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«Nacido en Buenos Aires» Eduardo Sanguinetti, filósofo, poeta y performer argentino

La escritura practicada sin máscaras y sin justificaciones, deviene en un crimen metafórico.

Existen reglas del juego escritural, no tengan dudas… por ejemplo, llenar la hoja sin rechazar nada de lo que viene a la mente, sin medir los riesgos de lo que se intenta decir, aún sin decir nada, que implica jugarse por entero… las ideas dejan desnuda la batalla, el encadenamiento de ideas provocan contenido, fuera de toda memoria de automatismo surrealista.

Me agrada comentarles que siento aversión por las posiciones ganadas, por las certezas, por un futuro calculado que arruina mi presente… hace años que corro a la zaga de mi sombra y sin embargo intento trasladar a lenguaje la memoria de lo que tengo grabado a fuego en mi mente.

Quién hubiera dicho que Buenos Aires se convertiría en una Babilonia de pasado incomprobable, revolcándose en el fondo de su abismo, en el umbral de la locura, habitada por huestes de seres indefinidos, de aquellos que habitan las cloacas de las grandes ciudades, sí! esos seres herméticos y nocturnos, para quienes el azar no existe y la alegría se reduce a un nudo en el ‘cogote’.

A menudo, un exceso de cultura sirve de coraza contra las diversas ignorancias, la fe en el progreso, y el azar inexistente… más allá del mito de Sísifo no es otra cosa que el balbuceo de cuerpos que hablan, condenados a a repetir hasta el fin de la historia que no tiene fin, los discursos somáticos de la histeria, sus tics, sus gestos inconclusos, sus dolores… Buenos Aires, sufre la caída, la degradación y la penetración de rutinas ajenas a su ser, de hembra acribillada por el milagro del recuerdo, de mejores tiempos, donde a pesar de las diversas ignorancias, se elevaba más allá de lo que jamás a acontecido… lo respiraba en sus plazas, paseos, calles, avenidas, en sus personajes insondables y mágicos, algunos insalubres y tediosos… y mis tediosas amantes de todas las latitudes, incluso las de la Reina del Plata, que lo dejaron todo para intentar efectivizar la entrega, algo destinado a muy pocas: … mi Buenos Aires querido, diría el ‘Zorzal’, con penas y olvidos.

Mi relato apenas comienza y me veo en la obligación de comentarles que me alimento de valores ‘amorosos’ (algunos exégetas le dicen romanticismo, pero no! se asimila a la tragedia que evito a pesar de experimentarla), ligados a la intuición y la sensibilidad, la razón es mi sombra… así, desde la perspectiva de la ‘buena gente’, todo lo que se enlaza con el inconsciente se torna en «pensamientos desquiciados», apoyo involuntario, curiosamente inconsciente de esta ‘buena gente’ a los teólogos de mirada estrecha… existe pues una «apología de la ceguera», matizada por silogismos en las huestes de los seres que habitan las cloacas de Buenos Aires, me refiero a los «cretinos», que no tienen acceso al pensamiento, sedimento del conocimiento, sin anclaje en este presente, donde los guardianes del orden, los que controlan y torturan, dan paso a los poseedores de riqueza, a quienes la suerte que no es «grela», les intimó a «no ser»… de idéntico modo y a la inversa, ¿por qué no afirmar que si bastara ser inteligente para ser rico menos imbéciles serían ricos?, en mi Buenos Aires se ha instalado esta casta de asesinos del paisaje amoroso… de todos modos, ya no me aferro a casi nada, salvo a mis caminatas por esta ciudad enfrentada al río sin orillas… firmemente pegado a mi mismo.

Si otros se solazan escribiendo y dando conferencias acerca del tiempo, su devenir, su historia, el origen de la clepsidra, el funcionamiento digital y su incidencia en la vida de la humanidad, el hallazgo del cuadrante solar, la invención del calendario, mi cuerpo y mi ser me sirven de único guía. Como cuando tengo hambre, duermo cuando tengo sueño, me despierto cuando abro los ojos… el goce en estas rutinas, hacen a mi vida tener sentido, en plenitud, a veces… y mi ciudad no es ajena a ello, lo siento, lo he sentido siempre, pues me he olvidado de comentar que he nacido en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, «Palermo Chico» para ser exacto, como declama mi partida de nacimiento.

Pero soy, antes que un filósofo, un artista, un hombre vivo, que goza y sufre, pues el mayor impacto se hace carne en mi persona y eso es arte. El sentido trascendente antes de estar en la obra nos habita el corazón y el alma… lo dice sin vanas alegorias un porteño sin gomina.