Plaza destruida: Yo, liceana. Carta abierta a los medios y ciudadanos argentinos:

Jueves, 16:00 hs.: Mientras me encontraba caminando hacia el Liceo Francés por motivos personales, presencié cómo cinco policías detenían a un delincuente delante de mí, logrando ponerlo en el suelo y esposándolo mientras llamaban a un auto para llevárselo. Todo esto sucedió exactamente a tres cuadras de la institución educativa en cuestión, en la esquina de Ramsay y Monroe. ¿Por qué comienzo así? Porque en ese mismo instante, a menos de trescientos metros, los medios se encontraban cubriendo un festejo estudiantil mientras yo era testigo de semejante escena.
No tengo intención de caer en vagas excusas como cuestionar el control de agenda o el hecho de la importancia actual que se le está dando al festejo en vez de a otros asuntos, de mi opinión, más importantes. Tampoco planeo caer en la ya costumbre argentina de señalar a otro para evadir mi culpabilidad, como cuestionar por qué el Skatepark que se encuentra en esa misma plaza no sale en las noticias por vandalismo ante la gran cantidad de graffiti que sus usuarios hacen sobre propiedad pública o los paseadores de perros que habitúan visitar el parque quienes no recogen los desechos de los animales.
No.
Yo, liceana, reconozco que no es correcto moralmente destruir un pedazo de espacio público para un festejo semejante. Aún así, me veo tentada a preguntar: ¿Realmente es para hacer tanta insistencia en los medios? ¿Cuál fue nuestra mayor infracción? ¿Crear barro? Crecí en el Liceo Jean Mermoz, y por lo tanto crecí en ese parque también. Es parte de la historia de cada alumno, porque todos recordamos cruzarlo o haber ido a comer allí alguna vez para disfrutar de los rayos de sol. Pero supongo que todos también recordamos el modo en que los cuidadores de perros solían dejarlo, la basura acumulada que los vecinos que lo visitan suelen tirar conscientemente al suelo. Personalmente, he llegado a encontrar preservativos usados y que fueron dejados en el césped.
Yo, liceana, reconozco que es un festejo tradicional que se realiza hace más de veinte años. Y pregunto, honestamente, queriendo conocer la respuesta: ¿En todos esos años, el barro ha sido un verdadero problema a largo plazo? ¿Ha tenido consecuencias tan dañinas como se le está haciendo parecer ahora mismo? Si no se mencionaba que el festejo tiene esa edad, no creo que nadie hubiera podido adivinarlo por su cuenta. Como reciente egresada del Liceo Francés he participado de tal evento cuando le tocó a mi generación, y conozco toda la organización detrás.
Hay reglas que seguir detrás, no se trata de un festejo salvaje y sin cuidado alguno. Meses de meticulosa planeación le preceden. La tierra removida, no es una del parque, sino una que nosotros mismos traemos. Al momento de calcular el presupuesto, como cualquier contador, hacemos una cuenta de previsión en caso que algo salga mal y se deba pagar por daños. Nosotros mismos somos los primeros en decirnos “tengan cuidado, no hagan nada exagerado, la seguridad es primero”. Nos preocupamos tanto por evitar cualquier posible herido de los alumnos que deciden participar como también por evitar el daño permanente al parque, porque ese mismo parque es parte de nosotros y por eso mismo festejamos allí.
La vuelta, este festejo tan cuestionado ahora mismo, se realiza cada año por los alumnos de quinto. Crecí en el Liceo, desde que tenía tres años, observando a los alumnos de secundaria hacer tal ritual y esperando por mi oportunidad. Nunca olvidaré mi primer año de secundaria, cuando participé de la primera vuelta, pero aún entonces era menor por lo que solo se me dejó participar únicamente en la parte que sucede dentro de la institución. Son los años superiores quienes tienen la autorización de salir con los alumnos de último año para continuar en el barro. No hay alumno del Liceo que al menos una vez en toda su escolaridad no haya ido al barro.
Entonces, yo pregunto: ¿Tan incivilizado es tal festejo? Se trata de una única vez en tu vida, un efímero momento de locura y pasión. Al menos ese día no existen tales cosas como los prejuicios y las enemistades, porque todos compartimos un sentimiento. Los mayores juegan con menores a quienes nunca les dirigieron la palabra, los peores enemigos ríen al tirarse barro, los adultos sonríen al saber que también estuvieron allí años atrás cuando fue su turno. Es destrucción pública crear un poco de barro en un terreno que no nos pertenece legalmente, pero el sentimiento que solo sentimos ese día vale cualquier consecuencia. Y los años pasarán, y todos seguiremos pensando en ese momento, anunciando orgullosamente haber participado y que “nuestra vuelta fue la mejor de todas” aún cuando cada generación afirma lo mismo.
Lo que más me ha dolido de esta noticia en particular no es el hecho de ser culpados de vándalos, sino la ignorancia y la falta de conocimiento sobre el Liceo Francés. Se trata de uno de los establecimientos más estrictos del país. ¿No creen que en nuestros quince años que la mayoría pasamos allí, ya que ingresamos desde los tres años, merecemos un día de liberación? He crecido allí bajo normas tan estrictas que estudiantes de otras escuelas no comprenden cuando las menciono. Me han bajado dos puntos por una falta de ortografía en un dictado, medio punto por hacer una t de tres milímetros de alto en vez de dos, todos los puntos por no utilizar “la méthode” y hacer cuatro partes de análisis en vez de tres. Y aún así, bajo todo ese aspecto que a veces te hace querer gritar de impotencia, mi profesor más estricto ha sido el que más he amado, el preceptor más “cruel” ha sido el mismo que ahora me sonríe y saluda cada vez que lo veo y a quien le guardo mucho cariño. Y cada vez que creemos que ya no podemos continuar, pensamos en ese glorioso día de octubre que nos espera en último año y seguimos adelante para poder alcanzarlo.
Los medios preguntan por qué no hacemos tal festejo en nuestro campo de deporte. Yo quiero preguntar lo siguiente: ¿Dónde está nuestro campo de deporte? El Liceo Francés no posee ninguno, y no entiendo por qué difundir semejante mentira. Los medios aseguran que todos los alumnos son de un alto nivel económico y podrían hacer el festejo en sus quintas privadas. No tengo una quinta privada. De hecho, la mayoría de los estudiantes que conozco del Liceo no la tienen tampoco. Desearía que mi nivel económico fuera el que supuestamente tengo según los medios, pero lo cierto es que no tengo nada de extraordinario.
Pregunto, abiertamente, a toda la sociedad argentina: ¿Es posible debatir como seres racionales sin estigmatizar? ¿Podemos no caer en los prejuicios al momento de discutir? Todo lo que he leído, es que los liceanos somos un grupo de malcriados niños ricos que no nos importa lo que hacemos porque, después de todo, “papi lo paga”. ¿Es realmente necesario atacarnos de ese modo? Se ha reclamado que se nos cobre una multa millonaria, porque supuestamente somos capaces de pagarla. Se nos ha llamado salvajes que no saben valorar lo que tienen. Se nos ha culpado de “elitistas que creen poder hacer cualquier cosa por poder pagar después para repararlo y/u ocultarlo”.
Yo, liceana, utilizando lo aprendido en mis años en esa escuela, pregunto: ¿Desde cuándo la Justicia se adapta al supuesto nivel económico del acusado al momento de cobrar una multa? ¿La Justicia no es imparcial e igual para todos? Sin mencionar que nuestros recursos no son los que se dicen. ¿Por qué han de etiquetarnos como egoístas desinteresados por todo solo por nuestra supuesta posición social, que ni siquiera se aplica a la mitad del alumnado? ¿Por qué se nos acusa de creer que podemos solucionar cualquier situación con dinero? En mis años como liceana he formado parte de voluntariados para pintar los graffiti del INCUCAI, he participado en programas de reciclaje y donaciones; he ido a juntar basura del suelo porque las personas siguen ignorando el hecho que existen cestos para tirarla.
En el Liceo aprendí, que antes de opinar, es necesario saber sobre el tema en cuestión. Y me duele ver el modo en que está siendo despreciado mi amado colegio. Me duele ver el modo en que se está tratando a sus estudiantes. Y no entiendo por qué tanto odio, porque me cuesta encontrar otra palabra para definirlo. Se les ha gritado a niños de doce años salvajes solo por asistir allí, cuando ellos apenas conocen ese festejo y mucho menos saben cómo funciona. Se ha llamado a la institución un cómplice criminal, cuando las autoridades del Liceo son las primeras en decir que tal evento no está autorizado por la administración pero a falta de poder detenerlo es mejor supervisarlo para evitar cualquier problema grave.
Se ha llamado a la vuelta un evento innecesariamente adelantado. Para nosotros, nuestro año escolar termina en Octubre porque en Noviembre nos encontramos rindiendo los exámenes internacionales para obtener el título francés. Y no pienso caer en el intento por explicar lo que es rendir el bachillerato francés, porque aún si lo intentara no lograría describirlo como es correcto y sería atacada por “exagerar” un examen que no tiene nada de exagerado para quienes lo han dado y conocen la presión y el estrés que implica tan exigente prueba. Estudiamos durante quince años para poder ser capaces de dar tal examen. ¿Los medios se han tomado el tiempo de investigar cuan alto es el nivel de exigencia en la educación francesa?
Se ha dicho que una profesora de la institución declaró que no era una práctica realizada en Francia. No, allí tienen otras costumbres para festejar pero no menos “salvajes”. Y esa mujer, no era una profesora, sino una madre. Se ha señalado a un preceptor por apoyar tal evento y mentir en cámara. Ese preceptor estaba presente para asegurar el correcto desarrollo del evento, intervenir en caso de ser necesario, evitar los daños físicos. No era mentira, se han cobrado multas en casos anteriores y se han pagado correctamente.
¿Si en veinte años de festejo no han sabido al respecto, no será porque siempre nos hemos hecho cargo y ocupado de las consecuencias?
Yo, liceana, declaro con orgullo haber participado de tal evento cuando fue mi turno. No me arrepiento ni siento vergüenza de decirlo. Canté de alegría con compañeros con quienes ni siquiera me saludaba, abracé extraños con los cuales tenía mala relación, y grité con mis amigos en ese único momento de catarsis que se experimenta una sola vez en la vida.
Es por eso que pido por favor, tanto a los medios como a quienes practican su derecho a opinar, que se informen antes de hacer declaraciones similares. Podemos debatir, siempre y cuando sea en un ambiente de respeto y armonía. ¿Es necesario caer en los insultos hacia menores de edad? ¿No podemos deliberar como seres civilizados por una vez? ¿Es posible no politizar cualquier noticia? El Liceo Francés tiene cero politización. ¿Entonces por qué señalar que tal festejo es producto de la era Kirchner o que el Gobierno de la Ciudad es cómplice y encubre tal acto porque la hija de Mauricio Macri asiste a esa escuela? ¿Cómo puede relacionarse con el Gobierno Nacional un festejo que lleva veinte años? ¿Cómo podría el Liceo tener impunidad porque acoge a la hija de Mauricio Macri cuando ni siquiera yo, reciente egresada, sé si es verdad ese hecho o una calumnia que se anda comentando en las redes?
Yo, liceana, reconozco que no es correcto lo que hacemos, pero también me pregunto si se merece semejante reacción.
Yo, liceana, no intento justificarnos sino que pido respeto y calma al momento de debatir el asunto en cuestión en vez de caer en los insultos y los prejuicios hacia los estudiantes.
Yo, liceana, me siento dolida al ver los ataques mediáticos y la falta de conocimiento con la que se habla sobre el asunto.
Yo, liceana, pido por favor que antes de hablar sobre el asunto o escribir un comentario al respecto, uno se siente y piense fríamente lo que dirá.
Las palabras son armas de doble filo, y soy perfectamente consciente de ello al escribir esta carta. Tienen un poder ilimitado, pero tanto como podemos afectar a otros al utilizarlas también podemos ser víctimas de estas al opinar sin saber. ¿Si nosotros somos salvajes ineducados por crear barro, cómo debo llamar a los respetables periodistas que hablan de un inexistente campo de deportes o a los ciudadanos que opinan negativamente mediante insultos hacia niños?
Si algo me enseñó el Liceo en todos sus años de educación, es a defender correctamente mis creencias a través de un buen uso de la argumentación. Y eso mismo estoy haciendo, poniendo en práctica mi enseñanza para defender a mi amado colegio que no se trata solo de una familia a nivel local sino también a nivel mundial. Formar parte del Liceo Francés significa formar parte de una familia global con parientes en cada país del mundo, porque del mismo modo que me trato con mis antiguos compañeros del Liceo Francés de Buenos Aires también me relacionó con antiguos estudiantes de otros Liceos del mundo porque a pesar de la distancia y la diferencia cultural, todos compartimos una misma educación y un sentimiento.

Mi última petición es la siguiente: Por favor, antes de opinar, infórmense. Quizás de ese modo duela menos escuchar los ataques que recibe nuestra familia, y quizás de ese modo podamos sentarnos a debatir con respeto.

Publicado por Palermonline Noticias