Satisfacción garantizada

Por Patricio Vega, director de Laboratorio de Guion (www.laboratoriodeguion.com.ar)

En Hollywood existía un famoso dicho: “sin importar cuán desolador pueda presentarse el panorama en una buena película el bien triunfa, el mal es castigado y el chico se queda con la chica”. Ese es, probablemente, el origen del tantas veces transitado “final feliz” hollywoodense.

Hay algo en la tranquilidad de saber que, al menos en la ficción, el bien triunfa sobre el mal, los corruptos y mentirosos tienen su castigo y aquel que hizo bien las cosas se lleva su merecido premio que el espectador no puede menos que agradecer semejante orden cósmico.

El cine es el azar ordenado. Y no sólo el cine. El arte, en todas sus manifestaciones, busca desesperadamente otorgarle sentido a un mundo que se niega a revelarlo. El artista es un demiurgo menor, un pequeño Dios manipulando un mundo creado a su imagen y semejanza. Algo que en principio es pura interioridad del artista se vuelve exterioridad, se vuelve obra que puede ser observada, aprehendida y que aspira a la armonía y la belleza.

Una película es un fragmento de vida ordenado con sentido. Nada hay de azaroso allí, nada de arbitrario. Todos los elementos que lo conforman tienen una función, están ahí por algo. Una cámara fotográfica que sirve en principio para espiar a los vecinos de enfrente será más tarde un artilugio para defenderse del villano a la hora de confrontarlo. Una línea de diálogo dicha al pasar se resignificará luego en boca del héroe. El espectador necesita, íntimamente, que el arte le garantice lo que el mundo no puede. Que las cosas suceden por una razón, que las personas que aparecen en nuestras vidas vienen para mejorarla y que la línea zigzagueante de nuestras acciones conforman finalmente un dibujo perfecto y bello que justifica nuestra existencia.

El verdadero final feliz no es necesariamente aquel en que el héroe triunfa sino aquel en el que inexorablemente comprende que es parte indispensable de un orden que lo contiene.