Leer y comer: Un menú de cronopios.

Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

Con las letras en las paredes y cierto aroma a la mezcla cultural del escritor, un reducto de Almagro se gana las medallas con un pensar los sabores con autenticidad e innovación.

Si hay algo que tienen los cafés de Buenos Aires es que convocan historias. Encuentros y distancias, enamoramientos y finales, prosas y poesías, diario a solas y café mirando por la ventana…

Los cafés están en el ADN del porteño. Es con esa impronta tradicional y con mucho de animarse a la vanguardia, que Café Cortázar hace honor a mucho del ser del escritor.

Una casona de fines del 1800 gana la esquina de Cabrera y Medrano.
Recostada en la ochava deja a la vista su corazón clásico, sus toques de París y su mucho de tradición local. Como si lo hubiera diseñado la pluma del autor de Rayuela, el interior tiene mucho de ser genuinamente histórico y picarescamente de vanguardia.

El escritor no es sólo un nombre para la marquesina. Está en esa biblioteca que fondea hasta donde llegan los ojos al entrar. Se hace mural posmoderno en la pared lateral. Se sonríe caricaturas y hace guiños en la carta exhibiendo nombres que lo involucran desde su historia personal.

El bar se propone ser un eje de expansión cultural del autor. La primera planta alberga una activa gestión de muestras y talleres que convierten al espacio en un epicentro de sucesos no sólo gastronómicos. Las obras (algunas difíciles de encontrar) se pueden consultar insitu (a modo de biblioteca pública). Se cuenta con el acompañamiento de Lucio Aquilanti, el mayor coleccionista de la obra de Cortázar en el mundo.

Leer y comer

La inspiración trepa por las paredes y descuelga frases que dejan boquiabierto aunque uno las conozca. Oportunidad ideal para introducir un buen bocado.

Su carta es sencilla y breve, con opciones típicas de los bares locales: picadas, tortillas, sandwiches… El menú diario cuenta con una decena de sugerencias de entradas y de fondo que animan el espíritu de los atrevidos. Hay carnes y pescados en presentaciones llamativas, con elaboraciones profundas que no se resuelven en dos revoloteos de cuchara. Las pastas se enarbolan con salsas clásicas y rellenos atrevidos. Algunos clásicos se reversionan, aunque la constante siempre es la abundancia. Compartir es una alternativa tentadora.

Hay ambiente, hay cocina. Sobre todo hay concepto. Las cosas no están hechas por que sí. El visitante tiene el desafío de poner en valor tanta energía dedicada a hacer un proyecto con sustento.