionarse como jóvenes más allá de su nivel intelectual o limitación física permite reconstruir aquellas representaciones sociales que obstaculizan y condicionan. Acompañar, fomentar, otorgar seguridad, confianza y libertad en sus elecciones, amistades, intereses y espacios de circulación con otros ya sea en clubes, centros educativos, colonias, talleres, etc. permite que ponga en juego el desarrollo de competencias sociales otorgándole así, la libertad de Ser portavoz de sus propias decisiones. Todos tenemos la responsabilidad, en tanto encarnamos ese lugar del Otro social, de generar una apertura de espacios no limitantes y dirigidos a fin de que activamente se juegue el deseo y la elección de esa persona, dentro de sus posibilidades donde la dimensión subjetiva sea garantizada. Resta en cada uno la labor de desafiar estos prejuicios sociales y lograr sostener una apertura frente a aquello desconocido.