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Pluralidad parcial.

Desde hace un tiempo sostengo que las condiciones actuales de los debates políticos se inscriben bajo el imperio de la lógica binaria. Estos se presentan en una encrucijada difícil de resolver, ya que resulta complejo definirse kirchnerista y criticar alguna medida del Gobierno, o no serlo y defenderla.

La idea principal que quisiera poner en cuestión, a partir del debate surgido en estos últimos días, es la falsa antinomia que plantean quienes sostienen que oponerse al imperio de la lógica binaria supone ser un adherente de la “pospolítica”, una política sin antagonismos que elimina la dimensión conflictiva. Alimentar esta contraposición es un razonamiento, al menos, reduccionista. No es posible la política sin conflicto, sin correlación de fuerzas, sin lucha de intereses, sentidos e interpretaciones de los hechos. Pero reconocer su dimensión antagónica no supone encasillar los conflictos en dos campos definidos: kirchnerismo–antikirchnerismo. Justamente porque esos conflictos y esos intereses son múltiples, complejos, simplificamos su comprensión cuando intentamos polarizarlos. Reconocerlos en su pluralidad supone tener una visión democrática de la política. Si nos denominamos plurales, no podemos serlo de manera parcial, es necesario ser plurales no sólo para hablar de las conformaciones heterogéneas de las sociedades modernas, ésa es una lectura que le corresponde a la sociología. La pluralidad en términos políticos supone reconocer la complejidad de los múltiples conflictos sin etiquetarlos compulsivamente en derecha-izquierda, progresista-liberal, etcétera.

Restringir la mirada plural contribuye a la emergencia de un discurso hegemónico que construye en un “otro” antagónico a cualquiera que no acate en bloque las medidas del oficialismo y acusa de traidor y opositor al que señale cualquier contradicción entre las políticas y las prácticas y la lógica del modelo que se pretende defender. En muchos casos, el discurso hegemónico choca con las prácticas concretas de los sujetos que lo fogonean y reduce el pluralismo a la antinomia.

Ahora bien, la lógica binaria en la polarización política se reproduce en la circulación de las ideas, en los murmullos de la gente, eso que puede parecer intangible es una dimensión sustantiva de la vida en democracia, el caldo de cultivo en el que la política se alimenta y se construye cotidianamente. Es importante escuchar qué sucede en esos territorios. No se es menos kirchnerista por hacer esa escucha atenta. En este sentido, pregunto: ¿es posible reconocerse protagonista y constructor del proyecto nacional y popular en marcha, no identificarse con la oposición política ni con las corporaciones mediáticas, pero tener puntos críticos y desacuerdos con el kirchnerismo?

Algunas posiciones argumentan que el pluralismo lógico de toda sociedad no es incompatible con un reagrupamiento dentro de bloques más homogéneos que pretendan alcanzar cierta hegemonía política. Esta postura intenta trazar una línea divisoria de dos polos político-ideológicos: los neoliberales, que sostienen que las ideologías terminaron con el fin de instalar un neoliberalismo hegemónico, y los progresistas, que pretenden no dejarse engañar por este discurso. El pluralismo pretendido sería desde esa óptica apenas un argumento engañoso para instalar una visión o mirada unívoca sobre lo social. Nada invalida que las posiciones políticas puedan reagruparse, pero el que sean dos bloques, y no tres o cuatro, es arbitrario. Pero si aún todos coincidiéramos en que la línea divisoria está trazada “objetivamente” entre liberalismo-progresismo, este reagrupamiento de identidades sólo sería conciliador de la multiplicidad si se las reconociera y no se las invalidara. Lo más grave de todo es que la díada etiquetadora de derecha-izquierda, y de buenos y malos, lleva a asignar la etiqueta más solapada de amigo-enemigo.

Entonces, ¿es posible admitir prácticas plurales cuando la política es comprendida como una guerra, donde el que piensa diferente es etiquetado y convertido en un enemigo que debe ser combatido? La política tiene su cuota de disputa, sería imposible negarlo, pero una cosa es disputar en la diferencia reconocida, en el intercambio, y otra en la negación y el rotulamiento, tanto dentro como fuera del mismo espacio político.

Desde esta lógica, toda crítica al gobierno progresista es considerada una crítica de derecha, neoliberal, del enemigo o bien de un alma bella dedicada al análisis teórico y abstracto que desconoce la esencia misma de lo político. No cabe otra opción dentro del pensamiento binario etiquetador. Se pretende ingenuidad o mala intención allí donde hay crítica o disidencia. No, no idealizo a la política, sé de su espíritu de contienda, pero aquí no se trata de eso, sino de dónde y cómo se trazan los campos de “lucha” y de qué modo esa línea grotesca inhibe el desarrollo de nuestra cultura política.

Por Alejandra Rodríguez * * Licenciada en Artes Combinadas (UBA), docente de Educación Superior.









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