Literatura: Luis Rosales, El tío y sus sobrinos

El Paular tiene un poeta;
Rascafría, un boticario;
El autobús, avería;
En todas partes hay algo.
Francisco Vighi (1890-1962)

El tío es un pato. Camina como pato, come como pato, habla con voz de pato. Con sus sobrinos caminando en la ciudad parecen la Armada Brancaleone. El tío come pizza y tira los carozos de las aceitunas en el platito del pocillo del café. Come pizza con los cubiertos aferrados y los codos abiertos. El tío es un ser primitivo; tosco y primitivo. Pero astuto, calculador, tortuoso. Mi padre diría que es un perillán. No se le puede hablar de Kurosawa o de Satie. El tío entiende de negocios, de inversiones, de intereses, de pérdidas o ganancias. (Ahora parece que tiene algo flojo en el marulo, por la forma de mirar, por la forma de tomar los cubiertos). El tío sabe que gastaría tiempo en sus ocupaciones si algún día entrara o entrase a la National Gallery o le hablasen de Bronzino o de Lely. A él le brillan los ojos cuando le hablan de inversiones, de bares, de taxis. Y de pizzas. El tío usa una corbata de los años 40. Perdón, una corbata de hace cuarenta años. Y una chaqueta de lana comprada en Emaus o en una tienda suburbana. El tío es avaro, avarísimo, mezquino. Lo imagino como al tío Patilludo (llamado años después Rico McPato) pero sin galera. Es especulador, ambicioso y reaccionario. Camina como pato, come como pato, habla con voz de pato. Mi padre -si lo hubiese conocido- diría que es un orate, un patán.

Como es mezquino se victimiza. Entonces es patético. Es patético porque, además, no se parece a Gerard Philippe o a Clark Gable. Triste, pero cierto. Me olvidaba. Al cortar la pizza se le escapa la mozzarella del platito, la levanta con el dedo o con un mondadiente y la engulle. El tío es elemental, con mucho dinero en monedas, en billetes, en bonos, pero elemental. No le hablen de Mozart ni mucho menos de Salieri. No olvidemos nunca que el tío es reaccionario. Cree en todo lo que un reaccionario debe creer: en el Ejército, en la Iglesia, en el Rey, en los Ministros, en la Cámara de Empresarios, en los Bancos, en las Financieras, en los palos de la Policía. En la patria y en la sagrada familia, claro.

El tío patoso tiene una pata. A la pata la llama Daisy. La pata está un poco pirucha, parece haber salido de un concurso o fiesta de un neuropsiquiátrico. Según un amigo es un bagarto. No sabe de ridículos ni de rebecas. También tiene sobrinos. Los sobrinos son obedientes, sumisos, apocados. Él les paga, con comida o con dinero de otros, pero les paga. Y los sobrinos obedecen, bajan la cabeza, dicen sí, tío o dicen no, tío. De acuerdo a lo que el tío les ordene. Los sobrinos son propiedad del tío.

(Tengo un cuaderno de apuntes que no se me ocurre, ni caú, mostrarle al menda. Allí anoto palabras que se pierden, anécdotas, frases. Leo: “ratambufa, retambufa, manfloro, mariconzón”. Leo: “marinero que embarca carne por popa”. Últimas: “abatatado, adelaidas, soundtrack, Laudato si, bolainas, “tolongo”, “caté”).

La pata del tío – Daisy – quiere ser vedette, artista, famosa. Y el tío paga todo con los intereses de sus rentas. La pata es vulgar, frívola y parlotea a diestra y siniestra, sin ton ni son, abruma con su voz gangosa. No sabe arreglarse, no sabe caminar, no sabe vestirse. (A veces parece que se dejó el chaleco de fuerza en la cocina). Sin buscarlo, es parte de la estrategia del mal gusto pero se cree Madame de Pompadour. A veces quiere ser artista plástica. El tío le paga a alguno de sus sobrinos para que pinte cuadros al gusto de su pata. Ella los firma y hace una exposición. El tío la abraza, los sobrinos aplauden y los socios sonríen. La pata quiere ser fotógrafa, descubrió a Cameron y, de una noche para otra, quiere hacer una exposición de perros chihuahuas. Otro sobrino saca fotos de un Golden retriever o de un Husky siberiano y se monta la exposición. La pata, feliz, en la noche de la presentación explica la historia de la fotografía. El tío y la pata forman una pareja desopilante. Son astutos, no inteligentes. Viven el extravío y la picaresca, no la duda. Pero no desespere, caro lector. En breve llega Patomas, también llamado Super Pato. Y colorín colorado este cuento se ha terminado.

Para ser hay que mirar y hay que saber.
Luis Rosales