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Varietales en la Argentina: Los nuevos consumidores.

Por Sabrina Cuculiansky, autora de «El vino en zapatillas», Editorial Albatros.



Don Raúl de la Mota (1918-2009) fue un visionario. Primero en vinificar por varietales en la Argentina, la Asociación Mundial de Periodistas y Escritores de Vinos y Licores lo consideró “el mejor enólogo argentino del siglo XX”. Se adelantó a su tiempo anticipándonos a todos que el bebedor solitario es, a menudo, alguien que mancha el vino con su tristeza. Por el contrario, “reunión de amigos”, “celebración”, “buena comida” eran para él las mejores frases para evocar al vino cuando todavía eran pocas las publicidades que mostraban a los consumidores como gente experta, sibarita, ávida de compartir encuentros en los que las bebidas de alta calidad estuvieran garantizadas.

¿De qué habla hoy un consumidor cuando habla de vinos? Básicamente, de algo sobre lo que sabe. O, al menos, algo sobre lo que sabe mucho más que un consumidor del siglo pasado.
Sería simplista definir un perfil único de consumidor. Aquí y en el resto del mundo existe el perfil más tradicional: aquel que no llegará a su reunión sin un vino, pero que seguramente lo elegirá pensando en la ecuación precio-calidad en alguna vinoteca o supermercado. Al mismo tiempo se consolida otro perfil: el del consumidor (generalmente joven) que prefiere vinos más artesanales, más personales y desestructurados. Inclusive, muchas veces suele conocer al productor y sostiene su vínculo con la marca por afinidad afectiva. Le gusta explorar, más que mirar el precio, y no le teme a lo desconocido.

De todas formas, nuestro vínculo con el vino es, en algún punto, superficial: somos nómades, dispersos, poco fieles. Nos comportamos como turistas que visitan diferentes ciudades en un mismo recorrido mientras van cambiando su opinión acerca de cuál es la mejor. También lo anticipó De la Mota: somos volátiles, hoy queremos una cosa y mañana, otra. Exigimos, estamos más informados y nos gusta seguir tendencias.

En ese camino, no damos descanso a las bodegas, que se ven obligadas a innovar de modo permanente. Para algunos bodegueros, el consumidor de hoy es, definitivamente, infidelizable.

Algo está claro: el consumidor de vino ya no es simplemente un curioso. Es, básicamente, un conocedor. El vino argentino es su pasión, su meta a descifrar y disfrutar.

El nuevo consumidor-conocedor no va detrás de cualquier tendencia. Elige, mira, cata a ciegas, degusta, viaja por las rutas del vino locales e internacionales, no se pierde las ferias. Bebe menos, quizá, pero bebe mejor. No concibe ningún vínculo con el vino que carezca de la experiencia. Un vino nuevo está ahí para ser consumido, pero eso solo no basta: le interesa la recomendación del experto, el dónde, el porqué y el filtro propio.

El dónde es más importante que la marca. Hace una década, pedíamos un Cabernet Sauvignon o un Malbec de nuestra bodega preferida, mientras hoy nos interesa mucho más el terroir, su lugar de origen. Los Valles Calchaquíes, el Valle de Uco, Pedernal o Patagonia… porque cada vez más nos enseñan que el origen lo cambia todo.

¿Qué aspectos tiene en cuenta el consumidor de vinos de alta gama para la elección de una marca por sobre otra? Ante esta pregunta, tres fueron las opciones más elegidas por los consumidores según la encuesta Radiografía del consumidor argentino de vinos que realiza cada año la consultora STG. En primer lugar, el precio; en segundo, el reconocimiento
de la marca y en tercero, una recomendación. Cuando se hizo la misma pregunta pero para la elección de un vino en un restaurante, el precio y la marca tuvieron la misma importancia, seguidos por el conocimiento de la bodega. Es interesante notar en la elección de vinos de alta gama la baja respuesta a otras opciones, como “región del vino”, lo que daría un indicio del nivel de conocimiento del consumidor. Sin embargo, este panorama está cambiando.
El impacto en la producción de este consumidor evolucionado es enorme y desafiante. Producir vinos para un mercado pensado en cantidad de litros (más cantidad que calidad) fue una tendencia que se extinguió en la última década para dejar paso a la calidad como protagonista.
El terroir, la elaboración y las notas de degustación más sofisticadas aparecieron entre los puntos ineludibles para el productor, que busca nuevos lugares donde plantar o formas inéditas de vinificar.
Descontracturado e informal, el nuevo consumidor disfruta a pleno. No cree en rituales impuestos, y valora el gran trabajo de los productores locales, tanto en las bodegas nuevas como en las tradicionales, donde hasta tiene la posibilidad de participar de degustaciones verticales de cosechas antiguas a nuevas, y entender la evolución de la producción.