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¡No es casual con quién hacemos pareja!

​Por ​Violeta Vazquez​, ​autora de “Basta de repetir la historia Familiar” y de “Dar la Teta”​, ​Ed​.​ del Nuevo Extremo​ (www.delnuevoextremo.com​)​​

Creemos que lo que nos une al otro es la química, la pasión, el deseo…Sin ​em​bargo, solemos enamorarnos de personas que aparentemente son diferentes entre sí pero terminan siendo muy parecidas: nos traen nuestra parte oscura para que podamos aprender de ella y trasncenderla. Solemos repetir la historia, porque no sabemos qué es lo que tenemos que sanar.

Bert Hellinger, el creador de las constelaciones, cuando habla del equilibrio entre el dar y el tomar, me sorprende con su lucidez para decir lo que ES y no lo que debería ser. Cuenta que en la pareja todos damos y recibimos, si no hay flujo mutuo, la pareja no está. Si uno hace algo para el otro, eso es devuelto naturalmente por el otro miembro pero con un poquito más. Entonces el amor va creciendo, siempre se devuelve y se compensa “de más”. Pero si alguien hace algo que daña al otro, no hay que perdonar (tener el poder del perdón o no perdón es ponerse por encima de quien está al lado, y la pareja deja de estar “pareja”. Lo mismo cuando creemos que tenemos la capacidad de perdonar a nuestros padres, que están arriba nuestro), sino devolver el hecho doloroso pero en menor medida. Para que exista la compensación del mal, pero haciéndose cada vez más chiquita.

Es genial poder pensar en no excluir ni siquiera el daño que somos capaces de dar o recibir. No juzgamos ni a las víctimas ni a los torturadores, los miramos con el ojo más grande y panorámico, el ojo del que ve la escena y el detrás de escena. Todos estamos inmersos en nuestras ficciones de cada día. La venganza existe entre pares, es natural y sana siempre que no incremente el daño. Cuando alguien actúa haciendo daño, necesita que el otro devuelva ese daño de alguna manera (aunque en menor medida) para sostener el vínculo y seguir siendo pares. De otro modo el que dañó queda empobrecido y disminuido.

Esto se traslada a todas nuestras relaciones con pares, amigos, compañeros, hermanos. El dar y el tomar debe ser un solo movimiento que se autoequilibra. Por ello son buenos los límites, poder decir “desde mi alma (no desde mi ego) te excediste, y dañaste mi dignidad, pero por esta razón no tengo derecho a ser más que vos, así que elijo vengarme”. El perdón es un sentimiento que, si es sincero, no tiene que dar superioridad “yo bueno te perdono a vos malo”. Antes del perdón vienen la bronca, la frustración y las pulsiones catárticas. Démosles un lugar específico. Tengo una amiga que vengó la infidelidad de su marido yéndose de vacaciones con tres amigas durante un mes. Me pareció una buena idea. No fue ojo por ojo, pero les sirvió a los dos para volver a estar juntos. La justicia no es igualdad, es justicia.

Cuando damos mucho y no recibimos, la relación con otro se corta. Y viceversa. Si no se corta, se enferma. Algunos nos alimentamos de dar, y otros de recibir. Y en ese acto estamos desconectados de nuestro vacío. Es prometedor. Sin embargo, siempre se ve la grieta. El dolor acumulado dentro de nosotros. La fragilidad de nuestras relaciones con los otros. Pensemos cuando no podemos decir que “no”. O cuando no podemos dejar de decir “no, no, no”. Amar es dejarse amar, como el día y la noche, van de la mano. Las parejas tienen acuerdos propios, pero muchas veces implícitos. Cuando uno de los dos cambia, el otro se disgusta y reclama. Bueno sería que pudiéramos actualizar nuestros acuerdos, o al menos conversarlos.

Los hijos siempre cambian los acuerdos, porque el tercero, muchas veces (por no decir siempre), es un tercero en discordia. Es muy difícil encontrarle la parte democrática al número tres. Y aun así es el número que permite lo nuevo, el número fértil. Y todos vamos hacia la creación de lo nuevo cuando estamos en pareja. Se llame hijo o cualquier otro proyecto que tome vida de los dos. En el número​ ​uno está implícito el tres. Porque si hay uno, hay un otro, habrá un dos (complemento). Y si hay dos, siempre habrá un vínculo, una manera de relacionarse (tres). Los hijos nacen del tres, del vínculo, y se crían bajo nuestra capacidad de dar y recibir.

Cuando armamos el árbol genealógico, encontramos, en la mayoría de los casos, relación entre la pareja que elegimos y uno de nuestros padres o abuelos. A veces la relación es por fechas, coinciden fechas de nacimiento o defunción de nuestros ancestros cercanas a la fecha de nacimiento o concepción de nuestra pareja. A veces es por nombre similar, apellido o profesión. A veces por intereses, hobbies, historias de vida. Pero hay similitudes que llaman la atención. Como si uno se emparentara inconscientemente con quien tiene algo pendiente de su propio sistema. O para ser leal a la historia de un pariente. Conocí al menos cinco hombres enojados con sus madres, o alejados de ellas, que se casaron con mujeres que eran dobles de ellas por fechas. Gran asombro cuando admitieron que el precio que pagaron por negar a su propia madre fue elegir “casualmente” a alguien que es afín en energía y necesidades. Es como decirle “no te quiero ni cerca, mami, pero nunca te voy a abandonar, de todas maneras vas conmigo a todas partes en el vínculo con mi esposa”. Y seguimos creyendo que eso de enamorarse es una elección personal u hormonal. Y ¿puedo sostener el deseo sexual a quien veo como un padre o como un hermano? Hay personas que buscan en la pareja al hermano muerto o no tenido. Cuando una pareja se junta, sus familias se encastran. No hay forma de que una pareja se una sin que se unan sus sistemas al mismo tiempo. Y eso es lo rico, aceptar al otro en combo, con mochila a cuestas.

A los eternos estudiantes los invito a ser docentes por un día. No están lejos de ellos, necesitan volcar el conocimiento y equilibrar el dar y recibir. A los eternos profesionales de la salud, los invito a ser consultantes, a internarse y confiar en sus colegas. Todos podemos cambiar fácilmente de lugar si el viaje es hacia el lado opuesto. Porque los opuestos pertenecen al mismo camino, al mismo eje. Integrarnos es encontrar ese otro polo nuestro y mirarlo con ojos amorosos, para que no le toque a la pareja ser ese polo rechazado y olvidado de nosotros mismos, sino se hace tedioso y conflictivo el trato con el amor, y el príncipe siempre destiñe, decolora y rompe los quinotos.