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El miedo a lo viejo

En el escenario cambiante de la globalización la sensación habitual en nuestra industria es la del vértigo. Parece que todo ha sucedido ayer y que hoy vivimos un mundo nuevo. Esa vorágine explosiva debería motivarnos a explorar el sinfín de novedades que trae aparejada. Y de cierta forma, lo hace. Al menos teóricamente. En la práctica, muchas veces ese ritmo tiende a hacer que busquemos “atarnos” a lo poco que podemos controlar.

Así, entonces, innovar se nos hace complicado. Parece que todo lo que rodea cambia y se necesita hacer que algo del escenario permanezca. Entre tanta novedad, algo que nos haga sentir seguros, con un cierto aire de familiaridad. Como esos niños que de vacaciones se llevan su peluche preferido, como para al menos tener “algo” de su casa con ellos a la hora de dormir.

En ese efecto, se cae en retroceso. Nada peor en materia tecnológica. No hay que olvidar que mientras uno se aferra al pasado, otros pueden estar haciendo futuro. Así fue como Netflix generó una enorme disrupción en la industria del entretenimiento. O como Uber está haciendo tambalear las nociones clásicas en materia de transporte público. ¿Habrá alguien allí afuera a punto de producir un cambio tan drástico en nuestro mercado, al punto tal que si estamos demasiado abrazados a lo viejo corramos el riesgo de quedar fuera del juego?

Por todo esto nos hacemos amigos de la innovación. Esa cualidad representa para nosotros la permanencia, lo establecido, la rutina cotidiana. De darles una vuelta de tuerca. De dar siempre un paso más. Nos dimos cuenta que el miedo se le debe tener a lo viejo, a quedarnos estancados en el mundo conocido, a adormecernos en nuestra zona de confort.

La aventura es desafiante, pero para eso nacieron las tecnologías que implementamos: para desafiar con soluciones los problemas que surgen.

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Plaza de la Unidad Latinoamericana.

Plaza Güemes.

Mapa de la Ciclovía de Buenos Aires.