El día 29 del mes despierta en nosotros dos emociones palpables: la cercanía al fin de mes y el anhelo inconfundible de deleitarnos con un plato humeante de ñoquis. Esta tradición arraigada en el corazón de Argentina ha perdurado a lo largo de generaciones, irradiando un encanto que trasciende el tiempo. Sin embargo, ¿de dónde brota este lazo culinario y emotivo que une a tantos?
A pesar de las brumas que rodean su origen, múltiples teorías dan forma a este cuento. Una de ellas nos transporta a las brumosas tierras de la región italiana de Véneto. Allí, en un 29 de julio, los aromas tentadores de los ñoquis se alzaron en honor a un mártir cristiano: San Pantaleón. Se dice que durante este banquete sagrado, el propio Pantaleón profetizó tiempos de abundante pesca en los meses venideros.
Como si las estrellas se alinearan con sus palabras, la pesca floreció y, como una caricia del destino, al retirar el plato de Pantaleón, descubrieron monedas doradas y centelleantes bajo su lecho de pasta. ¡Qué maravilla de destino tejido entre hilos de sabor y fortuna!
Otra narrativa entrelaza hilos de pasta con la diáspora italiana y española que aterrizó en nuestras costas. Estos inmigrantes, portadores de sabores ancestrales, trajeron consigo la costumbre de acoger el fin de mes con platos sencillos y económicos. Una cena de ñoquis en los días de ajuste financiero, generosa en sabor y suave en el bolsillo. Mas no es solo la mesa la que compartían, sino el deseo de apoyar a quienes menos tenían: bajo los platos de los más necesitados, yacía una moneda que tejía hilos de solidaridad.
Con el tiempo, esta costumbre ganó alas y se desplegó en los hogares de toda la nación, anclándose en las memorias familiares como un regalo del pasado. Así, la fecha señalada se volvió sinónimo de amasar recuerdos y pasta, de tejidos familiares y sorpresas bajo cada platillo. En cada rincón del país, manos se unen para dar forma a estos pequeños tesoros, cocidos con amor y tradición.
Que nunca falten esos ñoquis del 29 en nuestras mesas. La receta ancestral sigue su curso, y aunque el tiempo se deslice como el suave hilo de pasta entre los dedos, la esencia persiste. Así que, con un plato lleno de ñoquis frente a nosotros, es más que comida: es un abrazo a nuestra historia, un tributo a la esperanza y una promesa de unión en cada bocado. ¡A disfrutar y a honrar el pasado que vive en cada cucharada!