Índice de bochorno, por Carlos Penelas.

Índice de bochorno

Quiero decirles que dan asco, que dan náuseas. No vamos a hablar hoy,
camarada lector, del calor ni de la humedad. Ni del calor excesivo y
sofocante cuando va acompañado de bajas presiones. Ni de lo que hoy se
denomina sensación térmica. Intentaremos hablar de la vergüenza que
produce sonrojo, de la desfachatez, de la mentira. No diremos que los
ministros  ganan sueldos miserables. Ni siquiera sabemos lo que les
pagamos. No hablaremos de los asaltos, de los asesinatos, de las
represiones, de las marchas en contra del Poder, de la injusticia, de
la desvergüenza. Ni de la minería ni de los gobernadores ni de los
intendentes ni de Ella. Tampoco de los crumiros ni de los pesquisas  a
la luz del día. Entre los funcionarios, entre los caballeros
legislativos – caballeros y damas, me dicen – tal vez podamos contar
sin arrepentirnos mucho tres o cuatro que valgan algo. Sabemos que
sirven a un sistema corrupto, son el sostén de ese sistema. Sostienen
las jubilaciones de privilegio, las cenas, las drogas, la trata de
blancas, las leyes.  ¿Sólo ellos? No, claro que no. Le dejo que usted
complete la lista, camarada. Como lo son estas comparsas de cajetillas
que enumeran, hablan de cosas difíciles y aplauden. Es curioso como se
aplaude ahora. Y como se sonríe ahora. Fíjese, compañero, fíjese.
Usted que no los votó nunca, ni votó a los otros, ni a los de más
atrás, debería saberlo.

En la lista no se olvide de nadie.  Ponga jueces, policías, rufianes,
deportistas, pederastas, intelectuales, hombres de principios,
aguateros, sindicalistas, empresarios, torturadores, arrepentidos,
sonámbulos, botineras, cartoneros, despachantes de aduana, camioneros,
poetas, odontólogos…. Todo cabe, todo cabe en una hoja. Hasta la
maldad y la depravación. Está bien, ponga sacerdotes, obispos y damas
de caridad. No le digo ni que sí ni que no. Es usted el que vota, es
usted el que desea ir a la guerra a defender la patria. Puede comprar
un bombo y convertirse en nacionalista, en patriota, en pasión
desatada, en barrabrava. Eso, en barrabrava de los ideales, de las
banderas, de la cerveza, de lo que se le ocurra. Todo vale,
absolutamente todo. Puede decir: “Bingo o muerte”. Puede decir cipayo,
puede hablar de las zonzeras. (Pregúntele a Luis Franco quién era ese
caballero que hablaba de zonzeras). Puede decir: “La vida por
Rodríguez o la vida por Pérez”. Y lo van a seguir como a Carlitos
cuando levanta la bandera. ¿Se acuerda?

Me dan asco. Me dan náuseas cuando los veo hablar. Mienten, mienten
sin empacho. Y la gente muere en los trenes, en los hospitales, en las
villas miserias, en las calles, en las filas de las farmacias, en las
filas de los bancos. La gente muere de ignorancia, de incapacidad, de
alcohol, de tristeza, de imbecilidad. Y hablan en una suerte de
galimatías enfermizo. Se creen seres épicos, seres cercanos al
Parnaso. Más, seres que dialogan con Dios, que lo tutean, que le
golpean la espalda.

 Cuesta creer la decadencia, la impunidad. Hablan de querellas, hablan
de planes, hablan de resabios de la dictadura. Generan engaños tras
engaños, guiones tras guiones, levantan mitos colonizadores y utilizan
frases o palabras que ni el neoliberalismo se atrevería a emplear. No
hay límites. No hay límites para el engaño ni para la corrupción. No
hay límites para el espionaje en nombre de la libertad. Hay intrigas,
envidias, velos sistemáticos, favores políticos. Y sobre todo
desfachatez. Odian al imperialismo y pactan con sus empresas, odian el
capitalismo y tienen cajas en las islas del Caribe. Hablan de cambios
y son populistas sin escrúpulo. Gobierno y oposición. Se sientan sobre
la sangre, sobre las prebendas, sobre la tragedia. Dan asco, dan
náuseas. Los pobres diablos que buscan sobrevivir con migajas, los
supuestos intelectuales hegelianos que miran serios y preocupados, los
señores jueces y todos los demás. Habitan un prostíbulo y evocan a San
Francisco de Asís. Se parecen, por fin,  al Estado Pontificio. De nada
vale la literatura griega ni latina, de nada vale la lucha de
Espartaco, la caída de Napoleón, la Segunda Guerra Mundial ni la
Guerra Civil Española. A las cloacas, camaradas, a las cloacas. Y no
nos olvidemos de ver nuestro horóscopo y saber qué tiempo hará mañana.
Los anarquistas son de lo peor. Toda la culpa es de ellos. Y de la
sinarquía internacional, no se olvide.

Carlos Penelas
Buenos Aires, febrero de 2012


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