Opinión. Por el rabino Sergio Bergman: Gratitud judía ante la doble canonización

Es necesario hacer un alto en el camino y recordar de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos. Francisco es una revolución en la Iglesia Católica, pero también lo será para el diálogo judeocristiano. Quienes creen que así será porque es amigo de los judíos, se confunden al desconocer que esta amistad es consecuencia natural de su fe, de su doctrina.

Francisco es una revolución en la Iglesia Católica, pero también lo será para el diálogo judeocristiano. Quienes creen que así será porque es amigo de los judíos, se confunden al desconocer que esta amistad es consecuencia natural de su fe, de su doctrina; y como heredero coherente y consistente que es del Concilio Vaticano II, como así también de los Papas que en este día consagró como Santos.

Su amistad con el pueblo judío no es biográfica ni anecdótica sino una firme convicción. Todos aquellos que somos privilegiados con su trato personal debemos asumirlo como un don, pero, al mismo tiempo, no como causa sino como una consecuencia, ya que fue siempre él quien generosamente abrió sus puertas, sus oídos y su corazón a todo referente judío sin distinción de denominación, pensamiento o posición, haciendo del diálogo, la celebración de lo que él denomina cultura del encuentro.

Juan XXIII, con coraje y valor inició su Pontificado al recibir a una delegación de judíos norteamericanos, y ya en 1958 supo proclamar: «soy su hermano Iosef», y así comenzó un camino de reconciliación que, sin cancelar los horrores del pasado, abrió un futuro, que es nuestro presente, cuando en el Concilio Vaticano II que él iniciara, se logra el documento fundamental de la refundación del vínculo judío cristiano con la cancelación por parte de la Iglesia Católica de la falsa acusación a los judíos de deicidio. Dos mil años de sangre y persecución y raíces cristianas del antisemitismo fueron extirpadas de raíz y hacen memoria para que no se repitan, creando —gracias a la impronta de Juan XXIII— una nueva era con la que cerramos este círculo para abrir uno nuevo.
Aquí, Juan Pablo II tendrá otro aporte fundamental, ya que —continuador de la Doctrina del Concilio, fundada en Juan XXIII, implementada en Pablo VI— es quien va a transformarse en peregrino del mundo y va llegar a Jerusalem para visitar el Muro de los Lamentos, dejar allí su mensaje de perdón por las omisiones de la Iglesia Católica durante el régimen nazi; y va visitar Yad Vashem para rendir homenaje como Papa polaco a los seis millones de nuestros hermanos víctimas de la Shoá.

Debemos también recordar la santidad de Juan Pablo II en la acción ejemplar de traducir los textos inspirados por Juan XXIII, que ya escritos debían convertirse en actos. Para ello, cruzó el río Tíber, e ingresando en la Sinagoga mayor de Roma, visitó al rabino Toaf y proclamó entonces que los judíos «son nuestros hermanos mayores en la fe». Este acto simbólico generó un punto de inflexión, a partir del cual él mismo enseñó que ningún cristiano puede preciarse de serlo si no conoce las raíces judías de su cristianismo. Un cristianismo que ya no es judaísmo, pero que no pierde su raíz judía. Ya no se remitía como Juan XXIII, que dio el primer paso de dialogar y reconciliar con los judíos, sino que planteaba que el mismo cristiano recupere su raíz judía. Una nueva revolución.

Francisco hoy lo resume en una acción magistral y revolucionaria al canonizar a ambos en un solo acto, conciliando dos visiones complementarias que son para él ya no un horizonte al que llegar sino un puerto desde el que nos invita a partir hacia ese futuro, que se hace en el presente. Donde judíos, cristianos, musulmanes y todas las religiones —e incluso, los no creyentes— podamos afirmar que Di-s no quiere que pensemos o creamos igual, pero sí que nos podamos reconocer unidos en diversidad y esencialmente consagrados a la dignidad de lo humano.

Un desafío que por senderos distintos proponen todas las religiones para ir por el mismo camino: el de buscar la justicia, ser misericordiosos, amar al prójimo y caminar humildemente ante Di-s.
Que este día en el que la Iglesia Católica, liderada por el Papa Francisco —que sigue siendo nuestro querido Bergoglio de siempre— pueda sumar a la comunidad judía en el enorme desafío de que esa santidad de Di-s sea de todos y que cada uno de nosotros, afirmando su identidad, pueda contribuir desde su particularidad judía al desafío universal del bien común.
De esta forma, todos y cada uno de nosotros, que no somos santos, podremos santificar el tiempo y el espacio a la dimensión trascendente que nos da vida.