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La santa de las trans. Por Lucas Schaerer.

Una monja de clausura de la Patagonia argentina acaba de cerrar el contrato de doce viviendas para un grupo de mujeres transexuales a las que rescata de la prostitución y las drogas

«Katy quería una cama limpia para morir. Decía que no sabía si volvería de la ruta con vida o terminaría en un hospital donde no cambian ni las sábanas». Esa frase impactó a Mónica Astorga Cremona, madre superiora de las carmelitas descalzas de Neuquén, una provincia de la Patagonia argentina, zona muy dedicada a la producción de petróleo y gas.

Mónica llegó hasta las mujeres transexuales por pura vocación. Pide a Dios, desde que comenzó su vida religiosa hace 35 años, que le muestre a las personas rechazadas, para llevar la oración y la alegría a esos rostros descartados de la sociedad. Primero acompañó a jóvenes con adicciones, luego a presos –con los que todavía se cartea–, y a continuación se animó a conectar a presos con cadena perpetua, encarcelados por delitos graves. Hace 14 años llegó Romina, la primera trans que conoció cara a cara.

«Encontré a Romina en la parroquia, donde había ido a dejar el diezmo de su trabajo por una gracia que había pedido a la Virgen. Le preguntaron de dónde venía esa plata y respondió que de la prostitución». El sacerdote de la parroquia, un hombre mayor que la recibió con mucho cariño, quiso saber si le gustaría hacer otra cosa con su vida y dijo que sí, que peluquería. «Comenzaron a ayudarla el cura y una misionera italiana también mayor. Luego me pidieron que hablara con ella», explica la religiosa al medio Alfa y Omega.

La voz de Mónica es pausada y muy tranquila. De fondo se escucha el cacareo de las gallinas; el monasterio de la Santa Cruz y San José se encuentra en una zona rural y cinco monjas viven allí de su trabajo: producir alfajores, licores y dulces. «Estuvimos dos horas con Romina. Era la primera vez que hablaba con una persona transexual. Le pregunté muchas cosas para poder acompañarla bien, pero con mucho cuidado: no quería herirla. Algunas veces uno quiere hacer el bien, pero de la manera que nos expresamos terminamos haciendo daño», recuerda. Fue así como Romina reconoció que ella y sus compañeras querían dejar la prostitución. «Le pedí que las invitara y volvió con cuatro. Las invité a rezar y se sorprendieron, porque creían que la Iglesia las rechazaba. Entrar fue muy fuerte, rezaban y lloraban. Aunque nunca habían perdido a Jesús, porque ellas rezaban siempre».

Tras ese encuentro habló con el obispo y con el resto de las monjas, y empezó a reunirse con las mujeres para rezar en la capilla. Así surgió un proyecto por el que han pasado ya más de 100 mujeres y que derivó en la casa de acogida y acompañamiento de adicciones Santa Teresita del Niño Jesús y las doce viviendas Costa del Limay, recién inauguradas. Katy, que soñaba con morir en una cama limpia, es la encargada de recibir a las mujeres nuevas. A sus 57 años lleva siete sin tomar alcohol, y volvió a relacionarse con su familia tras 30 años sin verse.

La comunidad también cuenta con el apoyo de Cáritas, que respaldó el proyecto de peluquería para tres de ellas. Además, han puesto en marcha una cooperativa de costura que funcionó en un principio en la parroquia de Lourdes. Otras mujeres transexuales llegaron a cargos legislativos o municipales, y también en el sector privado, como una de ellas que trabaja de cajera y otra en una clínica realizando labores de limpieza.

«Deciles que las quiero»

Las transexuales sufren numerosos ataques, hasta tal punto que la carmelita Mónica Astorga confecciona desde 2017 una lista de homicidios de toda Argentina. Hasta hoy tiene registrados 73. «Nos falta todavía interpretar el Evangelio. El mensaje es muy claro: Jesús estuvo con las personas más descartadas y rechazadas. Él se sentaba con ellos a pesar de que todos lo señalaban. Por eso digo que no rechacemos». La religiosa añade una frase que dice a sus amigas transexuales: «Ustedes son quienes me van a abrir arriba las puertas del paraíso».

Jorge Mario Bergoglio visitó el monasterio de Mónica en 2009. Siendo ya Pontífice, la carmelita le mandó una carta con saludos de las chicas. El Papa las respondió: «Deciles que las quiero y que sepan que Jesús y María las quieren mucho. Y que recen por mí». Para Mónica añadió: «Querida, Dios, que no fue al seminario ni estudió Teología, te lo retribuirá abundantemente. Rezo por vos y por tus chicas».

La vida de la monja junto a la comunidad trans se convirtió en un libro, Acariciar las heridas. El título se inspira en una frase de Bergoglio, que en una misiva definió el trabajo que hacían: «Mónica, lo que vos hacés es acariciar las heridas de Cristo en ellas».