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Una biografía minuciosa indaga en la vida y la obra de Andy Warhol para desarmar varios mitos

Con acceso ilimitado a los más de mil documentos inéditos y más de trescientos testimonios, el crítico y escritor estadounidense Blake Gopnik reconstruyó la vida y la obra del artista Andy Warhol en “Warhol: la vida como arte”, la biografía de más de mil páginas editada por Taurus en la que cuenta con detalle los pasajes más secretos del pintor de latas Campbell, pero también le da cuerpo a una narrativa sobre su obra, a la que considera incluso más relevante que la de Picasso y, en esa búsqueda, dibuja un retrato de la sociedad y el mundo en los años setenta y ochenta y de las grandes transformaciones del mercado de la cultura.

La huella que dejó el Warhol (1928-1987) es tan amplia que su vigencia llega a lo más inmediato de nuestros días. A mediados de mayo, la Corte Suprema de Estados Unidos emitió un fallo que podría repercutir en toda la industria del arte tras determinar que Warhol violó los derechos de autor al crear una serigrafía en múltiples colores basada en una fotografía original del cantante Prince tomada por la fotógrafa Lynn Goldsmith. La decisión sienta un precedente importante en relación con la protección de los derechos de autor en el ámbito artístico y podría tener repercusiones no solo para los artistas y creadores, sino también para las galerías, museos y otras instituciones del mundo del arte en Estados Unidos.

En paralelo la plataforma Netflix, siempre atenta a encauzar en el algoritmo los intereses masivos, produjo el documental “Los diarios de Andy Warhol”, que recorre parte de la historia contada en la bibliografía a partir de los diario que Anagrama editó en 2007 y que generaron cierta polémica por el recorte que eligió su ex secretaria, Pat Hacke.

“Cada vez parece más que Warhol ha superado a Picasso como el artista más importante e influyente del siglo XX”, afirma a modo de tesis Gopnik, reconocido periodista y excrítico de arte de The Washington Post, en su impresionante y amplia biografía de este artista con impacto duradero en la publicidad, la moda, la música, el cine, la televisión y la fotografía. Y, tras haber entrevistado a amigos, amantes y detractores del artista, propone que bajo la máscara de una supuesta insulsez y vanidad, Warhol desplegó un manto de inteligencia, estrategia y talento.

El libro abre con una escena que al artista le dejó las cicatrices en el pecho, exhibidas como trofeo en una sesión de fotos con Richad Avedon. El 3 de junio de 1968, Valerie Solanas, una feminista radical que sufría graves problemas mentales que la llevaron a obsesionarse de manera paranoica con el artista, disparó tres veces a Warhol. Además de escribir un manifiesto antimasculino titulado SCUM (basura), también había redactado un guion con un título tan poético como grotesco: “Up your Ass”. Solanas le entregó ese texto a Warhol con la intención de que lo produjera, pero él lo perdió. Esto llevó a Solanas a convencerse a sí misma de que en realidad Warhol pretendía plagiarlo, lo que la motivó a tomar medidas drásticas para evitar esta posibilidad y a perpetrar el ataque. Gopnik, con rigor y detalles detectivescos, relata la operación riesgosa a la que fue sometido el artista tras la agresión y de la que le quedaron, además de las cicatrices, secuelas de por vida. Entre otras cosas, aquel ataque terminó ese mismo día con el Warhol salvaje de los 60.

Warhol, que se llamaba en realidad “Andrew Warhola” y que ocultaba su calvicie con una peluca platinada, era hijo de una pareja eslovaca que se había establecido en la ciudad industrial y anodina de Pittsburg. Gracias a su habilidad con los lápices, llegó a Nueva York para trabajar como bocetador de publicidad y cubiertas de discos de jazz. Y con ese punto de partida, comenzó a desarrollar el corazón de su concepción artística al trasladar los objetos de consumo a las galerías, un gesto que inventó a principios de los sesenta el arte pop americano. Así, las latas de sopas Campbell se convirtieron en su primera creación icónica, y repitió el truco al convertir el mito trágico de Por aquellos años, Warhol se ocultaba tras unas gafas oscuras: “Quiero ser una máquina”.

Su carrera cinematográfica comenzó cuando tuvo la idea de grabar a John Giorno, su amante, mientras dormía. Las eternas 5 horas y media de la película «Sleep» marcaron el inicio de una carrera enfocada en el sopor, desde las 8 horas fijas de «Empire» hasta las 24 horas divididas en la pantalla de «Four Stars». A principios de 1964, se mudó con su nuevo asistente Gerard Malanga desde un puesto de bomberos sin electricidad en el que funcionaba su primer estudio, hasta el cuarto piso del número 231 de la calle 47 Este: la mítica Factory en la que quiso hacer 4.000 obras de arte en un día aunque sólo llegó a 500 en un mes. Es que contra lo que asegura el mito que lo vincula con la producción en serie y desenfrenada, Gopnik explica que Warhol solía trabajar con pocos ayudantes y de una manera artesanal.

El trabajo de Gopnik pone a dialogar el registro de la biografía con el de la historia del arte, recorre la carrera de Warhol de forma minuciosa pero también explora su intimidad. Cuenta que el artista había decidido vivir con su madre ultracatólica en un departamento de Manhattan y que, a pesar de cierta aversión al contacto físico, tuvo dos relaciones amorosas estables, primero con Jed Johnson y después con Jon Gould, un productor de Paramount. Tras el ataque de Solanas se hizo adicto a las compras y obsesivo por la higiene, dejó Nueva York por Long Island, hizo retratos por centenares, comenzó a pintar cuadros a cuatro manos con Basquiat y protagonizó su propio programa de televisión, el magazine “Andy Warhol’s 15 Minutes”.

Su miedo a los hospitales lo llevó a desestimar el dolor abdominal, reflejo de sus problemas agudos de vesícula. El 22 de febrero de 1987, cuando el cuadro se volvió agudo, lo operaron de urgencia y murió horas después con sólo 58 años. Cuenta Gopnik que uno de sus últimos pedidos fue entrar al quirófano con la peluca puesta.