Patrimonio cultural: Bajo aguas argentinas se ocultan cientos de naufragios.

María Alicia Alvado
Semisumergidos en la orilla u ocultos a distintas profundidades, el Mar Argentino y el Río de la Plata albergan a lo largo de sus 4.700 kilómetros de extensión cientos de barcos naufragados que esperan poder contar su historia de tempestades insalvables y cotidianeidades de otras épocas.

El Programa de Arqueología Subacuática del INAPL (Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano) está confeccionando un listado de embarcaciones hundidas en el Río de la Plata y el Mar Argentino, así como en aguas adyacentes de países vecinos. Hasta ahora el registro dio cuenta de unos 1.900 naufragios producidos desde principios del siglo 16 hasta prácticamente la actualidad.

“Las fuentes de información pueden ser desde registros de la Prefectura, de la Armada, hasta el dato aislado de un pescador que engancha una red en un naufragio. Para nosotros todo vale, después siempre hay tiempo de separar entre datos oficiales y no oficiales, más confiables o menos confiables”, explica Dolores Elkin, directora del Programa y presidenta del consejo científico-técnico que asesora a la Unesco en materia de la Convención de Patrimonio Cultural Subacuático.

El propósito de este relevamiento es establecer cuáles de estos naufragios poseen valor arqueológico u otro tipo de interés patrimonial, relevarlo, protegerlo y facilitar su investigación futura. Una vez concluida esta tarea, y habiendo volcado los datos a un mapa, la información será integrada a una base de datos mundial de la UNESCO sobre estos incidentes, como parte de los compromisos asumidos por Argentina a partir de la firma (2001) y posterior ratificación (2010), de la Convención de Protección del Patrimonio Cultural Subacuático.

Según este convenio internacional, conforman el patrimonio cultural subacuático todos los restos de cultura material que están bajo el agua y que poseen más de 100 años de antigüedad, pudiendo también ser designados como patrimonio a sitios más recientes.

El barco más antiguo en integrar la lista de sitios ya identificados, es el “Hoorn”, llamado así porque había partido en 1615 junto a otra nave –el Eandracht- de la ciudad holandesa del mismo nombre, con la intención de encontrar un nuevo paso hacia el Océano Pacífico, más al sur del Estrecho de Magallanes. Pero el Hoorn se incendió accidentalmente en la costa santacruceña y no pudo completar la travesía que sería coronada con el descubrimiento del Cabo de Hornos por parte de la otra embarcación.

“En las costas de la Ría Deseado se hallaron numerosas evidencias del incendio y destrucción de la Hoorn. Piedras de lastre, fragmentos de plomo fundido, carbón, semillas, clavos y fragmentos de cerámica”, sostuvo Cristian Murray, investigador del PROAS y co-director del Proyecto Hoorn junto con Damián Vainstub y el arqueólogo holandés Martijn Manders.

Dos son las zonas críticas en cuanto a densidad de naufragios: los bajos del Río de la Plata –donde se localizan 1200 del total de los hundimientos- y el extremo austral de la Patagonia

En aguas patagónicas, los fenómenos climáticos y geográficos explican la mayoría de los naufragios. “La ruta del Cabo de Hornos, que implicaba la vuelta del Atlántico hacia el Pacífico, era una zona particularmente peligrosa para la navegación: vientos muy fuertes, costas rocosas, aguas tempestuosas, islotes que a veces están ocultos por el agua”, describió Elkin.

En el Río de la Plata entran a tallar también otros factores, como el intenso tráfico. “Aquí numerosos naufragios ocurrieron debido al intenso tráfico de embarcaciones y a las difíciles condiciones que a menudo presenta el estuario para la navegación. Desde los primeros viajes europeos de exploración, a principios del siglo XVI, muchos barcos se vieron sorprendidos por los peligrosos bancos de arena y los fuertes vientos que suele haber, como el temido pampero”, explica Murray.

No obstante, del total de 1900 naufragios contabilizados sólo se ha recolectado evidencia arqueológica para 20 casos.

“Es un poco abrumadora la cantidad de naufragios para los que hay datos de que se produjeron en comparación con lo que nosotros podemos ir y chequear que queda algo en el lugar. Porque no es sólo cotejar que ocurrieron, sino que quede evidencia arqueológica. Y a veces es muy frustrante porque hay datos que son particularmente promisorios, barcos que parecen ser antiguos o que están en lugares inesperados, y nosotros no podemos ir a ver si aún existen”, agregó.

El caso sobre el que se ha reunido más información – acumulada a lo largo de más de 15 años de investigación- es la corbeta de guerra británica “Swift” que se hundió en 1770 también en la Ría Deseado. Los resultados del denominado “Proyecto Swift” ya han dado a lugar a la creación de un museo temático, la publicación de un libro -además de decenas de artículos- y la producción de un documental.

“Esperamos que sirva como estímulo para otros países de la región para que no crean lo que nos tratan de vender, que la arqueología subacuática es tan cara y tan compleja y sofisticada que ningún país en desarrollo podría financiarla. Eso es una trampa, ese es un engaño, es el argumento de los buscadores de tesoros para convencer a los gobiernos de que les paguen con parte del patrimonio”, afirmó.

“Si el caso de la corbeta Swift logra demostrar que con muy pocos recursos, con mecanismos de colaboración, con paciencia y con convicción se puede hacer un buen trabajo arqueología ya estamos muy satisfechos”, agregó.

En ninguno de los casos de barcos sumergidos, el proyecto de investigación arqueológica incluye la extracción de la nave para ser rearmada en tierra.

“Reflotar una embarcación es algo muy complejo que sólo se justifica en una embarcación hundida recientemente y que está en muy buen estado, que es aún viable comercialmente en cuanto a la empresa de navegación. Lo que se hace a veces en otros países con naufragios antiguos son réplicas de madera, en base a la información arqueológica, y entonces se dispone de una réplica que flota, que pueden incluso salir de los puertos y hacer viajes de recreación histórica; pero el objetivo es más turístico o de divulgación que científico”, contó Elkin.

Y si bien el trabajo de los arqueólogos subacuáticos se concentra en el lugar del naufragio, muchas de las pistas sobre barcos hundidos están siendo recolectadas al interior de las poblaciones más cercanas, por las prácticas de apropiación y reciclado de partes u objetos provenientes de las naves naufragadas.

“En Tierra del Fuego relevamos corrales de ganado, por ejemplo, porque los pobladores aprovechaban la presencia de un barco varado para usar las partes como postes o vigas. Para ver por ejemplo el número mínimo de naufragios que hay en una zona, hay que ver por dónde están repartidas las partes y en una costa como la de Tierra del Fuego esa distribución incluye cosas como corrales, cercos, puestos, y hasta puentes”, concluyó.

Por tratarse de una rama relativamente nueva de la arqueología –que en Argentina tiene presencia desde mediados de los ’90- y por ser el patrimonio arqueológico subacuático objeto reciente de cobertura legal, queda un largo camino por recorrer.

“Un país como la Argentina, con costas tan extensas y una dilatada historia marítima, debe prestar atención al patrimonio arqueológico que yace sumergido en sus aguas. Su conservación y estudio acrecienta el conocimiento sobre nuestro pasado y contribuye a definir nuestra identidad. Los avances realizados en este sentido en los últimos años han sido promisorios, pero aún resta mucho por hacer”, concluyó Murray.