justicia

Culpables: ¿Cómo manejar la culpa?

Lo más difícil en la vida humana es discernir la culpa del deseo.
¿Tenemos o no ganas de…? o ¿lo hacemos por culpa o porque queremos o nos conviene?




Tu mamá te pide que vayas a comer a su casa y vos estás agotada, sólo querés llegar del trabajo y mirar televisión, pero te da “cosa” decirle que no. ¿Por qué nos cuesta tanto reunir las fuerzas necesarias para decir que no? Si voy a comer con mi mamá no es porque soy buena, sino porque de una manera u otra necesito hacerlo. Traducido: quiero quedar bien con ella porque me importa que me quieran y piensen bien de mí.

En principio nadie hace nada que en última instancia no quiera hacer, siempre que goce de libertad. Lo que sí suele ocurrir es que no reconocemos eso que hacemos como algo que queremos, sino que lo disfrazamos de sacrificio o algo así. Pero si realmente no nos importara en absoluto, sencillamente no lo haríamos, como no hacemos tantas cosas. Si consideramos la posibilidad, es porque está dentro de nuestra égida de elecciones.

¿Por qué entonces transformamos nuestros deseos en culpa? Casi podríamos decir: “Dime de qué te sientes culpable y te diré qué deseas”, pero el problema radica en que no somos concientes de los deseos que abrigamos. En lugar de decirnos “¿a ver qué me gustaría?”, nos decimos “tengo que…” y a continuación viene la posición sacrificial.

Este mecanismo está tan hondamente arraigado en nuestra cultura, en nuestra moral occidental y cristiana, que es muy difícil que alguien esté exento de sentir culpa, salvo que se trate de los que llamamos psicópatas, es decir, sujetos amorales.

Lo que descubrimos es que detrás de la culpa se esconden anhelos que tienen que ver con intereses narcisistas, por llamarlos así a los motivos que tenemos para tomarnos la molestia de hacer cosas que no nos gustan pero sin embargo hacemos. Los ejemplos son casi todo lo que es nuestro quehacer cotidiano: trabajar, amar, estudiar, descansar. Casi no existe actividad que no conlleve un lado desapacible, hasta lo más agradable que podamos imaginar: allí están, por ejemplo, los trastornos del sueño, de la alimentación o de la sexualidad para atestiguarlo. Y eso no quiere decir que nos auto castigamos porque somos masoquistas, sino que el deseo humano tiene como contrapartida la culpa.

Llamamos “neuróticos” a los que apelan a la auto conmiseración porque ya no pueden reconocer ni responsabilizarse de sus deseos.

Desde ya que en una escala de 0 a 100 hay gente que se las arregla mucho mejor que otra para no implicarse en empresas que le deparan malestar. Están los que se inventan siempre motivos para estar mal y sentirse culpables de lo que sea y en el otro extremo los hedonistas que solo harán lo que estrictamente los haga sentir bien. Entre los dos polos hay un gradiente, en el que nos movemos el común de los mortales.

Lo interesante es cómo cada uno hace la experiencia de ir transformando la culpa en la asunción de sus propios deseos o intereses y comprometiéndose con lo que le importa.

Es bastante habitual comprobar que la gente mayor que ha logrado realizar esa experiencia y ya sabe que le queda menos tiempo, se involucra menos a partir de la culpa y más en lo que declara querer.