Ser escritor es muy divertido pero si viene la inspiración, que me encuentre trabajando

Por Miguel Ortemberg, autor de «La reencarnación de Buda en Jonte y Lope de Vega».

Escribo un par de horas diarias, usualmente a la mañana temprano o por la noche cuando baja el ruido y los cuerpos descansan. Pero por lo general cuando me siento a escribir ya estuve rumiando la estructura, algunos diálogos…

Escribo cerca de la mujer que amo; la escritura puede ser más peligrosa que la más temeraria travesía. Ella, Inés, es la primera en leer mis textos. Después, mi maestro y amigo Roberto. Sus devoluciones son muy importantes, sobre todo cuando son críticas. Las opiniones permiten crecer y salir del egocentrismo y la vanalidad.

Desde hace un año estoy trabajando en una nueva novela sobre una invasión. Voy por la primera escritura y creo que más allá de las correcciones, haré una segunda con más capilaridad, poniendo lupa en detalles y aprovechando mejor el relato. También para darle volumen a los personajes secundarios que están muy planos y por lo tanto desaprovechados.

No siempre es sencillo dar con un editor real que te marque los tiempos, sugiera cambios y se arriesgue contigo. Mi maestro es Roberto Ferro, un escritor y crítico literario de altísima sensibilidad aunque con algunos defectos y la prueba de ello es que me aceptó a mí como discípulo.
La rutina es simple. Yo escribo, cuando el volumen lo justifica, él lee. Luego nos juntamos a leer juntos en voz alta y se genera una situación casi teatral. Allí discutimos la estructura, la trama, los personajes. En ese espacio el tiempo no existe.

Me preguntan: ¿Se puede vivir de las letras? ¿De la palabra? Definitivamente sí. La literatura como espacio de sustento personal es un recorte de todo lo que se puede hacer escribiendo. Para vivir de ella hay que ser muy bueno; en el último concurso nacional de novelas largas participaron más de quinientos artistas.

Publicar es darle visibilidad a una obra, sin embargo la visibilidad no es más importante que su existencia. Hay muchas imágenes religiosas que se muestran a los fieles una vez al año, o como en el caso de los dioses antiguos que estaban en sus cellia (????) y nadie podía verlos. En esos casos lo importante era el ser, la existencia del objeto, no su visibilidad.
Creo que en afán de darle visibilidad al objeto artístico, muchas veces desvalorizamos el enorme valor que tiene su génesis o sea la capacidad del artista de hacerlos nacer, de llamarlo a la existencia, como se llama a un nuevo hijo.
En el otro extremo, muchos escritores trabajan años en un texto, pero no tienen la misma perseverancia a la hora de publicar y sobre todo de difundir sus textos. En esto creo que el ejemplo son los cantautores, que escriben una buena letra, le ponen música y recorren el mundo cantando esas pequeñas estrofas.
Yo publiqué convenciendo a un editor sobre la importancia y la belleza de mis textos, no es fácil pero posible.

Luego está la promoción de la obra. Llegar a un bar, un centro cultural, una escuela y presentar un texto propio es muy hermoso, se recibe más de lo que se da. Los artistas solemos creernos ángeles, despreciamos el dinero, el mundo material; ese prejuicio suele privarnos del placer que supone el contacto directo con los demás.
Ver la promoción de un libro como un hecho de marketing, asesina, recorta, no deja ver la importancia de lo que se está produciendo. Difundir una obra de arte, sacarla a la luz, es mucho más que inducir una conducta para que alguien compre un libro. La disociación de esos aspectos nos paraliza.
Como escritor, el contacto directo con el lector reconforta. La gente a veces se acerca y me habla de un personaje como un ser real, más real que vos. Eso es maravilloso.

Hoy, hay tanta cantidad de medios disponibles, que acercar ese contenido al público es más fácil. Pero lo es para todo el mundo, con lo cual la producción es impresionante, inmensa y el propio mensaje se torna minúsculo, como botella al mar, salvo raras excepciones. Por eso que enfatizo el existir, el ser por sobre la visibilidad.

A la literatura hay que militarla, como el teatro independiente y muchas otras expresiones, tiene que haber mística y perseverancia.
A quienes recién empiezan en esta militancia, les aconsejaría que disfruten el proceso de la escritura. Eso no se lo puede robar el mercado, ni el mecanismo duro y matemático de imprimir y difundir papel impreso. Y que llegada esa hora, no hay que achicarse. El mercado, cualquier mercado, es un espacio como la política que en la vida debe ser atravesado. Hablar mal de mercado y no atreverse a desafiarlo es, a mi juicio, una claudicación.

Poner el tiempo a mi favor ha sido mi principal desafío como escritor. Creo haberlo resuelto con eternidad, metiéndome como Alicia en el País de las Maravilas detrás de un espejo donde el tiempo no se siente. Como cuando besamos a una persona amada, o gozamos mucho una situación, el tiempo desaparece, se disuelve, se desanima, baja sus filos amenazantes y nos permite existir.