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¡Quien dijo nostalgias? Villa Crespo.

Canning y Corrientes divide al mundo en cuartiles psicosociales de enorme importancia.



De Corrientes al 5200 hasta Dorrego, es una cosa y de Corrientes al 5100 hasta Ángel Gallardo es otra totalmente diferente.
Para qué decir, entonces acerca de la diferencia entre Canning al noroeste y Canning al sureste.
Canning y Corrientes no es la única esquina de Buenos Aires que en lugar de cuatro tiene cinco. Hay otras, pero ninguna tiene el corredor en la que nace la histórica Luis María Drago que te lleva derechito al Parque Centenario.
Villa Crespo no es igual en Araoz y Camargo que en Lavalleja y Vera y para qué decir la importancia de haber nacido en las calles Malabia, Gurruchaga, Serrano o Thames.
Por las mesas del Plus Ultra, sobre Corrientes, al lado de uno de los quioscos de la familia Carucchia, los mejores malformados de la ciudad, tomaron café el turco Jorge, delincuente de fama internacional, jefe de la banda que asaltó el Banco de Carlos Paz, el loco Maglio, sobrino de Maglio Pacho, el turco Alberto, el gordo Schargorodsky, Luis el bufarrón, Moishe el contador, Valentín el falso médico, Shlotolanga el fiel chupamedias, David el comunista, Pérez el falso goy, Arnoldo “nariz” Kleidermacher y Coco Fiedotín, Pupi Rotblat, Daniel mi amigo del alma y yo mismo, qué le vamos a hacer.

Todo el mundo paisano sabía dónde encontrarse en Villa Crespo. No era cuestión de decir te espero en Canning y Corrientes. Dependía. La esquina de Bonafide, era una opción para seguir en el barrio o ir a tomar el subte a Malabia. La esquina del Bazar Dos Mundos, para que nadie te vea. En el kiosco de Bocina porque si uno tardaba te leías los diarios y las revistas de ojito. Pero nadie se citaba, por ejemplo, en Araoz y Camargo, en la esquina del almacén de Leivobich, porque ahí paraba la barra tanguera y si te encontrabas con una mina te hacían pasar “lorca”.

Es cierto que había un solo teatro judío, el Mitre, pero tenía Villa Crespo dos cines: el Rívoli y el Villa Crespo, y si bien no figuraban en el mapa por apenas traspasar el límite, estaban el Alcázar, el Gran Cordoba y un poco más allá, ya en Almagro, el Medrano.

El orgullo del barrio pasaba por el Banco Nación y su imponente puerta de hierro forjado en la esquina de Malabia y Corrientes y la Cooperadora de la Comisaría 27ª manejada por los paisanos de más guita y más representativos del barrio y que necesitaban tener a la cana bien protegida por lo que puta pudiera pasar.

Además, la 27ª era de las pocas que tenía bomberos y eso la hacía diferente, porque con tanta tela, sanforizado, algodón y cartón de embalar, no era cuestión de esperar a los voluntarios de la Boca.

Todos los comerciantes de Canning se conocían entre ellos y también entre ellos hacían sociedades, alianzas informales y por supuesto casamientos ventajosos.

Los apellidos que sonaban en la época de Canning y Corrientes eran los de Matrajt, Sabransky, y los famosos de las Tres H. Negocios pequeños pero rendidores eran los tres locales de Canning entre Vera y Velasco, en el que sobresalía el petiso Gaivironsky, famoso por ser hincha de Chacarita, odiado por los de al lado, por el precio que le ponía a los saldos y, especialmente, por ser funebrero en reductos bohemios.

Los bares de Villa Crespo, mal que le pese a Jorge Íngale Terrible Schsussheim, eran respetados, tenebrosos y muy judíos. El por demás popular San Bernardo, escenario de las peleas a los gritos y a las piñas más terribles por culpa del dominó, no tenía nada que envidiarle al Comercial del Once. En esas mesas Don Tito dio cátedra de dominó y Jack el Destripador Ídishe era de los pocos que te ganaba comprando todas las fichas o, al revés, dejándote comprar todas a vos.

En el Rívoli, al lado del famoso y tradicional Círculo Israelita Argentino, el ruso Fiedotín, manejó los mejores sánguches de Pan Negro, Jamón Crudo y Queso del que se tenga memoria. ¿Lo querés con pepino?… Por un peso le agregaba cuatro o a veces cinco esferas del verde y avinagrado vegetal judío.

Fue una noche de sábado o madrugada de domingo, como más les guste, cuando el Turco Alberto inventó el famoso Sánguche Milonga: Pan francés, sin corteza y tostado. Adentro salame y queso (bien cargado) con una doble porción de mayonesa casera.

¿Por qué Milonga? Porque era el sánguche que debía comerse después de la milonga, especialmente en la Montecarlo o en Sans Sousi, de la Avenida Corrientes. También podías haber ido a milonguear a Mi Club, en la calle Maipú.

A diferencia del Once, Villa Crespo tenía paisanos valientes, corajudos, bien machos, dispuestos a cagarse a piñas con goiem, pardos o turcos. Villa Crespo, al revés del Once tenía pro semitas de corazón como el gallego Pérez, el fiolo Maglio o el urso Estévez.

¿En el Once, de quién podés ser hincha? De River. ¿Y dónde queda River, en el Once? No en Núñez. En Villa Crespo uno es de Atlanta y la amarillo y azul es una camiseta con la que se nace. Vas a la cancha caminando. Agarrás Corrientes o Camargo y ocho cuadras después ya estás en Humboldt, la calle que más suena a Bohemios y Rusos.

Si sos de Atlanta sentís la pasión que ningún paisano del Once puede sentir.
Te cantan “la cancha de los rusos la vamos a quemar” y vos te parás y entonás: “Ruso, ruso, Ruso, el Ruso te la puso”. Y Si siguen te das el lujo de gritarles que se vuelvan a la Villa, de donde nunca debieron haber salido.
Además, de Villa Crespo era el más grande del tango, el maestro Pugliese, que tiene ahí su monumento, mirando hacia el aún hoy persistente comité del Partido Comunista, en Canning al 300, aunque hoy se haya vuelto nacional y popular llamándose Scalabrini Ortíz.

Al 5100 de Corrientes, en la numeración impar, vivían el turco Moti León, sus hermanas Victoria y Renée y un piso más arriba la familia más simpática de Villa Crespo: Los Schargorodsky. Doña Berta Schargorodsky, rubia platino, madre universal, siempre tenía un plato más en la mesa. Adoptante de Búmale, el primo itinerante, y madre de Hugo, Daniel y el Chino Carlitos. Por ahí aparecía Don Tito, con un metro ochenta siempre mirando para arriba, con un mazo de póker en el bolsillo, porque nunca se sabe cuando se arma una mesa.

Los León, en el piso de arriba, peleados a muerte por afectos, guita o vaya uno a a saber por qué, unidos por el rechazado romance de Hugo y Renée y la amistad irrenunciable de Moti con los chicos Schargorodsky.
¿Te faltaba mencionar un café?… antes de llegar a Thames, por Corrientes, estaba el Victoria. Y si no te acordás, ahí cantó Angelito Vargas y bailó el Cachafaz. ¿Éso pasó en el Once?

¿Dónde estaban las mejores semillas de girasol y zapallo del mundo? En el kiosco de al lado del Cine Villa Crespo. Conos de papel de diario El Mundo y eso que el acomodador te retaba si tirabas las cáscaras al suelo. Por supuesto que estaba prohibido, pero uno igual escupía bien lejos las que te quedaban en la boca después de masticar las de girasol.

Y finalmente: no teníamos Hebraica, no teníamos Macabi, pero teníamos el Círculo Israelita Argentino. Las mejores minas, los mejores bailes, el mejor básquet y las mesas de Ping Pong más viejas de Villa Crespo.

En el Círculo, estaba Miguel Vaistig, director de teatro independiente donde pusimos «El centro forward murió al amanecer» y la trilogía de Sartre.
Once es un barrio. Villa Crespo, un sentimiento.

Once es un barrio comercial. Villa Crespo es una república.
Once huele a guita. Villa Crespo a guefilte fish y a veces a pizza.
Yo no sé si soy nacionalista. Pero estoy seguro que iría a la guerra si alguien invade Villa Crespo.

(Palermo, Enero de 2013) Por Marcelo Cosin