El negro Falucho

Plaza Falucho. El Soldado Falucho.

Plaza Falucho

La pequeña plazoleta triangular de Fitz Roy, Santa Fe y Luis María Campos, en Palermo.

Está allí desde el 23 de mayo de 1923 y es la primera obra íntegramente realizada por artistas argentinos.




Dicen que cuando lo mataron, en forma despectiva, le gritaron “revolucionario”. Y que él respondió: “Malo es ser revolucionario pero peor es ser traidor”.

Hecha en bronce fundido también en talleres argentinos, la obra fue iniciada por Francisco Cafferata (1861-1890), quien se suicidó a los 29 años. La continuó su discípulo Lucio Correa Morales y después de estar instalada un tiempo en el cruce de Florida y Marcelo T. de Alvear, junto a la plaza San Martín, fue trasladada a su actual ubicación.

Pero lo más curioso de la obra no es esa imagen heroica de un soldado abrazado a su bandera, sino el personaje al que evoca. Según la historia recopilada por Bartolomé Mitre en su libro sobre San Martín y la emancipación sudamericana, recuerda la heroica gesta de Antonio Ruiz, un soldado negro que había nacido en Buenos Aires y que en el momento del acto que le costó la vida integraba el Regimiento del Río de la Plata, que se encontraba en Perú como parte de la campaña libertadora.

Esa historia dice que Ruiz, al que todos llamaban Falucho, fue fusilado después que un motín en la guarnición de El Callao volviera a colocar la bandera española en el mástil del torreón. Como Falucho se negó a rendirle honores a esa bandera, fue ejecutado a balazos. Mitre cuenta que antes de morir el soldado gritó: “Viva Buenos Aires”. Y aunque no menciona cuál era la bandera que abrazó antes de morir, siempre se supuso que era una argentina. Y así lo representa el monumento en Palermo.

Plaza Falucho

 

 

 

 



Esa es la historia que siempre se conoció. Sin embargo, otras investigaciones dudan de que ese soldado negro asesinado en El Callao haya sido Antonio Ruiz. Afirman que en ese regimiento sólo había un soldado con ese nombre quien, en 1819, ya era cabo segundo, lo que hace imposible que, en febrero de 1824 (cuando ocurrió el asesinato en la torre) ese hombre estuviera en el puesto de guardia. Y también mencionan que no hubo tal fusilamiento sino que el soldado fue muerto a bayonetazos. Y para agregar más polémica a la cuestión citan un testimonio del general Miller quien, en 1830, dijo que el Negro Falucho se paseaba aún por las calles de Lima.

Lo más probable es que el soldado negro que dio su vida en El Callao haya sido otro Falucho y no Ruiz. Es que en el ejército libertador de San Martín hubo unos 1.500 negros criollos quienes, agradecidos porque la revolución les había dado la libertad, se integraron a esa campaña, tanto en el Ejército del Norte que comandó Manuel Belgrano como en el de Los Andes, que lideró José de San Martín.

La leyenda del Negro Falucho ya atravesó la historia. Dicen que cuando lo mataron, en forma despectiva, le gritaron “revolucionario”. Y que él respondió: “Malo es ser revolucionario pero peor es ser traidor”. A unas pocas cuadras del monumento que recuerda ese acto heroico hay otra gran estatua ecuestre. Es la que evoca al prócer italiano Giuseppe Garibaldi y que fue inaugurada en junio de 1904, frente a los viejos portones que estuvieron en Palermo hasta 1917. Pero esa es otra historia.

Cuenta Bartolomé Mitre en su obra «Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana»,que cuando la fortaleza argentina en El Callao, Perú, se sublevó y el fuerte quedó en manos enemigas, un soldado de esa guarnición se negó a enarbolar la bandera española. Se llamaba Antonio Ruiz, alias el «Negro Falucho». Sus últimas palabras antes de ser fusilado por los realistas fueron: «Malo será ser revolucionario pero peor es ser traidor». Otros historiadores dudan de esa versión.

Soldado argentino nacido hacia fin del siglo XVIII. Su verdadero nombre era Antonio Ruiz. Fue uno de los soldados que se incorporó al ejercito patriota que luchó por la independencia de América. Se hallaba de servicio en el Alto Perú, cuando se produjo un botín realista en el puerto de El Callao. El negro Falucho fue fusilado en 1824 por los españoles al negarse a rendir honores a la bandera enemiga.

EL SOLDADO FALUCHO

La noche del 4 al 5 de febrero de 1824, se sublevó la guarnición patriota del Callao, la cual estaba compuesta por los restos del Ejército de los Andes; que eran el regimiento Río de la Plata, los batallones 2º y 5º de Buenos Aires, y los artilleros de Chile, a los que se les unieron dos escuadrones amotinados del regimiento de Granaderos a Caballo.

Estos pobres soldados se sublevaban porque les debían cinco meses de paga, a lo que se agregó que el día anterior se habían abonado los sueldos de los jefes y oficiales, el deseo de regresar a la patria, ya sea Buenos Aires o Chile, y la repugnancia de tener que embarcarse hacia el norte para engrosar el ejército de Bolívar dio comienzo al motín. Fue encabezado por Dámaso Moyano y Francisco Oliva, ambos sargentos del Regimiento del Río de la Plata, la tropa se entregó a los excesos. Al ver la indisciplina reinante, el mulato Moyano, acepta la sugerencia de Oliva de consultar al coronel realista José María Casariego, que estaba prisionero y alojado allí, este vio el partido que podía sacar de la situación y aconsejó reemplazar a los jefes patriotas por los españoles.

Los peruanos no se decidían a pagar los sueldos atrasados, Casariego los convence de que se unan a las filas realistas donde serían recompensados, mientras que en las patriotas recibirían castigo. En medio de este desorden se desenlaza la admirable historia de Falucho. En esto vamos a seguir al relato de Mitre que él publicó por primera vez el 14 de mayo de 1857 en el periódico Los Debates.

La noche del 6 de febrero hacia guardia en el torreón del Rey Felipe el negro Falucho, que pertenecía al regimiento del Río de la Plata. Falucho, este su nombre de guerra era muy conocido por su valentía y por su patriotismo, era porteño y amaba a su ciudad. Como muchos en caso igual había sido envuelto en la sublevación, que hasta aquel entonces no tenía más carácter que un motín de cuartel. «Mientras que aquel oscuro -cuenta Mitre- centinela velaba en el alto torreón del castillo, donde se elevaba el asta-bandera, en que hacía pocas horas flameaba el pabellón argentino, Casariego decidía a los sublevados a enarbolar el estandarte español en la oscuridad de la noche, antes de que se arrepintiesen de su resolución». En ese momento se presentan ante el negro Falucho, los soldados con el estandarte español, contra el cual combatía desde hace 14 años. Falucho no lo podía creer, y sintiéndose totalmente humillado se arroja al suelo y llora amargamente. Los soldados con ordenes de subir el pabellón español, ordenaron a Falucho que presente el arma al pabellón del rey que se iba a enarbolar. Falucho contesta con melancolía recogiendo el fusil que había dejado caer » Yo no puedo hacer honores a la bandera contra la que he peleado siempre «, a esto le gritan «¡Revolucionario! ¡Revolucionario!».

Según Mitre, Falucho les contesta «¡Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor! (…) y tomando su fusil por el cañón, lo hizo pedazos contra el asta-bandera, entregándose nuevamente al más acerbo dolor. Los ejecutores de la traición, apoderándose inmediatamente de Falucho le dicen que iba a morir y haciéndolo arrodillar en la muralla que daba frente al mar, cuatro tiradores le abocaron a quemarropa sus armas al pecho y a la cabeza . Aquel momento brilló el fuego de cuatro fusiles, se oyó su detonación; resonó un grito de ¡Viva Buenos Aires!, y luego entre una nube de humo se oyó el ruido sordo de un cuerpo que caía al suelo.

Escribió Mitre que Falucho había nacido en Buenos Aires y su verdadero nombre era Antonio Ruiz. La historia de Falucho fue publicada nuevamente por Mitre en La Nación del 6, 7, 8 y 9 de abril de 1875. Años después aparece la obra «Historia de San Martín y de la emancipación americana». Con respecto a Falucho, Mitre escribió lo siguiente: «La bandera española fue enarbolada en el torreón Independencia, con una salva general de los castillos (7 de febrero). Un negro, soldado del regimiento del Río de la Plata, nacido en Buenos Aires, llamado Antonio Ruiz (por sobrenombre Falucho), que se resistió a hacerle honores, fue fusilado al pie de la bandera española. Murió gritando: ¡Viva Buenos Aires!».
Bartolomé Mitre tomo como base de la historia de Falucho testimonios verbales del general Enrique Martínez, jefe de la División de los Andes; el testimonio de los coroneles Pedro José Díaz (a cuyo cuerpo pertenecía Falucho) y Pedro Luna; y el testimonio escrito del coronel Juan Espinosa. Mitre diría a continuación que hubo dos negros apodados Falucho, aduciendo que este seria un apodo genérico que se daba a los héroes desconocidos de raza negra. Desde la primera publicación de Mitre se levantaron críticos y detractores. En 1899, Manuel J. Mantilla escribió en su libro «Los Negros Argentinos» que se decía que hubo dos Faluchos, el fusilado, del que dan testimonio Martínez, Díaz y Espinosa, y otro más que vivía en Lima en 1830, según carta del general Miller a San Martín del 20 de agosto de ese año. Miller lo nombraba diciendo que «el morenito Falucho, que era de la compañía de cazadores del número 8 y tomó una bandera en Maypu», le mandaba saludos a San Martín. Lo que indica que Falucho había uno solo, y era muy bien conocido, pertenecía al batallón numero 8. Lo atestiguan además de Miller, el general Tomás Guido.

Según el historiador Mantilla en una lista de fines de 1819, había un cabo segundo Antonio Ruiz en la compañía del capitán Manuel Díaz. Mientras que en la de Pedro José Díaz no había ningún Antonio Ruiz. Muchos autores afirman que la muerte heroica de Falucho fue un invento de Mitre. A la luz de todos los testimonio existentes. Lo único que se sabe con seguridad es que, ciertamente murió, en El Callao, heroicamente un soldado negro que no quiso rendir homenaje a la bandera realista. Pero ciertamente este soldado no era Falucho. Falucho fue un soldado negro en el batallón 8º del Ejercito de los Andes que posiblemente fuera el cabo segundo Antonio Ruiz. Este soldado era bien conocido por San Martín y Guido y vivía en Lima en 1830.

El Negro Falucho (soldado Antonio Ruiz fusilado en febrero de 1824)

Duerme el Callao. Ronco son
hace del mar la resaca,
y en la sombra se destaca
del real Felipe el Torreón.
En él está de facción,
porque alejarle quisieron,
un negro de los que fueron
con San Martín, de los grandes,
que en la pampa y en los Andes
batallaron y vencieron.

Por la pequeña azotea
Falucho, erguido y gentil,
echado al hombro el fusil,
lentamente se pasea;
piensa en la patria, en la aldea
donde dejó el hijo amado,
donde, en su hogar desolado,
triste le aguarda la esposa,
y en Buenos Aires, la hermosa,
que es su pasión de soldado.

Llega del fuerte a su oído,
rumor de voces no usadas,
de bayonetas y espadas
agudo y áspero ruido;
Un «¡Viva España!» seguido
de un otro ¡Viva Fernando!
y está Falucho dudando
si dan los gritos que escucha
sus compañeros de lucha,
o si está loco o soñando.

Desde los Andes, el día,
que ciñe en rosas la frente,
abierta el ala luciente
hacia los mares caía,
cuando Falucho, que ansía
dar un viva a su manera,
como protesta altanera
contra menguadas traiciones,
izó nervioso, a tirones,
la azul y blanca bandera.

-«¡Por mi cuenta te despliego-
dijo airado-, y de esta suerte,
si a tus pies está la muerte,
a tu sombra muera luego!-.
Nació el sol: besos de fuego
dióla en rayas de carmín,
Rodó el mar desde el confín
un instante estremecido,
y en la torre quedó erguido
el negro de San Martín.

No bien así desplegados
nuestros colores lucían,
por la escalera subían
de tropel los sublevados.
Ven a Falucho, y airados
hacia él se precipitan:
– ¡Baja ese trapo! -le gritan
¡y nuestra enseña enarbola!…-
¡Y es la bandera española
la que los criollos agitan!

Dobló Falucho, entretanto
la oscura faz sin sonrojos,
y ante aquel crimen, sus ojos
se humedecieron de llanto.
Vencido al punto el quebranto,
con fiero arranque exclamó:
-¿Enarbolar ésa yo,
cuando está aquélla en su puesto!…-
Y un juramento era el gesto
con que el negro dijo: -¡No!-.

Con un acento glacial
en que la muerte predicen:
-¡Presenta el arma! -le dicen-
al estandarte real-.
Rotos por la orden fatal
de la obediencia los lazos,
alzó el fusil en sus brazos
con un rugido de fiera,
y contra el asta-bandera
lo hizo de un golpe pedazos.

Ante la audacia insolente
de esa acción inesperada,
la infame turba excitada,
gritó: -¡Muera el insurgente!-.
Y asestados al valiente
cuatro fusiles brillaron:
-¡Ríndete al Rey! -le intimaron,
mas como el negro exclamó:
-¡Viva la Patria y no yo!-,
los cuatro tiros sonaron.

Uno, el más vil, corre y baja
el estandarte sagrado,
que cayó sobre el soldado
como gloriosa mortaja.
Alegres dianas la caja
de los traidores batía,
El Pacífico gemía
melancólico y desierto,
y en la bandera del muerto
nuestro sol resplandecía.

“Uno de los inolvidables episodios de la historia de la patria que llenaron muchos momentos de la infancia fue el de aquel ‘Negro Falucho’ que, al no obedecer la orden de algunos amotinados de arriar el pabellón nacional que estaba bajo su custodia, murió fusilado en El Callao (Perú), exclamando de viva voz ‘viva Buenos Aires’.

Supimos después por Mitre y por los académicos de la historia, que Falucho se llamaba Antonio Ruiz, que nació liberto del vecino porteño de quien tomó nombre y apellido, que participó valerosamente en la defensa de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas, que estuvo en las batallas de Vilcapujio y Ayohuma, que peleó en Chacabuco y Maipú y que con el Ejército Libertador llegó al Perú, donde encontró la muerte gloriosamente en la forma mencionada.

Mitre cuenta hasta en sus detalles el altercado que tuvo con sus asaltantes y cita las palabras pronunciadas…

Por otra parte, hay quienes dudan de la existencia misma del personaje.

Juan José de Soiza Reilly, el más destacado periodista argentino de la primera mitad de este siglo, publicó un apasionado trabajo que tituló ‘¡El Negro Falucho nunca existió!.

Y entre aquellas afirmaciones de los historiadores basadas en la tradición oral, y la negación de otros, se yergue, en pleno barrio de Palermo en la Capital Federal, la figura en bronce de Falucho, sosteniendo a su Bandera, apuesto el gesto, serena la mirada, constituida en un símbolo al que queremos referirnos para concluir este comentario.

Poco debe interesarnos si la persona física de Antonio Ruiz –Falucho- tuvo una realidad corporal o si fue el producto de la imaginación romántica y exaltada por el sentimiento de patria.

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