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El Gauchito Gil del Barrio de Palermo.

Gauchito Gil

Quizás sea justamente por eso. En el pasaje Atacalco casi esquina Honduras, a la vera de las vías del Ferrocarril San Martín, pleno barrio de Palermo, encontramos uno de sus santuarios.

El surgimiento de muchos íconos populares como él, que son tan venerados, probablemente tenga que ver con el desprestigio de las instituciones tradicionales religiosas.

El Gauchito Gil es un personaje legendario de la cultura popular argentina. Su nombre completo fue Antonio Mamerto Gil Núñez y nació alrededor de 1840 en lo que es hoy Mercedes , provincia de Corrientes. Y murió joven menos de cuarenta años después.

Cuenta la leyenda que el Gauchito era un trabajador rural y que una rica viuda se enamoró perdidamente de él. Cuando los familiares de la mujer se enteraron del affaire, junto con el Jefe de Policía, que también la pretendía, lo acusaron de robo y trataron denodadamente de matarlo.

Antonio entonces se enroló en el ejército para luchar contra los paraguayos y volvió a su pueblo como un héroe. Estallaba por entonces la Guerra Civil en la Argentina y el Gauchito, ya cansado de pelear, desertó. Fue entonces preso y colgado de un algarrobo.

Cuando el policía estaba a punto de matarlo, el Gauchito le dijo «tu hijo está muy enfermo, si rezas y me pides que le salve la vida, vivirá, sino morirá». Pero el policía lo degolló. Un ocho de enero de 1878. Cuando volvió al pueblo su hijo estaba efectivamente muy enfermo. Y el asesino, aterrorizado, igualmente siguió los consejos del Gauchito. Cuenta la leyenda que su hijo terminó salvando su vida.

En agradecimiento, el policía hizo correr la «bolilla» de este milagro, por lo que prontamente la figura del Gauchito terminó convirtiéndose en un icono popular hasta nuestros días. Muy especialmente en el noreste argentino.

Quizás este hecho tenga que ver con la paradoja del mártir injustamente asesinado que termina salvando la vida del hijo de su victimario. O probablemente haya otras causas. Nunca se sabe en estos casos y más teniendo en cuenta la inmensa necesidad de la población de finalmente creer en algo o alguien.

Pero cualesquiera sean las causas, el Gauchito, es sin duda uno de los santos criollos más reconocidos. A sus santuarios de todo el país acuden miles de fieles a pedir ayuda y el ocho de enero la afluencia es aún mayor.

El santuario de Atacalco en Palermo no es diferente a muchos otros. Es pequeño y humilde, plagado de color rojo por todos lados, es honor al pañuelo que el Gauchito llevaba alrededor del cuello.

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Gauchito Gil del Barrio de Palermo.

Velas prendidas, paños de ese color atados a las ramas, algunas pintadas de violeta, algunas botellas que son el resto de celebraciones etílicas compartidas, y otros signos inexplicables, lo rodean. Cada tanto pasa el tren, y el santuario sigue allí incólume.

Algunos pasajeros se persignan pues reconocen al santuario por su color. Una vecina anciana se arrodilla y deja algunas flores mientras murmura por lo bajo rezos ininteligibles.

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Gauchito Gil del Barrio de Palermo.

Este lugar de plegaria contrasta con algunos locales fashion que a pocos metros de allí ofrecen sus productos a turistas y curiosos en esta tarde soleada.

Llama la atención ese hombre de casi cuarenta, rubio, vestido con su indumentaria de artes marciales, que llega y se arrodilla en claro signo de meditación. No parece uno de sus más tradicionales veneradores.

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Al caer la tarde, el Santuario de Atacalco, aún resiste con sus géneros rojos al viento. La vela sigue prendida. La ilusión intacta.

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